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Cada 19 de agosto, el mundo conmemora el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, una fecha establecida por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2008 en recuerdo del atentado contra la sede de la ONU en Bagdad en 2003, en el que murieron 22 personas, entre ellas el enviado especial Sérgio Vieira de Mello. Más allá del homenaje a los cooperantes que han perdido la vida en el ejercicio de su labor, la jornada pretende llamar la atención sobre la importancia de la ayuda humanitaria y los desafíos a los que se enfrenta en un contexto global cada vez más complejo.
Según datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), en 2025 más de 300 millones de personas en todo el mundo necesitarán algún tipo de asistencia humanitaria. Es la cifra más alta desde que existen registros y refleja una tendencia preocupante: los conflictos armados prolongados, las crisis climáticas y las desigualdades estructurales siguen alimentando emergencias humanitarias de carácter crónico.
Conflictos prolongados y crisis olvidadas
Uno de los mayores retos internacionales sigue siendo la persistencia de conflictos armados de larga duración. Naciones como Siria, Yemen, Sudán, la República Democrática del Congo o Afganistán arrastran crisis humanitarias enquistadas que apenas aparecen ya en la agenda mediática internacional, pero que afectan a millones de personas desplazadas, sin acceso a alimentos, agua potable o atención sanitaria.
La guerra en Ucrania, iniciada en febrero de 2022, puso nuevamente en primer plano la fragilidad de la arquitectura humanitaria internacional. En menos de dos años, más de 6,5 millones de ucranianos han buscado refugio fuera de sus fronteras, mientras que millones más viven en condiciones extremas dentro del país. La atención inmediata a esta crisis ha demostrado la capacidad de respuesta de la comunidad internacional, pero también ha dejado en evidencia la desigual distribución de recursos, con otras emergencias menos visibles quedando relegadas a un segundo plano.
El impacto del cambio climático
El cambio climático se ha consolidado como uno de los grandes catalizadores de emergencias humanitarias. Sequías prolongadas, huracanes, inundaciones y olas de calor cada vez más frecuentes obligan a comunidades enteras a desplazarse, destruyen cosechas y generan inseguridad alimentaria.
En el Cuerno de África, por ejemplo, la sequía más prolongada en cuatro décadas ha dejado a más de 23 millones de personas en situación de grave inseguridad alimentaria. En paralelo, el sur de Asia y América Latina se ven periódicamente golpeados por inundaciones y tormentas que devastan infraestructuras y dificultan la labor de las organizaciones humanitarias.
Los expertos coinciden en que el vínculo entre emergencia climática y migraciones forzadas será uno de los principales desafíos de las próximas décadas. El Banco Mundial estima que hacia 2050 podrían producirse 216 millones de desplazamientos internos a consecuencia de fenómenos relacionados con el clima si no se implementan medidas de mitigación y adaptación eficaces. Seguridad de los trabajadores humanitarios
Otro aspecto clave es la seguridad de los cooperantes y trabajadores humanitarios. Según cifras de la organización Humanitarian Outcomes, solo en 2023 se registraron más de 460 ataques contra personal humanitario, con un saldo de al menos 120 muertos. Afganistán, Sudán del Sur y Siria siguen siendo algunos de los países más peligrosos para ejercer labores de ayuda.
Los ataques contra hospitales, convoyes de alimentos o centros de distribución no solo ponen en riesgo vidas humanas, sino que impiden que la ayuda llegue a quienes más lo necesitan. La creciente criminalización del trabajo humanitario en determinados contextos, sumada a las restricciones administrativas y políticas impuestas por algunos gobiernos, complica aún más la labor de las organizaciones.
El desafío de la financiación
La asistencia humanitaria global enfrenta además un déficit crónico de financiación. La OCHA estima que en 2024 se necesitaban más de 56.000 millones de dólares para atender todas las emergencias, pero a mitad de año apenas se había recaudado un 40% de esa cifra. La brecha entre necesidades y recursos disponibles no deja de crecer.
La dependencia de unos pocos donantes internacionales —principalmente Estados Unidos, la Unión Europea y algunos países del Golfo— genera vulnerabilidad en el sistema. En paralelo, los llamados a diversificar las fuentes de financiación, incorporando al sector privado y a mecanismos innovadores de cooperación, avanzan lentamente.
Innovación y resiliencia comunitaria
Ante este panorama, uno de los grandes debates en el ámbito humanitario gira en torno a la necesidad de reforzar la resiliencia de las comunidades y apostar por soluciones innovadoras. Esto implica no solo responder a las emergencias una vez desatadas, sino trabajar en prevención, preparación y desarrollo sostenible a largo plazo.
Las transferencias monetarias directas, el uso de nuevas tecnologías para el monitoreo de crisis y la implicación de actores locales en la toma de decisiones se perfilan como herramientas cada vez más relevantes. Al mismo tiempo, la cooperación internacional debe encontrar fórmulas para integrar mejor la respuesta humanitaria y el desarrollo, evitando que las comunidades dependan indefinidamente de la ayuda externa.
Una responsabilidad compartida
El Día Mundial de la Asistencia Humanitaria es, en definitiva, un recordatorio de que la solidaridad internacional no puede ser selectiva ni temporal. Las crisis actuales muestran que ninguna región del planeta está completamente a salvo de emergencias, y que la cooperación global es imprescindible para garantizar un mínimo de dignidad y derechos a millones de personas.
Los retos son inmensos: desde los conflictos enquistados hasta la emergencia climática, pasando por la protección de los trabajadores humanitarios y la falta de financiación. Sin embargo, también hay oportunidades para transformar la manera en que se concibe y se ejecuta la ayuda.
En un mundo interconectado, donde las crisis locales tienen efectos globales, la asistencia humanitaria debe ser entendida como una responsabilidad compartida que trasciende fronteras, ideologías y coyunturas políticas. La memoria de quienes han entregado su vida en nombre de esa causa obliga a mantener vivo el compromiso.
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