Nuestra sociedad no incita al examen de conciencia. Al contrario, invita a cubrir los espejos, a desviar la mirada e ignorar lo incómodo o complejo. Todo lo que no nos afecte directamente –y ni eso: es incomprensible la apatía social-- nos es ajeno.
No hablamos de falta de conciencia, sino de inconsciencia, de incapacidad introspectiva para evaluarnos y evaluar al mundo que nos rodea.
Conciencia y utilidad
Pretender una generosidad universal es ingenuo, pero no tanto si se intenta a través del interés. ¿Pueden relacionarse conciencia y utilidad? Posiblemente la máxima “no quieras para los demás lo que no quieras para ti” más que una norma generosa, lo sea inteligente. Es comprender que también somos el otro y que su daño es el nuestro.
¿Vale esto para las élites? Parece que no. Ellas son sus intereses y nada más. El bienestar distancia; el bienestar absoluto anula al prójimo. Por eso hemos de luchar para que las consecuencias de sus acciones recaigan sobre ellos y no sobre nosotros.
Fundamentalismo ideológico
La generación actual podría estar actuando --o permitiendo que se actúe-- contra sus propios intereses. Se está produciendo una radicalización fundamentalista en la que se separan el bien y el mal sin definirlos (imposible con tantas y cambiantes varas de medir. Sorprendente, según Joanna Lei, doctora y legisladora taiwanesa, la negativa realidad de la democracia en ese país).
Los conceptos de paz, de negociación, han sido sustituidos por los de seguridad e inexorabilidad. Hemos retrocedido a la mentalidad tribal, al descarnado o nosotros o ellos. Se ha eliminado al diplomático profesional. Es evidente que se ignora la máxima añadida de que si la guerra es la continuación de la política, la diplomacia es la continuación de la guerra por otras vías. Es decir, la guerra con posibilidad de marcha atrás.
El pensamiento tiene múltiples coordenadas, entre ellas las de espacio y tiempo. Recordemos los lugares donde aficionados irreflexivos, tras sus derrotas electorales, han pasado a la irrelevancia. Desde esta perspectiva ¿no es preocupante que nuestro destino haya estado en sus manos? Nunca hemos tenido unos protectores tan suicidas ni se ha hecho una delegación tan ciega y desinformada.
En lo que respecta a España, esta ha de pensar cautelosamente dónde pone sus intereses, preguntándose si esta UE no es una cesta con el fondo roto. La Historia de Europa ha sido una concatenación de guerras. ¿Quiere la UE volver a esa lógica?
Ante tal panorama es necesario que despertemos a nuestras conciencias e inteligencias. No enumeraremos una vez más todos esos dramas a los que hemos dado la espalda y que deberían avergonzarnos. Si la racionalidad es la autoprotección de la especie, los animales son bastante más racionales que nosotros, que en vez de apagar fuegos los vamos encendiendo.
¿Por qué esa inculpación? Porque, como decía Luther King, la indiferencia de los buenos estremece más que la maldad de los malos.
Noosfera
Le Roy, Teilhard de Chardin, Vladimir Vernadsky, con las variaciones que queramos, hablaban de un espacio que contenía la conciencia humana, al que denominaron noosfera, la "esfera de la razón". Recuperemos el concepto (frente al nihilismo que nos van instilando) en la idea de que podemos contribuir a la calidad (o ausencia) de esa conciencia universal.
Por el contrario, si nos dejamos llevar por la estupidez impuesta, por el riesgo irresponsable, es posible que nos hallemos ante una violencia, que aún lejana, puede aproximarse.
Es evidente que hay fuerzas interesadas en llevarnos incomprensiblemente al borde del abismo. Decimos incomprensiblemente porque no escaparían del caos producido. No se puede eliminar a una nación, potencia nuclear, como pide la Sra. Kallas, sin que nos llegue la onda expansiva.
A las maniobras de esas fuerzas se unen tiempos de transición histórica y de reequilibrios globales. Ante tal posibilidad, quienes lo tienen todo, piensan en un futurista regreso al pasado, cualquiera que sea el precio (pero a nuestra costa).
