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Hay un momento en el que se confunden ambas. El paso de los años va disminuyendo tu círculo de amistades y lugares de esparcimiento. Sin apenas darte cuenta te encuentras totalmente solo. Para mi la soledad se produce cuando tan solo te quedas con lo cotidiano, la rutina, lo que se realiza así “desde siempre”.
Servidor conoce por experiencia los años de estudio y de sacrificios que llevan consigo la obtención de diplomaturas, masteres y doctorados que, la mayoría de las veces, no llevan consigo honores ni compensación económica, sino la satisfacción de aumentar tu conocimiento y participar en la expansión cultural de tu país.
Cuando llega el verano tienden a proliferar los concursos televisivos. Las parrillas de las distintas cadenas sacan a relucir espacios en los que se pone a prueba la capacidad intelectual de los concursantes. En los tiempos “prehistóricos”, en los que podíamos ver una sola cadena en blanco y negro, aparecían regularmente espacios televisivos en los que se medían los conocimientos de los participantes sobre un tema específico.
Discernimiento es “la acción y el efecto de discernir”. Es decir aplicar la clarividencia, el juicio o la sensatez ante una disyuntiva. En romance paladino: hacer uso del sentido común. Justo lo contrario de lo que pretende la mayoría de los seres humanos. Que piensen y decidan por ellos. Sin mojarse lo más mínimo.
Entre las múltiples experiencias que he vivido a lo largo de mi vida destacan las tres semanas que permanecí embarcado, allá por los ochenta, en el Ramiro Pérez, un barco mercante en el que realicé el viaje Sevilla-Barcelona-Tenerife-Sevilla enrolado como un tripulante más.
El verano es un tiempo propicio para la conversación. Las largas sobremesas permiten los encuentros sin prisas, que permiten ejercer el casi desconocido placer de escuchar. Nada que ver con los gallineros tertulianos televisivos.
Cada mañana, a primera hora, puedo observar cómo un tractor se ocupa de limpiar las playas de mi paraíso particular a fin de dejarlas tersas e impolutas. Coincide su paso por mis “dominios” con la caminata matutina que aprovecho para pensar. Su presencia y actividad, me da ideas que me invitan a imitarle. Me inspiran para intentar realizar en mi mente una labor similar a la que el tractor efectúa cada jornada.
A lo largo de mi infancia viví en una calle malagueña con ciertas pretensiones de vía principal. Por la parte de atrás, lindaba con la zona más típica del Perchel repleta de corralones. El lenguaje que provenía de sus dimes y diretes habituales era de lo más “florido y versallesco”.
Hay un dicho popular que sentencia: “En todos los trabajos se fuma”. Como tantos otros dichos del acervo popular, esta frase ha caído obviamente en desuso en nuestros días. Muy pocas personas fuman y mucho menos en el trabajo. (Salvo que ejerzas un oficio que está muy de moda actualmente, dada su presencia en todos los telediarios). La sentencia que recordamos se refería a la necesidad de tener unos espacios de descanso a lo largo de la jornada.
Hoy he tenido que pasar por la consulta de mi médico de familia para pasar la ITV anual. Para comenzar, parte de los análisis no habían salido bien. Con el resto, la amable médica que me corresponde, realizó el diagnóstico en el cual se me pedían pruebas complementarias.
A lo largo del último curso me he estado enfrentando al conocimiento de la escritura manual de nuestros antepasados, especialmente en los siglos XIII al XVI. Todo ello se recoge en una asignatura cuyo solo nombre da una imagen de su complejidad. Se trata de la Paleografía.
Hace unos ideas asistí a una conflagración incruenta en una clase en la que se impartía Historia de la Edad Moderna. Nada que ver con la Revolución Francesa. El motivo de la trifulca se basó en las diferencias de criterio acerca de la temperatura que debe reflejar el dichoso termostato, con el fin de ofrecer una atmósfera adecuada. No llegó la sangre al río; tras unas arduas y agrias negociaciones, se llegó a un armisticio.
Muchos se interesan por mi opinión sobre el nuevo papa. Y yo que sé. Un montón de personas, alguno de mi familia, hablan de Robert Frances Prevost como si le conocieran de toda la vida. Ciertamente, estuvo en Málaga durante unos días en mi querido Colegio de los Olivos, lo hizo en función de su cargo dentro de la Orden agustiniana. Anecdóticamente, tengo un ahijado que comió con él en una ocasión. Pues muy bien.
La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.
Un día tras otro nos encontramos con frases de admiración sobre el ritual que rodea el fallecimiento de un Papa y la consiguiente elección de otro. Los diversos comentaristas (especialmente si no son creyentes) ponderan las distintas ceremonias, su perfecta organización, sus ropajes y toda la parafernalia que hay alrededor. Parece que no les gustaría que acabara pronto esta “fuente” de noticias.
La humanidad se siente muy ufana porque ha engrosado su capacidad de conocimiento basándose en la inteligencia artificial. Cualquier iletrado puede “redactar” un artículo copiando simplemente lo que el dichoso “chatgpt” le dicta. Los estudiantes encargan parte de sus deberes a su ordenador y los “expertos” en el copia y pega presumen de sus “conocimientos”. Todo el mundo sabe de todo. El apagón de ayer nos ha puesto en nuestro sitio.
No podía haber elegido mejor día para encontrarse cara a cara con el Padre. Para Francisco también llegó la Pascua. Me lo intuí durante la bendición “Urbi et orbi”. Estaba muy malito. En diversos momentos parecía que se quedaba dormido. Los que leían el mensaje pascual en su nombre, le miraban de reojo con cara de preocupación. Él sabía que se estaba muriendo.
Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.
Para ello, después de una limpieza étnica a fondo, se ha propuesto arrasar el resto de los países que le puedan hacer sombra, cuyos gobernantes deben ponerse en cola para “besarle el culo” (sic) y pedirle por favor que nos deje seguir buscándonos la vida.
Dice mi hija Anapi que cuento en estas páginas todo lo que me pasa. En parte lleva razón. Hace muchos años que quedó grabada en mi mente la frase del Evangelio de San Lucas que dice: “de la abundancia del corazón, habla la boca”. A lo largo del día mi mente se va llenando de ideas y de sensaciones, que se suceden de forma que, apenas has digerido una, aparece otra. De eso es de lo que escribo.
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