Cada mañana, a primera hora, puedo observar cómo un tractor se ocupa de limpiar las playas de mi paraíso particular a fin de dejarlas tersas e impolutas. Coincide su paso por mis “dominios” con la caminata matutina que aprovecho para pensar. Su presencia y actividad, me da ideas que me invitan a imitarle. Me inspiran para intentar realizar en mi mente una labor similar a la que el tractor efectúa cada jornada.
A lo largo del día, el uso, y a veces abuso, del maravilloso espacio que nos concede la naturaleza a la orilla del mar, va llenando las arenas de la playa de detritus, restos de comida, colillas y basura en general. El paso de los bañistas o la fuerza de las olas, sacan al exterior piedras que afloran sobre la fina arena del rompeolas. El tractor lleva un remolque que recoge la arena, la limpia y la extiende suavemente de nuevo. Cuando localiza una piedra, el operario baja pacientemente del tractor y la retira. Toda una faena que taurinamente sería premiada con orejas y rabo.
Con la mente y el espíritu sucede lo mismo. A lo largo del día se suceden encuentros y situaciones por tu vida, que la van llenando de hoyos más o menos profundos, protuberancias y basuras o basurillas de todo tipo, cuando no, de piedras con las que tropiezas o tropiezan los demás.
Por eso es muy importante que cada mañana extiendas sobre tu pensamiento ideas nobles, sin aditamentos. Una especie de repaso de chapa y pintura en la que te paras a eliminar esos pedruscos que rompen tu equilibrio o el de los demás. Para que limpies tu mente de aditamentos perniciosos que recibes a través de los sentidos. Todo se remata con una buena capa de comprensión y de buena leche. A sabiendas que tu mente mañana puede estar igual. Pero, solo por hoy, has allanado el camino propio y el de los demás. Mañana será otro día. Eso mismo piensa el tractorista que me saluda cada mañana desde su cabina.
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