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¿Es irreversible la democracia?

La mayoría creíamos que era un sistema que, al margen de teorizaciones, recogía los deseos mayoritarios y los trasvasaba a los gobernantes para su realización. ¿Experimentamos esto?
Luis Méndez Viñolas
martes, 29 de julio de 2025, 10:41 h (CET)

Hubo un tiempo en el que teníamos la convicción de que la democracia era irreversible. Razonábamos mal, porque había evidencias suficientes para pensar lo contrario. Vivíamos rodeados de golpes de estado, de guerras de rapiña (aunque se decía que por la libertad), de violencia económica e incluso intelectual, pero preferíamos mirar hacia el mundo de las apariencias bellas, pero artificiales.


Hoy ocurre lo mismo, aunque las prospecciones sobre el futuro no sean buenas. Los que organizaban aquellos desastres siguen ahí, pensando en qué hacer con nosotros. Para ellos somos el problema (un contrasentido: ¿quiénes les trabajarán, quiénes tributarán?). La cuestión es que no saben cómo administrarnos, como veremos.


Modernidad


Quienes como Felipe González hicieron de la modernidad doctrina política, nos apartaron de los clásicos y nos pusieron a vivir sobre un vació doctrinal (seguimos en él, podando ahora la filosofía en el bachillerato). Se nos informó de que las clases y la Historia habían finalizado. Sin embargo, ricos bien informados afirmaban y afirman que ellos sí saben a qué clase pertenecen, y que gracias a ello van ganando. Qué importante es tener tiempo para leer.


Embarcados en una modernidad sin pasado no atendimos a señales sintomáticas. En 2004 (no era la prehistoria) Grover Norquist aseguraba que “enterraremos a los europeos, aceleraremos el declive de los sindicatos, recortaremos la financiación de los empleados y moveremos el Estado de Bienestar hacia un sistema privado… No quiero acabar con el Estado. Sólo quiero hacerlo tan pequeño que pueda ahogarlo en la bañera”. Nadie le dio importancia a tales promesas. ¿Ese individuo era alguien importante? Sólo el cerebro de la campaña electoral de Bush hijo (republicano), y ambos ganaron.


Antecedentes


En los años treinta hubo una grave crisis económica. Una más, pero con un nuevo contendiente enfrente. Las reacciones fueron diversas. Mientras en parte de Europa surgían los fascismos (para tratar con mano de hierro a los trabajadores), en EEUU Roosevelt (demócrata) pedía a los ricos que aportaran fuertes cantidades de capital para evitar consecuencias traumáticas para sus propios intereses. La mitad reaccionó positivamente, lo que permitió la política del New Deal. La otra mitad no ha parado de maquinar tanto dentro de EEUU como fuera. Pasada la alarma se evaporó la protección social. Seguro que Norquist (republicano) es uno de los herederos de los no colaboradores.


No se debe deducir de esto que republicanos y demócratas sean antitéticos, Los demócratas de ahora nada tienen de rooseveltianos; el problema social sigue sin abordarse seriamente. Además, la política interior atañe en exclusiva al pueblo estadounidense. Atendamos a lo que sí repercute en nuestras vidas, es decir, una política exterior unipolar. El belicismo del país nunca decayó, salvo durante 16 años, tal como nos recordó Jimmy Carter (demócrata) en 2018. Obama (demócrata) ha sido el presidente más belicista de EEUU. En 2016, The New York Times, periódico de preferencias demócratas, decía: “El único presidente en la historia de Estados Unidos en ejercer su mandato de ocho años con el país en guerra”. Que unos cuantos parches internos no nos confundan.


Tripartismo


Tras estos últimos treinta o cuarenta años de modernidad (o postmodernidad, ya no se sabe con tanta nomenclatura críptica), cosas que parecían imposibles comienzan a perfilarse. Uno de esos cambios va dirigido contra el sistema tripartista, eje de las políticas de centro que hasta ahora ningún partido ha cuestionado ni quiere desocupar, al menos manifiestamente. Este sistema determina --supuestamente-- los ejes de la política social y económica. Fundamentado en el diálogo social y en la conciliación pacífica entre el Estado, los sindicatos (trabajadores) y el capital (empresarios), y no precisamente por este orden, evita los grandes conflictos, y a la vez no desespera a los grandes poderes en cuanto muchas veces quita con una mano lo que da con la otra.