Esas élites y sus numerosísimos subalternos (consejeros, directores, ceos, seos, cfos, cmos, coos, y demás nomenclatura, con sueldos no inferiores a 20 mil euros al mes), creen, en su burbuja inmaterial, que el mundo se puede deslocalizar y relocalizar a gusto, y que lo que hizo Nixon, lo puede deshacer Trump en cien días (Europa sólo es comparsa). De nuevo la idea de la compartimentación para evitar la realidad.
La droga de la economía especulativa les ha incapacitado para concebir a la economía real. Y sus jefes no aceptan ni siquiera una dignísima posición de primeros entre iguales.
Fin de una época
Durante siglos la riqueza afluyó de la periferia a lo que se llama Occidente. Pero ningún periodo histórico es infinito. El mundo se dirige hacia un reequilibrio inevitable. El 10 por ciento de la población mundial controla el 90 por ciento de la riqueza, mientras que el 50 por ciento solo dispone del 1 (uno) por ciento (es decir, que al 40 por ciento restante, nosotros, le toca un reducido 9 por ciento). Un día esto habrá de estallar (sobre todo en nuestras caras) si no se arregla racional y cívicamente.
Los demás
Respecto a nosotros mismos podemos ser todo lo descuidados que queramos, pero, ¿y respecto a los demás? Estamos seguros de que tal referencia provocará escepticismo, si no burla. Los demás. ¿No decía Sartre que son el infierno? Pero, ¿no lo son también nuestros hijos, la propia familia? Y por ende, ¿no son los hijos ajenos los nuestros propios, en cuanto son los de todos? ¿Y por qué sólo los hijos?
¿Argumentos emocionales? Si unos extranjeros intentaran invadirnos ¿la defensa de los demás no sería nuestra propia defensa? Pues el mismo argumento cabe para defendernos de la invasión de idioteces que nos pueden llevar a la catástrofe.
Políticas rabiosas
Por desgracia hemos vuelto a aquellos tiempos en los que la rabia, cargada de racismo y de xenofobia, era admisible en la política internacional. En este punto hemos de ser justos con nosotros mismos (cosa que no solemos hacer) y decir que la paciencia que España muestra en su política exterior no la tienen quienes frecuentemente se proclaman superiores y civilizados. Un sofisma más. ¿Acaso han sido nuestras las dos guerras mundiales?
Pero esto no nos exculpa nacionalmente: hemos dejado solos a los más débiles de dentro y de fuera, sin que haya habido el menor gesto no ya de dolor, sino de incredulidad o de vergüenza. Sin embargo, que algo ocurra en algún lugar significa que se puede trasladar a cualquier lugar. Pero no hay reacción. Han sido décadas de películas (el cine es un gran incitador a la emulación) en las que tener creencias resultaba ridículo.
Si las cosas fueran a peor, ¿qué recursos psicológicos tenemos? ¿La manida resiliencia? ¿Tenemos un ideal, una filosofía, una biografía imitable, un proyecto que, cualesquiera que sean los golpes, actúe como último recurso moral y psicológico?
No sabemos si tenemos resiliencia o resistencia. Ojalá no nos pongan a prueba. Las perspectivas no son buenas. Los economistas honrados ya utilizan para los países de la UE términos preocupantes. Échense 800 mil millones más que no tenemos y preguntémonos cuáles son el remedio y la enfermedad.
A ciegas
¿Sabremos cabalmente quiénes son nuestros amigos, enemigos, posibles aliados, posibles apuñaladores por la espalda (harán cola; ya se ha visto)? ¿Sufriremos una nueva desindustrialización? ¿Se nos reserva más subalternidad bajo la prepotencia de las impotentes Gran Bretaña, Francia y esa Alemania con canciller en segunda vuelta?
¿Puede una nación desarrollarse sin plantearse dudas sobre su democracia, su soberanía, su dignidad, su autoprotección?, ¿puede prescindir de elementos cohesionadores e impulsores? ¿Puede vivir sin preocuparse ni ocuparse?
Algunos puntos
Es evidente que la UE ha podado nuestras democracias. Sus competencias aumentan diariamente sin rubor y sin que sepamos la fuente de su legitimidad. Cada día que transcurre los países pierden un trozo de soberanía democrática en un juego confuso en el que los jefes de gobierno van a tener que pedir permiso a la Sra. Kallas para ir al baño.
