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En la vida corriente se suele decir que el peligro familiar procede de los cuñados (especialmente en las comidas de navidad), de las suegras (en todo momento) y de los primos-primas retirados (que a veces se arriman demasiado). Pero salvando las bromas, creo que es muy necesario para los políticos gozar de unos familiares en los que no se pueda poner en duda una asepsia total en sus obras, pensamientos y deseos.
A lo largo de la historia hemos accedido a infinitos golpes de timón por parte de los dirigentes políticos de turno. Los discursos y los hechos de los detentadores del poder, están llenos de cambios de rumbo, que les permiten llevar a cabo actuaciones que influyen poderosamente en el presente y el futuro de los pueblos.
Sí, ya sé que muchos de los lectores no son creyentes, ni tienen en cuenta los mandamientos. Pero da la casualidad que esta “recomendación” la puede presentar cualquier religión y, especialmente, la ley natural. El ser humano ha recurrido a la mentira y la envidia desde siempre. Nada hay nuevo bajo el sol. Pero corren tiempos en los que el Pinocho de los cuentos infantiles queda a la altura del betún ante los personajes que pululan por el mundo.
En estos días nuestras calles son invadidas por personas de todas las edades que celebran “los carnavales”. Durante una gran parte del siglo XX estuvieron prohibidos por las autoridades españolas, aunque se siguieron realizando en Cádiz bajo el seudónimo de “fiestas típicas gaditanas”. Con la llegada de la transición volvieron a coger vuelo hasta llegar a la explosión actual de desfiles, concursos y saraos de todo tipo.
Ya apenas queda nada de los viejos barrios malagueños. De las calles adoquinadas, de las “casas-mata”, de las sillas de anea sacadas a la puerta al atardecer, de las verbenas de la Trinidad o el Perchel. De las broncas y los festejos en las casas de vecinos o en los corralones.
Los miembros del “segmento de plata” hemos vivido la mayor parte de nuestra vida ajenos a ese odio visceral, que nos ha convertido a los españoles en los últimos tiempos, casi sin quererlo, en una suerte de bandos enfrentados radicalmente. Los primeros treinta años de mi vida se han desarrollado en un ambiente de búsqueda de progreso, de mejora en las condiciones de vida y de una libertad bastante aceptable.
Puede que alguno de mis lectores se pregunté la razón por la que fue nombrado patrón de este gremio, dada la impresión de ser un oficio un tanto moderno. Nuestro buen Obispo Francisco de Sales desarrolló su labor en Ginebra. Era un gran orador y un excelente escritor. Se dedicó a escribir folletos alentadores que después repartía casa por casa. En una palabra: fue un periodista de buenas noticias y de la Buena Noticia.
El ser humano está planificado maravillosamente para vivir una serie de años. Pero no siempre de la misma manera. Los medios de comunicación nos bombardean a diario con información que te invita a pasar del abandono a una fácil manera de volver a la juventud.
No exagero ni un ápice. Mientras desayuno veo aparecer el sol por encima del azul de las aguas. Se produce en mí una sensación de paz y de amor por la naturaleza que me perdura a lo largo de todo el día. Algo así deben de sentir todos los habitantes de las costas del Mare Nostrum. Desde Grecia hasta Gibraltar todos vemos aparecer el sol por encima de las olas o de la mar calma.
Al ser un periodista “raro” que llega a este estatus, después de muchas otras actividades, como premio a una situación de jubilado, mi acceso a los medios de comunicación ha sido siempre desde el papel de emérito. Comencé desde el diario de Málaga. Un periódico que desapareció de la noche a la mañana, por encontrarse inmerso en un procedimiento judicial enrevesado.
Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar un concierto emitido por televisión desde la maravillosa isla de Tenerife. Amén de por su calidad, el evento me emocionó por la cantidad de intervenciones como solistas de muchos de los componentes de los Sabandeños. Todo un ejemplo de participación que manifiesta la ausencia de “figuras” en el grupo.
En estos días se han sucedido las declaraciones extremistas, transmitidas por unos y otros, ante la aprobación por parte del Papa Francisco de un documento del DDF (antiguo Santo Oficio), por el que se autoriza que los sacerdotes bendigan a parejas homosexuales y a parejas de hecho heterosexuales.
Parece ser que a nuestra inteligencia natural la quieren sustituir con una nueva capacidad de comprender y discernir adquirida a plazos. Lo que quiere decir que, a partir de ahora, en vez de esforzarnos y estrujar nuestra sesera, vamos a recurrir a los puñeteros algoritmos y el dichoso metaverso, para movernos por el mundo para no hacer más el ridículo.
Pero es que estoy hasta las narices de tanto invento foráneo y de la aparición de costumbres venidas de no se donde. Todas se acumulan alrededor de las celebraciones tradicionales y de los niños. Estoy en duda si es para traer “novedades”, o para intentar derrocar las costumbres ancestrales que tanto molestan a los “modelnos”.
Cuando el mundo funcionaba “como debía ser”, se consideraban épocas de rebajas a aquellos días en los que terminaban las distintas temporadas de la moda, especialmente ropa y calzados. Con la bajada de precios se permitía el dar salida a las prendas sobrantes. Hoy en día se aprovecha cualquier oportunidad para estimular a los incautos compradores.
Pertenecemos a una generación que se consideraba preparada cuando leía y escribía perfectamente en castellano (tras rellenar muchos cuadernos Rubio para conseguir una letra aceptable) y dominaba las cuatro reglas. Además en la enseñanza primaria se nos dotaba de amplios conocimientos sacados de la Enciclopedia Álvarez, el catecismo y el libro de urbanidad.
En las viejas radios de capilla, de finales de los 40, resonaba esta canción interpretada por Jorge Sepúlveda. Pero para mí se hizo más cercana siendo interpretada por un violinista que ejercía su oficio en el arcaico tren de humo que se encaminaba alegremente hacia el Rincón de la Victoria. Eran los primeros años de la década de los 50 y aquel buhonero rifaba alguna cosa y tocaba el violín para ganarse la vida.
Aquel verano muchas familias malagueñas acogimos a una serie de niños procedentes de aquellas tierras, a fin de sacarles un poco de un ambiente enfermizo y devastado. Hoy no sé si es territorio ruso, bielorruso o ucraniano. Elena Vladivirovna Tulinskaya, que así se llama la adolescente que incorporamos ese verano a nuestra familia, llegó a nuestra casa como un perrillo asustado.
En dicho spot publicitario podemos observar como un grupo se divide inmediatamente en dos facciones ante unas preguntas concretas: esto o lo otro. Comienza con la broma de las preferencias por las tortillas de patatas: “con o sin cebolla”, y plantea el deporte nacional que consiste en dividir a los ciudadanos para todo en dos grupos irreconciliables, asentados en “su verdad absoluta”.
Como mucho, esperamos a que las comenten desde el canal que se encuentra más acorde con nuestras ideas políticas. Pronto acabamos olvidándonos del fondo de la cuestión. Una “bronca más, distinta y distante”. Se trata de otro problema lejano que apenas nos atañe. Como lo de Ucrania, que poco a poco vamos olvidando. O el desgraciado accidente de un joven achicharrado en un tren, o… Tantas cosas que apenas nos conmueven hasta que aparece la siguiente.
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