Tal como nos aclaró Winston Churchill, «la democracia es el peor de los sistemas políticos, si exceptuamos a todos los demás». Para los que hemos vivido la mayor parte de nuestras vidas en un régimen democrático, nos podría parecer que esa es la situación normal, pero no es así, tal como demuestra la realidad de nuestra historia. Así mismo, si echamos un vistazo al mundo, vemos que lo predominante son los «regímenes aparentemente democráticos» pero con evidentes aspectos autoritarios.
Y es que es posible la conversión de un sistema democrático en un régimen autoritario, aunque eso muy probablemente ocurriría mediante un proceso gradual, casi imperceptible. Para iniciar ese proceso se necesitaría un sujeto, la ideología que articulase el proyecto, el momento y el caldo de cultivo que sería una sociedad corrupta, que en palabras de Chesterton «estuviese formada por individuos que considerasen derechos sus necesidades y abusos los derechos de los demás».
Verdaderamente existe ese sujeto, ya que no hay que estar muy informado para estar al tanto de determinados líderes y fuerzas políticas que «nos comen el coco» con eso de «proyectar la superación» de lo que ellos, con desprecio, denominan «Régimen del 78».
Del mismo modo, es evidente que existe la ideología que articula el proyecto de dinamitar el actual régimen de libertades que nuestros padres y abuelos consiguieron configurar. El momento siempre es en época de crisis (no sólo económica), momento en que se discuten los pilares sobre los que se ha sustentado nuestra convivencia. Ya se vio con las movilizaciones de aquel «horrible y horrendo» 15-M que siempre tuvo un objetivo, digámosle, de raíz anarquista.
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