Dónde colocar a los nuestros ha resultado ser el mayor acuerdo político de la democracia que aún permanece intacto. Sin fisuras. Hablamos de una sociedad que enaltece el mérito del esfuerzo como baluarte para sobrevivir. La misma que ha de soportar impasible el favor grotesco del “compadreo político" en sus propias instituciones. Tengan éstas el nivel que tengan. En ocasiones, soliviantando las competencias de puestos que ocupan, no olvidemos, los mejores y que además accedieron en condiciones de igualdad.
Me viene a la memoria una frase de la escritora italiana (Francesca Giannone) que dice: ‘cuando hay algo que nadie entiende significa que ese algo no es lo correcto’. Huelga decir que la frase entra sin querer en principios sociológicos cimentales.
En este asunto prevalece claramente el interés de ejercer un control partidista y en ocasiones personalista caciqueando las posibilidades y la proyección pública de las instituciones. Considerando el suelo genealógico de nuestra democracia es más que evidente lo pretencioso de la idea, para muchos necesaria, de ‘profesionalizar’ la administración. La supuesta razón del título que les acompaño.
Lo que sí sabemos es que no se da el marco adecuado para este debate ni para garantizar su transparencia, algo incompatible con la confianza del ciudadano. Comenzar por proteger el valor de lo público se me aparece como la opción más digna.
La utilización de atributos tan vagos como la confianza o la especial responsabilidad como subterfugio de la autoridad que contrata para una provisión, en este caso caudillista, no hace sino que reforzar la idea de lo anquilosado de las instituciones a criterios de vasallaje y nepotismo. Aunque, no está claro el origen ni la autoría de la siguiente afirmación ni tan siquiera el porqué la menciono. Es la sombra que siempre está presente :
“Dale poder a un hombre y se corrompe”.
Lo impúdico es dar carta de naturaleza a la conversión ilícita de ciertos perfiles a funciones puramente partidistas o como engranajes para corruptelas presentes o futuras. La política no paga, tampoco ofrece dádivas. Utiliza el privilegio del poder y compensa con el reparto. Es algo esencial, no tiene otra forma de subsistir más que con la lógica de un “sindicato de influencia”.
No obstante, y a pesar de existir una directiva que razona y regula los procedimientos en este tipo de contrataciones cada vez son más los órganos que denuncian su abuso como práctica habitual, la buena fe y transparencia.
Probablemente el subsiguiente párrafo, que en algún momento extraje de uno de los tantos tratados de sociología, ahonde en una de las posibles explicaciones subyacentes a todo este fenómeno: “Si una sociedad permite que gente sin escrúpulos llegue a gobernar es porque con su sufragio intenta proteger su estructura tribal, y por otro lado, una estructura tribal perversa se auto-refuerza con el ejemplo de las cabezas más visibles”.
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