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Cada 19 de agosto, el mundo conmemora el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, una fecha establecida por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2008 en recuerdo del atentado contra la sede de la ONU en Bagdad en 2003, en el que murieron 22 personas, entre ellas el enviado especial Sérgio Vieira de Mello.
El 15 de agosto de 2021, día en que cayó la República afgana y los talibanes tomaron Kabul, no fue simplemente un acontecimiento político interno. Fue un punto de inflexión en la ecuación geopolítica mundial y el momento en que Afganistán pasó de ser un país ocupado a convertirse en un campo de enfrentamiento directo entre las grandes potencias.
Si las conseguirán o no, sigue siendo incierto.Conclusión: voces que no pueden ser ignoradasLa guerra en Ucrania puede librarse a miles de kilómetros de Colombia, pero sus consecuencias se sienten en las sillas vacías de las mesas familiares, en las protestas frente a edificios oficiales y en la silenciosa desesperación de madres que esperan noticias que tal vez nunca lleguen.Estas familias colombianas no solo lloran a sus hijos: desafían a un sistema que trata la vida humana como desechable.
El pasado 6 de agosto se cumplieron ochenta años del bombardeo atómico sobre Hiroshima, una tragedia que marcó uno de los puntos de inflexión más oscuros del siglo XX. A las 8:15 de la mañana de 1945, el avión Enola Gay, lanzó la bomba "Little Boy", sobre la ciudad japonesa, matando instantáneamente a más de 70.000 personas e hiriendo a decenas de miles más que, en las semanas y meses siguientes, morirían por quemaduras, enfermedades y radiación.
Kenneth Waltz explica claramente cómo se construye una rivalidad duradera: “La tensión constante y la oposición mutua, en una plétora de pequeños conflictos en la periferia, previenen conflictos mayores al dejar clara la intención de resistir la agresión”.
Tras un intercambio de fuego en la movediza frontera que separa a los reinos de Tailandia y Camboya, el primer ministro camboyano, Hun Manet, y el primer ministro interino tailandés, Phumtham Wechayachai, han acordado un “alto el fuego inmediato e incondicional” que entrará en vigor a partir de la medianoche del martes, hora local, según ha anunciado el premier malayo Ibrahim Anwar este lunes.
Tras el inesperado reconocimiento del Emirato talibán por parte de la Federación Rusa, se desató una ola de conmoción en las redes sociales y los círculos políticos. Este hecho provocó reacciones tan generalizadas que dominó las noticias y los relatos mediáticos. Sin embargo, desde una perspectiva realista, ¿qué ha cambiado realmente para justificar tal pánico entre nuestra gente?
La imagen de la guerra, con su cruda realidad de destrucción y deshumanización, a menudo nos empuja a la desesperanza. Pero, hace un tiempo un hombre sabio me propuso imaginar un escenario que fracturaría esta situación: ¿qué pasaría si, en el epicentro de la vorágine, emergiera un acto de audacia moral tan radical que sacudiera los cimientos de la lógica bélica?
El 21 -22 de junio, por primera vez en la historia universal, se lanzaron mega-bombas penetra-búnkeres contra plantas atómicas. Tras que los norteamericanos enviaron decenas de aviones, incluyendo los mejores del mundo (B-2), devastando Fordo, Natanz e Isfahán, Trump afirmó que “habían borrado las instalaciones nucleares iraníes” y que era el momento de ir hacia la paz.
Tras el reciente alto el fuego, Irán se encuentra al borde de tomar una decisión estratégica crucial. Este alto el fuego, muy probablemente, no será duradero, ya que no es el resultado de un acuerdo directo entre Irán e Israel, sino más bien producto de un pacto temporal entre tres grandes potencias: Estados Unidos, Rusia y China. Tan pronto como este equilibrio frágil se desestabilice, el alto el fuego perderá su validez.
Alentar la idea de la megalomanía de Trump, de sus improvisados exabruptos o de su ignorancia en materia internacional como forma de explicar la intervención bélica estadounidense en Medio Oriente es una simplificación ingenua y peligrosa. Por el contrario, la utilización inmediata de una violencia calculada revelan diversas formas de ejercicio de actualización del sistema de control mundial punitivo.
Abbas Araqchi está en Moscú. Un viaje que se realiza precisamente en medio de crecientes tensiones militares entre Irán e Israel. Según se informa, Araqchi lleva un mensaje directo del líder supremo, Ali Jameneí, para Vladimir Putin. En esa carta, el líder de la República Islámica solicita apoyo político, militar y estratégico de Rusia frente a Estados Unidos e Israel.
La secretaría general de las Naciones Unidas verificó 41.370 incidentes de abusos sobre los derechos de los niños en casos de conflictos armados en 2024, una cifra récord desde que hace tres décadas comenzó a monitorearse ese flagelo. De esos abusos, 22.495 correspondieron a asesinatos, mutilaciones, reclutamiento forzoso, abuso sexual y denegación de ayuda humanitaria.
Estamos entrando en tiempos en los que la palabra paz se pronuncia con más facilidad que se practica. No faltan quienes, antes de llegar al poder, aseguran que no iniciarán nuevas guerras, que pondrán fin a las ya existentes, que tenderán puentes en lugar de cavar trincheras. Promesas que, una vez alcanzadas las altas esferas, se diluyen entre intereses y el deseo, a menudo mal disimulado, de dejar una huella de fuerza en el tablero internacional.
Otra vez, la sombra de una gran guerra se cierne sobre el Medio Oriente, una región que parece estar condenada a un ciclo interminable de violencia y tensión. Los recientes intercambios de ataques directos entre Israel e Irán han encendido todas las alarmas globales, llevando a la comunidad internacional al borde de un abismo cuya profundidad y consecuencias aún son incalculables.
Según las normas diplomáticas, la firma de tratados, acuerdos bilaterales y compromisos interestatales en los ámbitos político, económico, militar, cultural y regional genera obligaciones recíprocas para los Estados. Los países, al considerar el nivel de amenazas, oportunidades estratégicas, capacidades geopolíticas y beneficios a largo plazo, deciden celebrar este tipo de pactos.
Desde la nueva guerra entre Israel e Irán hasta las restricciones legales injustas para migrantes y refugiados, el mundo padece un desprecio por los derechos humanos que socava la seguridad y la prosperidad, según ha afirmado el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk.
En el discurso sobre qué factores llevaron a Israel a enfrentarse con la República Islámica de Irán, y por qué esta crisis tiene el potencial de convertirse en un conflicto internacional, intervienen una serie de factores geopolíticos, ideológicos, militares y económicos. El expansionismo, los ideales supranacionales, las tendencias extremistas, la codicia económica y las alianzas ideológico-militares desempeñan un papel importante en este enfrentamiento.
Frente a los prudentes, los fatuos se envalentonan. Es el problema de los que miden sus actos y contienen sus lenguas. El obispo de Madrid, Enrique Tarancón, lo dijo varias veces: el exceso de prudencia es una imprudencia. ¿Cuál es la imprudencia? Que demos pábulo a toda una serie de cosas que son, hablando “prudentemente”, impresentables.
El presidente estadounidense, Donald Trump, aseguró el pasado domingo -en plenos ataques israelíes a Irán- que “pronto habrá paz entre Israel e Irán”. Y añadió: “Irán e Israel llegarán a un acuerdo, igual que conseguí que lo hicieran India y Pakistán. ¡Pronto habrá paz entre Israel e Irán!”. Y que no quede duda, a continuación, se atribuyó la consecución de la paz entre India y Pakistán; entre Serbia y Kosovo y entre Egipto y Etiopía. Y primero fue Rusia y Ucrania.
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