Si accedes a cualquier embarcación de profesionales de la mar, te encontrarás de inmediato con una lucecita que permanece constantemente encendida.
Entre las múltiples experiencias que he vivido a lo largo de mi vida destacan las tres semanas que permanecí embarcado, allá por los ochenta, en el Ramiro Pérez, un barco mercante en el que realicé el viaje Sevilla-Barcelona-Tenerife-Sevilla enrolado como un tripulante más. Lo hice con la idea de escribir dicha aventura y de paso acompañar al hijo de uno de los oficiales que estaba un tanto atrapado por la vida “fácil”.
Apenas embarqué, me encontré con un cuadro adosado a la mampara, en el que figuraba una imagen de la Virgen del Carmen, ante la que lucía una bombilla permanentemente encendida. El capitán me dijo con orgullo que en su barco había dos “fuegos” que no se apagaban nunca. Una cocina con café y algo que comer y la capillita de la Virgen del Carmen.
Ayer se celebró el día de la Virgen del Carmen, la Virgen de los marineros, de los marengos de estas playas y de todas las del mundo. Gente ruda, maltratada por el viento y el sol, que prácticamente han perdido un oficio que se encuentra desde hace años en declive a causa de la construcción y el turismo.
Me gusta hablar con ellos, indagar sobre su fe. Ignoran la Biblia y prácticamente desconocen la existencia de Dios. Su Dios es la Virgen del Carmen. Una forma de nombrar al innombrable al que se refiere el pueblo judío. Su teología y su liturgia son muy sencillas. Invocadla a cada momento y pasearla por la mar cada 16 de julio.
Me han hecho recordar el libro de moda de Cercas sobre el “Loco de Dios”, que ahora tengo entre manos. Del mismo se desprende la búsqueda constante y consuetudinaria que realiza el ser humano de la fe y de las respuestas al cómo será el encuentro con Dios, la vida eterna y el más allá. La lucha permanente con la duda. (Sigo manteniendo que mi escasa fe se basa en mi capacidad de aceptar las dudas).
Las gentes de la mar son más sencillas. Les basta y les sobra con la Virgen del Carmen. Una especie de “fe del carbonerillo” que elimina toda controversia.
Sigo coincidiendo con la idea que dice, más o menos, que la fe es aceptar lo que no se ve, que cuesta trabajo entenderlo, pero que tenemos la esperanza de que se realizarán las promesas que nos dejó Jesús.. Aquí no tienen cabida las certezas. Como decía mi amigo sacerdote Paco Rubio nos enteraremos tres días después de muertos y por la tarde.
Me uno al grito unánime que resonó ayer por todas las costas españolas. Viva la Virgen del Carmen. En nuestro corazón también brilla una lucecita. Eso es la fe.
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