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La caída de la república en 2021 no fue solo una derrota política; fue el colapso de la ética política y de los valores fundamentales de la sociedad afgana. Esta caída fue el resultado de años de oportunismo, nepotismo y cleptocracia que, bajo el nombre de democracia y la representación simbólica de la voluntad popular, solo existían de manera superficial.
¿Se han convertido los talibanes en una oligarquía política y económica? La respuesta a esta pregunta debe buscarse en el desempeño de los talibanes durante los últimos cuatro años. Hoy, más que nunca, los líderes talibanes, en lugar de ser símbolos de austeridad y yihad, se han volcado hacia la búsqueda de comodidad, el amor al dinero y el capitalismo.
La mayoría de los analistas y expertos afganos opinan que, para salir de la crisis actual, primero debe formarse un consenso regional y luego uno internacional para resolver el problema de Afganistán. Esta solución es teóricamente planteable, pero considerando los intereses de las grandes potencias y los actores involucrados en la geografía de Afganistán, ¿realmente existe la posibilidad de que surja tal consenso?
Rusia ha reconocido oficialmente al Talibán. China también mantiene una relación con el grupo que se asemeja a relaciones diplomáticas, coordinándose estrechamente con ellos para perseguir sus propios intereses políticos, económicos y de seguridad. Irán, alineado con el círculo de Kandahar, ha logrado una influencia sin precedentes sobre la situación. Pakistán y los países de Asia Central mantienen contactos frecuentes con Kabul.
Tras la retirada de Estados Unidos y la OTAN y el cese del apoyo al gobierno republicano, los talibanes tomaron el poder en Afganistán con poca resistencia y prácticamente sin combates. Actualmente, países de la región como Rusia, China, Irán y los estados de Asia Central han establecido relaciones activas y multilaterales con los talibanes.
El mes de agosto marca cuatro años desde la caída de la República y su entrega a los talibanes terroristas. Durante este tiempo, los talibanes han reprimido con dureza cualquier forma de resistencia o rebelión, eliminando incluso los intentos más pequeños de desafiar su régimen etnocéntrico y extremista.
Hoy, más que nunca, Badakhshan se ha convertido en un escenario de desafíos de seguridad y geopolíticos frente al gobierno monoétnico de los talibanes. La ubicación estratégica de la provincia, sus ricos recursos subterráneos y su posición en la intersección de tres zonas clave de seguridad —Asia del Sur, Asia Central y la República Popular China— han duplicado su importancia.
La securitización en las acciones de los estados vecinos con centros propensos a crisis, o aquellos con agendas de seguridad ambiciosas que buscan implementar medidas especiales, es un fenómeno común. Estos gobiernos, considerando sus prioridades de seguridad—definidas en el marco del realismo político, ya sea defensivo u ofensivo—requieren justificación y la creación de las condiciones necesarias para tales acciones.
Las relaciones entre Rusia y los talibanes están marcadas por una profunda desconfianza y sospecha mutua. A pesar de ello, Rusia fue el primer país en reconocer oficialmente a los talibanes. Si bien este movimiento tiene importancia política, ha exacerbado la crisis de desconfianza entre ambas partes, lo que ha generado una profunda preocupación en los talibanes sobre las consecuencias de tal reconocimiento.
La percepción pública suele dividir a los talibanes en dos campos: la facción dura e ideológica con base en Kandahar bajo el liderazgo de Hibatullah, y la llamada red pragmática y operativa liderada por los Haqqani en Kabul. Esta narrativa ha alimentado expectativas, impulsadas por servicios de inteligencia, de que la aparición del pragmatismo dentro de los talibanes podría conducir a cambios fundamentales en su comportamiento y políticas. Pero, ¿es realmente así?
El reconocimiento oficial de los talibanes por parte de Rusia marca una nueva fase en la redefinición del orden geopolítico regional. Aunque a primera vista parezca un simple gesto diplomático, esta decisión esconde objetivos profundos de seguridad, inteligencia y estrategia en medio de una competencia de poder multilateral.
La Organización de las Naciones Unidas, actuando nuevamente como asistente de las grandes potencias globales, organizó una puesta en escena diplomática que ha complicado aún más el ajedrez geopolítico en Afganistán. La resolución recientemente adoptada —de carácter simbólico— hace hincapié en la formación de un gobierno inclusivo, el respeto a los derechos humanos y el compromiso de los talibanes con la lucha contra el terrorismo.
Para muchos observadores, la inesperada decisión de Rusia de reconocer oficialmente al Talibán—pese a las persistentes preguntas sobre el origen del grupo como producto de las políticas estadounidenses, la presencia de organizaciones terroristas en suelo afgano, el colapso repentino de las inversiones de EE.UU., y los esfuerzos contradictorios de Rusia por contener o avivar la inestabilidad en Asia Central—puede parecer desconcertante y paradójica.
Comencemos este análisis con una pregunta aparentemente simple pero crucial: ¿reconoció Rusia a los talibanes en consulta con China y otras grandes potencias? Si la respuesta es afirmativa, entonces se habría formado un consenso regional e internacional sobre el nuevo orden en un Afganistán controlado por los talibanes. Pero si la respuesta es negativa: ¿hasta dónde está dispuesta Rusia a asumir los riesgos de esta medida tan arriesgada?
Tras el inesperado reconocimiento del Emirato talibán por parte de la Federación Rusa, se desató una ola de conmoción en las redes sociales y los círculos políticos. Este hecho provocó reacciones tan generalizadas que dominó las noticias y los relatos mediáticos. Sin embargo, desde una perspectiva realista, ¿qué ha cambiado realmente para justificar tal pánico entre nuestra gente?
Los talibanes representan una realidad amarga y compleja, muy distinta a la imagen que se proyecta de ellos como un socio sincero en la lucha contra el terrorismo. Presentar a este grupo como aliado en la lucha antiterrorista, mientras acoge a algunas de las redes terroristas más peligrosas, forma parte de un juego táctico e inteligente sumamente peligroso.
Andréi Bélousov, ministro de Defensa de Rusia, advirtió durante la reunión de los ministros de Defensa de los países miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que las amenazas de seguridad provenientes de Afganistán siguen vigentes y que continúa el traslado de combatientes extremistas desde Siria hacia Afganistán. Sin embargo, el propio comportamiento de Rusia frente a esta amenaza ha sido todo menos transparente o coherente.
Es insultante la expulsión de la mujer en los sistemas educativos y laborales de muchos países con religión musulmana, y un claro ejemplo es el régimen talibán, que prohíbe a las niñas asistir a la escuela y a la universidad, y es algo que no debe sorprendernos, ya que, de hecho, es uno de sus postulados.
Dedicaré este análisis a la pregunta de por qué Haqqani no es quien imaginamos. Y cómo la percepción optimista que se forma sobre él distorsiona y desvía el análisis más allá de los acontecimientos futuros en Afganistán. Haqqani es una opción irremplazable en los cálculos y planes transregionales de Pakistán. Los Haqqani han servido durante mucho tiempo a los intereses de Pakistán y se han alineado con los planes de Estados Unidos.
"Hollywoodgate" es el documental que más de cerca ha conseguido seguir a los talibanes. Se trata de la ópera prima de Ibrahim Nash’at, director y periodista egipcio, estrenada en festivales como Venecia, CPH:DOX o Atlàntida Mallorca Film Fest y que este año ha logrado entrar en la 'shortlist' de los Óscar, convirtiéndose en uno de los 15 documentales más relevantes de la temporada.
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