Tenemos una constitución que consagra importantes conquistas sociales, sí, pero recuérdese lo que decía Romanones: hagan ellos las leyes que nosotros haremos los reglamentos. Tanto que hemos pasado de democracia social textual a democracia neoliberal real. En esta línea fueron los famosos Pactos de la Moncloa (González, Carrillo. Tierno Galván por la izquierda, Suarez por el centro, Calvo Sotelo y Fraga por la derecha), los cuales encauzaron la democracia durante muchos años.


¿Es esta la política de la UE? Creemos que no; la suya es la del unipartismo (un poder unívoco sin control ni censura sobre los estados), dirigida a trasvasar hacia las grandes corporaciones inmensas cantidades de las rentas de los ciudadanos. Si no, ¿de dónde saldrán esos 800 mil millones para el rearme? Hay que subrayar que no todas esas corporaciones pertenecen a la UE.


Nosotros


Esa modernidad comenzó mal: cuando llegó la democracia nos dijeron que había que adecuar las cabezas, y nos fuimos a la peluquería. España no es un lugar ético, sino estético. A más forma, menos fondo. Esta es la causa de su éxito: permite cambios injustificados. Lo que es, es. Puro funcionalismo. La razón se asienta sobre sí misma, sin más. Puede pasar de un consumismo delirante a una mística ascética sin dar explicaciones congruentes. La nueva verdad de "no poseerás nada y serás feliz" es “rabiosamente” idónea para lo que viene.


¿Qué preocupa a los órganos pensantes?


Lo que dijo Norquist no era una balandronada. Una parte del mundo está materializando sus palabras. Europa está debajo; los sindicatos, fuera; el estado de bienestar en evidente encogimiento, si no desaparición (una de las pocas ventajas de estos años es que se ha visto la realidad que hay tras las pantallas publicitarias. Sería bueno hacer un censo de cuántos servicios son sólo un eslogan). De gran alcance es la frase de “recortar la financiación de los empleados”. Sin empleados (suponemos que se refiere a los públicos) no hay Estado (observación: el grueso de los funcionarios está en la sanidad y en la enseñanza); sin Estado no hay competencia a los beneficios privados.

¿Desaparecerán las necesidades, los enfermos, los estudiantes? No, pero se privatizarán. Las colas están ahora en la sanidad privada (mientras que los ambulatorios, vacíos)… hasta que los precios las recorten (aún no se ha comprendido que una cola es muestra de precios bajos). Curioso que en las filípicas de Felipe González nunca hable de las colas de la sanidad, de la capacidad adquisitiva de las pensiones, del precio de los alquileres. El habla ex cathedra sobre la organización del orbe.


La frase del republicano Norquist también repercute en los trabajadores privados. Es evidente que para él, un trabajador ni crea valor ni se paga su salario ni crea plusvalor para el empleador. Esto sin contar la tributación. Por el contrario, es un elemento molesto, prescindible, una costosa carga (vaya patriotas sin compatriotas). ¿Prevé un mundo sin trabajadores? No, basta con que vengan de fuera, sin derechos, a bajar niveles salariales; y las empresas de dentro, se vayan fuera. No estamos seguros de la reindustrialización de Trump. Decirlo es fácil.


La frase de Norquist es un programa mundial que avanza sin que nadie sepa cómo ha sido. ¿Oímos hablar de este destructivo plan en algún foro institucional, partidario, económico, sindical, académico, eclesial, municipal, autonómico, de barrio, felipense, feijooliano?


¿Tan equivocado estaba el tripartismo?


Sin embargo, ¿aciertan los Norquist, desde el punto de vista de su propia clase, en lo que proponen? El tripartismo surgió porque había dos frentes, el interior y el exterior, por lo que había que aplacar al del interior. En 1991 se desbocó la euforia, pero la realidad es aún más cambiante que la modernidad.

Esta canibalización de Europa, en beneficio de EEUU (ahora un 15 por ciento de aranceles frente a un cero por ciento, todo un éxito soberano), creará forzosamente malestar interno. Y el ascenso de lo que llaman Sur global anulará la unipolaridad que se creía definitiva. ¿Podrán las corporaciones contra casi todos? Einstein decía que un hombre inteligente resuelve un problema, uno sabio lo evita.


