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Ha dado la vuelta a la tierra infinidad de veces la anécdota de Diògenes andando por la calle bajo un sol abrasador con un candil encendido en la mano. El rey Alejandro el Grande se encuentra con el filósofo y le dice: “Diógenes, ¿dónde vas con el candil encendido si el sol brilla esplendorosamente?”. El sabio le responde: “Busco un hombre”. Podríamos concretar el deseo de Diógenes y hacerle decir: “Busco un político”.
El Lunes, 2 de julio de 2012, en el palacio de López, se desarrolló la primera reunión del Consejo de Ministros encabezada por el presidente de la República, Dr. Franco. Los ministros definieron las líneas del trabajo y se comprometieron en finalizar los proyectos pendientes para el próximo año del gobierno y trabajar conjuntamente en un ritmo dinámico hacia el crecimiento de la economía nacional y mantener los gastos del gobierno bajo control.
Tal como nos aclaró Winston Churchill, «la democracia es el peor de los sistemas políticos, si exceptuamos a todos los demás». Para los que hemos vivido la mayor parte de nuestras vidas en un régimen democrático, nos podría parecer que esa es la situación normal, pero no es así, tal como demuestra la realidad de nuestra historia.
Hubo un tiempo en el que teníamos la convicción de que la democracia era irreversible. Razonábamos mal, porque había evidencias suficientes para pensar lo contrario. Vivíamos rodeados de golpes de estado, de guerras de rapiña (aunque se decía que por la libertad), de violencia económica e incluso intelectual, pero preferíamos mirar hacia el mundo de las apariencias bellas, pero artificiales.
Hoy quiero invitarlos a reflexionar en torno a un fenómeno recurrente en las democracias occidentales, a saber, la ilusión de una política decadente que ha logrado con éxito que ningún voto rompa ninguna cadena. La creencia inquebrantable en el sufragio como catalizador de un cambio profundo define una de las grandes ficciones perversas de nuestro tiempo.
Internet se ha convertido en el terreno de juego perfecto de esta nueva forma de hacer política, y “la desinformación en su abono”. Por ejemplo, son constantes los mensajes cruzados en las redes sociales entre políticos o entre políticos y personajes de la sociedad civil, algunos de ellos extremadamente virulentos.
La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.
La democracia no es solo el derecho de votar cada cierto tiempo, sino la garantía constante del respeto absoluto a las leyes. Ese respeto resulta imposible sin una separación efectiva de poderes, principio elemental sin el cual toda sociedad democrática corre el riesgo inminente de degenerar en autocracia. Hoy, en España, esa separación está peligrosamente amenazada.
Dónde colocar a los nuestros ha resultado ser el mayor acuerdo político de la democracia que aún permanece intacto. Sin fisuras. Hablamos de una sociedad que enaltece el mérito del esfuerzo como baluarte para sobrevivir. La misma que ha de soportar impasible el favor grotesco del “compadreo político" en sus propias instituciones.
A lo largo de estos 25 años de docencia, he pensado en dejar la enseñanza en más de una ocasión. Motivos he tenido: leyes cambiantes y sin sentido, burocracia creciente, sociedad hostil hacia el profesorado, alumnado menos interesado en el aprendizaje, devaluación económica, irrupción de la IA… Cada vez que ese pensamiento invade mi cabeza, me recuerdo a mí mismo que lo importante aquí siempre es la Educación, así, con mayúsculas.
Mientras se suele observar con inquietud la erosión de los contrapesos institucionales en regímenes como el ruso o en liderazgos populistas como el de Trump, también en democracias consolidadas como España surgen señales de alarma sobre el debilitamiento de las estructuras que garantizan el equilibrio de poderes.
Se asocia con Michael Hopf, militar y escritor, aquella sentencia de que “los tiempos difíciles forjan hombres fuertes, los hombres fuertes traen buenos tiempos, los buenos tiempos crean hombres débiles, los hombres débiles traen tiempos difíciles”. Se trata de un encadenamiento en círculo, lapidario y determinista, que nos enfrenta a una sucesión de ciclos inevitables, en la línea del eterno retorno.
La verdad siempre es clara, aunque su figura pueda hacernos daño. Igualmente, los proyectos, siempre deben comprometer a la persona y su realización debe ofrecerse a todo miembro de la comunidad. Con el tiempo aparecerán los cambios, interesados o no; siempre será la comunidad la que decida.
Nuestra sociedad no incita al examen de conciencia. Al contrario, invita a cubrir los espejos, a desviar la mirada e ignorar lo incómodo o complejo. Todo lo que no nos afecte directamente –y ni eso: es incomprensible la apatía social-- nos es ajeno. No hablamos de falta de conciencia, sino de inconsciencia, de incapacidad introspectiva para evaluarnos y evaluar al mundo que nos rodea.
En una sociedad libre, el mayor patrimonio que posee un ciudadano no es material, sino simbólico, su voz. Su capacidad para pensar, expresarse, disentir, señalar lo que duele o lo que falta. Nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a decirle a otro qué puede o no puede escribir, qué temas abordar, o a qué causa entregarle su palabra. La libertad de expresión no es un privilegio, es un derecho.
¿Optarían los más jóvenes por disfrutar de una buena vida en lo material a cambio de una reducción en la calidad de la democracia? Eso parece desprenderse de una encuesta emanada de los entresijos del poder, pero se trata, creo yo, de un tanteo engañoso, pues no está reñida una cosa, el nivel de vida, con la otra, es decir, con la democracia.
Su volver en sí y regresar a la casa del padre tendría que ser nuestro volver en nosotros mismos y creer en Jesús que es el Camino que nos lleva a la casa del Padre celestial.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, odia a la prensa quizás tanto como la ama. Desde su incursión en la política electoral, en 2015, su afán por figurar en los titulares ha chocado con el periodismo crítico, que le exige rendir cuentas. Es por ello que el mandatario estadounidense ha calificado a la prensa como “enemiga del pueblo”, ha dirigido insultos a los periodistas y ha llegado incluso a incitar actos de violencia contra ellos.
En el Océano Atlántico despunta un territorio virgen donde sus playas surgen desde la costa salvaje tropical. La arena del desierto apenas caba en la copa de una mano, mientras que la catedral de San Pablo preside la vida de sus gentes. Este pequeño país al borde del mar se llama Costa de Marfil y en estas últimas semanas vive uno de los momentos históricos más convulsos de su reciente historia.
El Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes convoca los premios ‘Vivir, contar y sentir la democracia’ a los que podrán presentarse trabajos que pongan en valor la democracia, el conocimiento y fortalecimiento de los derechos y libertades sobre los que se articula la convivencia en España, así como el rechazo a las dictaduras y a cualquier forma de opresión.
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