La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad.
El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.
Cuando ves que el paso de los años te va privando de amigos, de capacidades físicas e intelectuales y de proyectos a largo plazo, te encuentras ante la disyuntiva de sacar bandera blanca en señal de derrota o tirar para adelante con las pocas fuerzas que te acompañen.
Todas estas reflexiones me surgen a raíz de varias situaciones con las que me enfrento en estos días. Una física; cada día me duele más la espalda; me cuesta más trabajo caminar y termino más agotado de mis sesiones de gimnasia- natación para remediar los problemas lumbares. La segunda: los exámenes. Se acercan las malditas fechas que he odiado a lo largo de toda mi vida. Eso de la evaluación continua es un mito. En un par de horas debes demostrar todo lo que sabes de una materia, negro sobre blanco. Cinco asignaturas penden sobre mi cabeza en forma de “espada de Damocles”. En tercer lugar la incomprensión: de repente descubres que tu trabajo de muchos años como voluntario, es considerado por algunos como “las cosas de Manolo”. Algo innecesario.
¿Cuál es la tentación? La respuesta es fácil. No ir más a la piscina, mandar a esparragar los dichosos exámenes y cerrar el Biberódromo. Así te libras de quebraderos de cabeza. De ninguna de estas cosas tengo necesidad apremiante. Pero ahí surge el motivo por el que me siento integrado en el “segmento de plata”. No correremos. Ni tendremos la memoria de los 20 años. Pero somos capaces de caminar por la vida. Despacio, pero de forma constante.
Estoy gran parte del día rodeado de compañeros de estudios de veinte años. Memorizan más que yo, pero mi disco duro contiene información de todo tipo que les transmito. Les hago pensar y les hago reír. Los niños del Biberódromo, gracias a Dios y a los voluntarios siguen teniendo leche y pañales, mientras yo, personalmente, aun no he tenido que tirar del andador. Creo que vale la pena seguir. Solamente por hoy no voy a caer en la tentación de sacar la bandera blanca y rendirme. Mañana Dios dirá.
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