Lo que no nos quita la UE, lo abandonan los gobiernos. Nos asombra que todo suceda sin necesidad de reformar nuestra Constitución, que consagra muchos derechos que se esfuman sin haber sido disfrutados plenamente. El Tratado de Lisboa fue sometido a referéndum en un sólo país, Irlanda, y fue rechazado. ¿Alguna directiva o dictamen comunitario dice que la UE es para vivir peor? Lamentablemente aquel término de “déficit democrático” ha sido abandonado.
Soberanía. ¿Podría la Comisión Europea provocar directa o indirectamente que alguno de nuestros partidos fuera ilegalizado porque sus electores, en su legítimo derecho, decidieran determinadas políticas que a la Comisión no le gustaran? ¿Sabemos qué le gusta? ¿Dónde lo dice?
Dignidad. ¿Hasta qué punto los gobiernos nacionales han de pasar por el aro de una subalternidad ciega sin que un cuerpo de normas regule claramente decisiones que así resultan arbitrarias? Son ya varias las veces que la Sra. Kallas, por ejemplo, habla en nombre de un “ellos” anónimo que nada tiene que ver con normas e instituciones públicas.
Autoprotección: pareciera que confiamos en la defensa que de nosotros harán los demás. Absurdo. Ignoramos muchas cosas, como que en la IIGM la mayoría de los países no ofreció resistencia (Francia, 45 días. Los escandinavos fueron ocupados pacíficamente, e incluso alguno colaboró).
Política exterior: ¿Vamos a adquirir los compromisos de quienes los abandonan a capricho? Planificación estratégica: ¿La hay o parcheamos a gusto de los que se han autonombrado miembros rectores de la UE, incluso sin pertenecer a ella? ¿Tenemos un proyecto que provea lo necesario, independiente de intereses ajenos, como ocurrió con nuestra reconversión industrial o con las normas austericidas que tanto perjudicaron a los países del sur?
Identidad: ¿Qué nos cohesiona? ¿La fiesta lúdica, religiosa, deportiva? ¿Somos un grupo conjuntado por un territorio, un idioma (que parece no valoramos suficientemente). ¿Hemos valorado las peligrosas consecuencias de los juegos centrífugos?
¿Nos imaginamos defendiéndonos unos a otros? ¿Sabemos de la necesidad de una identidad colectiva, o seguiremos buscando artificiales hechos diferenciales, ajenos a las desastrosas experiencias de otros lugares? ¿Nos han echado desde fuera la droga de la dispersión, tal como hicieron en el XIX con el opio en Oriente?
Mérito: ¿seguiremos escuchando a demagogos de verbo fácil, internos y externos, sin biografías de servicio público que avalen su posición? ¿No nos preocupan sus sombras? No está mejor la UE.
Premios: ¿seguiremos siendo el país que castiga a sus mejores elementos y encumbra a los dudosos? Recordemos a Isaac Peral y todos los incidentes que rodearon a su genial invento; recordemos las consecuencias que tuvieron en la guerra de Cuba. El caso se debería estudiar en las escuelas como ejemplo de cómo se puede traicionar (es la palabra, sin exageración) a un país.
Inteligencia: ¿cuándo la valoraremos? Es incompresible que aupemos a estrellas mediocrísimas (que luego gastan sus millones en el extranjero) mientras nuestros científicos cobran una media que no supera los 30 mil euros anuales. Según la RAICEX (científicos en el extranjero) más de 40.000 investigadores y científicos han salido del país. Ignoramos si por afán de lucro o por paro.
Este apartado nos lleva a un subapartado: al estético. ¿Hemos optado por el vulgarismo? ¿Quién lo impone? ¿Molestan las personalidades carismáticas? ¿Pretenden relacionar vulgaridad y democracia?
Planificación: Oyendo a la mayoría de los dirigentes de nuestros partidos se nos hace difícil imaginar una planificación diseñada coordinadamente entre todos en interés de la nación. La palabra Europa nos ha vaciado.
Ejemplaridad. ¿Cuándo será reconocido el sacrifico personal en beneficio de la colectividad? ¿Cuándo las aspiraciones personales y ese beneficio colectivo se conjuntarán?
Visualizar esa noosfera posiblemente nos situaría ante nuestra propia responsabilidad. Los pueblos no están sólo para pedir y recibir, sino también para proponer y apoyar (por todos los cauces posibles). No hay que olvidar que hay decisiones difíciles que necesitan de un fuerte apoyo popular sin el cual son imposibles.
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