Despojados de pensamiento


Entre los muchos defectos de esa modernidad destaca la soberbia. Todo lo que no gire a su alrededor es anacrónico o atrasado. Hasta ignora de dónde provienen sus privilegios y culpas. El estudio del pasado se lo podría aclarar. Pero cuando no se tienen ideas no se tiene curiosidad. Cree que unos cuantos rascacielos y autovías son la esencia de la civilización, del jardín. Una existencia sin Historia, como preveía el ínclito, es viable. Los grandes pensadores quedaron arrumbados en los desvanes. Dado que las circunstancias en las que estos basaron sus reflexiones no volverían, eran innecesarios. Utilidad más mercado igual a hombre definitivo. Filosofía e Historia, fuera; cómo jugar a la bolsa, dentro. La sorpresa es que esas circunstancias sí están volviendo. Recuperar muchas de sus reflexiones y los itinerarios que siguieron sería señal de cordura. Pero, ¿para qué de Vitoria, Mariana (no censurado en España y sí en Francia), Grocio (encarcelado en Holanda), Hobbes (permanentemente huido de Inglaterra), Montesquieu, Montaigne, Adam Smith (que no era neoliberal), los iconoclastas utópicos y científicos, Keynes (frente a White), si el mundo que pensaron, dicen, ha desaparecido definitivamente?


De las palabras a la realidad


Lo dicho por Norquist se está haciendo realidad: los europeos están prácticamente enterrados (endeudados, sin energía barata, sin industria, sin materias primas, con un compromiso de gasto militar inafrontable; huida de empresas y talentos); el declive de los sindicatos es evidente (olvidó a los partidos, o el uno más uno igual a uno lo hizo innecesario); los recortes salariales llevan tiempo produciéndose; el Estado de Bienestar va camino de convertirse en un sistema completamente privado (extraño que olvidara a las pensiones); ¿qué más esperamos?


¿Qué harán con nosotros?


La mayoría creíamos que la democracia era un sistema que, al margen de teorizaciones, recogía los deseos mayoritarios y los trasvasaba a los gobernantes para su realización. ¿Experimentamos esto? No, sino que se realiza la voluntad de una minoría extraña de dentro y de fuera. El problema se agudizó con la UE. Antes nos podía defraudar nuestro propio Estado. Hoy este tiene la excusa --muchas veces cierta-- en la UE, que dicta qué hacer a espaldas de todos. Volvemos a recordar el 15 a 0 por ciento de aranceles (acero y aluminio, 50 por ciento), 750.000 millones de dólares en energía estadounidense (cara) y 600.000 millones de dólares en nuevas inversiones en EEUU

Nuestro futuro es incierto. Quizás debimos preguntar a Norquist qué nos esperaba cuando hablaba así. Parece que él y muchos de nuestros compatriotas, pueden más que millones de votos ciudadanos.


Los más informados opinan que hay centenares de proyectos en pugna, y que todo dependerá de múltiples avatares, siendo fundamentales la marcha de la economía y de la estrategia mundiales.

Hay cierto consenso en creer que el neoliberalismo está agotado. Es evidente su estancamiento económico. La poca inversión de las empresas es uno de los datos más alarmantes. No obstante siempre hay irreductibles.


Otros proyectos: Regreso a los años 60, época en la que se dieron los mayores índices de crecimiento económico. Cierto keynesianismo, con planificación indicativa y grandes inversiones públicas. Nos parece una visión demasiado optimista. El problema del gran endeudamiento, de cualquier forma, está ahí.


Cierta imitación del modelo BRICS. Los gobiernos y no las corporaciones establecerían las directrices de la nación. La proporción en la distribución entre lo público y lo privado no sería lo importante, sino las materias distribuidas, de forma que los sectores estratégicos estarían en manos del Estado.


Tenemos el gran reinicio. Volver a cero. Para la IA, el no va más. No obstante, enfoques menos optimistas sospechan de una deriva hacia el hipercorporativismo. En su versión más radical, las corporaciones serían las propietarias de todo, y bajo pago, los ciudadanos disfrutaríamos del uso de las cosas y de los servicios.


¿Los ciudadanos? Quizás sea verdad que nos quitan lo que les permitimos. Posiblemente si los ciudadanos no hubieran desechado a esos clásicos polvorientos, no habríamos llegado hasta aquí. ¿Hay voluntarios para salir en esta foto? No. Mientras tengamos rock and roll en la radio no hay problema.

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