Hay un momento en el que se confunden ambas. El paso de los años va disminuyendo tu círculo de amistades y lugares de esparcimiento. Sin apenas darte cuenta te encuentras totalmente solo. Para mi la soledad se produce cuando tan solo te quedas con lo cotidiano, la rutina, lo que se realiza así “desde siempre”. El campo de acceso a lo desconocido se va cerrando. Los proyectos de futuro son cada vez más escasos y te dejas inundar por la monotonía. Entonces es necesario tirar de la voluntad. Desechar pensamientos que te invitan a rendirte a la evidencia y pensar que aun puedes sacarle jugo a la vida. Aunque esta esté bastante exprimida. Todo es cuestión de voluntad. De aceptar lo evidente y vivir con la esperanza puesta en el mínimo rayo de luz que alumbre tu existencia. Para comenzar, hay que aceptar la idea que la soledad impuesta es tan puñetera como la elegida. Pero sobre todo, la soledad vivida en compañía es más dolorosa. El mejor tratamiento contra esta situación es la puesta en marcha de proyectos. De la búsqueda de caminos que difícilmente te conducen a alguna parte, pero que te dan fuerzas para abordar con ilusión el nuevo día. Mi segmento de hoy parece un poco desalentador. Se asemeja un tanto a la vida a partir de cierta edad: cerveza sin alcohol, refrescos cero-cero, helados sin azúcar, café descafeinado, amor sin pasión... Para colmo “el calor, la calor y las calores” adormecen tu capacidad de lucha. Espero que vengan tiempos mejores. Que vendrán con seguridad. Hoy me ha pillado la vena tristona. Y es que la soledad nace de dentro.
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