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Detrás de la guerra entre Israel y la República Islámica de Irán

Aunque la opinión pública espera una rápida victoria del "bien sobre el mal", las intenciones coloniales e imperialistas de las grandes potencias impiden tal desenlace
Abdul Naser Noorzad
miércoles, 18 de junio de 2025, 09:08 h (CET)

En épocas de caos y de aumento del poder económico, político y de seguridad de los actores clave del sistema internacional, normalmente se crea un terreno propicio para las expansiones geopolíticas.


En el discurso analítico sobre qué factores llevaron a Israel a enfrentarse con la República Islámica de Irán, y por qué esta crisis tiene el potencial de expandirse geográficamente y convertirse en un conflicto internacional, intervienen una serie de factores geopolíticos, ideológicos, militares y económicos. El expansionismo, los ideales supranacionales, las tendencias extremistas, la codicia económica y las alianzas ideológico-militares desempeñan un papel importante en la formación de este enfrentamiento.


Las profundas contradicciones ideológicas y culturales entre Irán e Israel, el enfrentamiento de Teherán con la mayoría de los poderes árabes de la región, el intento de la República Islámica de ampliar su influencia política bajo el título de “Eje de la Resistencia” y el creciente poder de Irán mediante redes proxy, han sido todos factores que han allanado el camino para el conflicto actual.


Por otro lado, las acciones de Occidente e Israel para impedir la convergencia geopolítica, económica, militar y cultural de Irán con las potencias orientales —especialmente China y Rusia— han sido siempre fuente de tensiones. El ferrocarril China-Irán, la conexión de Rusia con aguas del sur a través de Irán y el bloqueo de las rutas de transporte del sur hacia Rusia han sumido a la región en una profunda crisis. Aunque esta crisis todavía se encuentra a nivel de enfrentamientos militares entre Irán e Israel, la amenaza de intervención de las grandes potencias occidentales y orientales va en aumento.


En esencia, desestabilizar Irán podría desencadenar un efecto dominó de inseguridad en toda la región. Tras Irán, otros países como Irak, Turquía y algunos países árabes también podrían verse arrastrados a esta crisis. Por ello, China y Rusia, conscientes de la importancia geopolítica de Irán, han firmado previamente acuerdos estratégicos a largo plazo con Teherán para garantizar condiciones de intervención y apoyo en tiempos de crisis.


La filosofía principal detrás del ataque israelí no se basa únicamente en las amenazas militares de Irán, sino que está centrada en desarrollos geopolíticos más amplios. Grandes proyectos de tránsito como el ferrocarril China-Irán, la conexión del sur de Rusia y la iniciativa "Una Franja, Una Ruta" han elevado la posición geoestratégica de Irán en el mapa regional y global. Estos desarrollos han generado gran preocupación en Israel y sus aliados occidentales.


El ferrocarril no es sólo un símbolo de conexión física, sino una parte del nuevo orden emergente liderado por Oriente, que busca reducir la dependencia del Oeste. Por lo tanto, los ataques israelíes a la infraestructura militar y logística de Irán son una medida disuasoria y una forma de presión contra este nuevo orden.


Uno de los ejes importantes de este enfrentamiento es el corredor Norte-Sur, que conecta a Rusia con la India a través de Irán. Este corredor, dadas las sanciones occidentales contra Rusia, se ha convertido en una vía de salvación económica para Moscú. En este contexto, Israel actúa como un instrumento para perturbar esta nueva arquitectura, y la guerra actual debe analizarse en el marco de la contención del ascenso de las potencias euroasiáticas.


La guerra entre Irán e Israel no es una guerra religiosa o ideológica, ni una lucha por puntos estratégicos, ni un intento de aniquilación mutua, sino parte de una contienda más amplia entre Oriente y Occidente. El objetivo es frenar el nuevo orden asiático liderado por China y Rusia. Occidente, utilizando a Israel, intenta bloquear los puntos clave de la economía y las rutas de suministro en la región.


Si esta guerra estuviera exclusivamente en manos de Irán e Israel, probablemente no habría comenzado o habría terminado rápidamente. Pero la intervención de grandes potencias ha convertido el equilibrio de poder, la medición de la disuasión y el control del conflicto en temas prioritarios.


Por ello, la guerra actual tiene una naturaleza limitada, reactiva, cautelosa y oportunista. Aunque la opinión pública espera una rápida victoria del "bien sobre el mal", las intenciones coloniales e imperialistas de las grandes potencias impiden tal desenlace.


Al inicio, se permitió a Israel que atacara con iniciativa militar los centros de mando, inteligencia, infraestructuras logísticas, bases militares y aeropuertos iraníes. A su vez, Irán respondió con su capacidad misilística a las armas avanzadas de Israel (suministradas en su mayoría por EE. UU.).


En realidad, el equilibrio de la guerra se ha definido como misiles frente a aviones de combate, drones frente a misiles, y ataques limitados frente a respuestas limitadas.


Mientras tanto, las divisiones de seguridad tradicionales en la región han sido reemplazadas por nuevas alianzas ideológicas y geopolíticas. Alianzas basadas en el panturquismo, la geopolítica chií, el islam sunní moderado, e incluso preocupaciones compartidas por un futuro incierto, están redefiniendo la estructura política regional.


Pakistán, Turquía, Corea del Norte, China y Rusia han asumido algún tipo de compromiso de seguridad para apoyar a Irán y contener los excesos israelíes. En cambio, EE. UU., Europa, el Reino Unido y algunos países árabes alineados con los planes estadounidenses en la región están en el bando opuesto, apoyando a Israel en esta guerra.


Estas alineaciones están dando lugar a un enfrentamiento más amplio que trasciende las fronteras civilizacionales y lingüísticas, adquiriendo dimensiones tanto geopolíticas como ideológicas. En otras palabras, lo que hoy se presenta como una guerra entre Irán e Israel, puede considerarse parte del posible surgimiento de una Tercera Guerra Mundial, la cual determinará el equilibrio futuro del poder a nivel internacional.


Se trata de una disputa por la transición hacia un orden post-unipolar, en el que Estados Unidos ya no será la única potencia dominante. Pero, ¿permitirá EE. UU. tan fácilmente que un esfuerzo tan grande logre derribar el muro hegemónico que él mismo construyó?


El tiempo, junto con la distribución del poder entre los actores internacionales, mostrará esta cuestión con claridad.

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