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Manuel Rebollar Barro
Manuel Rebollar Barro es, entre otras muchas cosas, ecijano (Sevilla, España), acuario, varón, caucásico, monocéfalo, bípedo,… y de ninguna de las cosas se siente orgulloso porque no ha tenido nada que ver en ello. Por otro lado, sí es responsable de buscar su voz, una voz que nos pertenece a todos y que solo pretende analizar la realidad desde las cuatro paredes de un instituto de secundaria y extrapolarla, porque, de un modo u otro, todos seguimos en clase. |
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Lo veo pugnar por mantenerse en lo alto de un pequeño montículo que defiende de sus compañeros de juego, otros tres o cuatro muchachos de unos siete u ocho años. El objetivo es claro: no permitir que nadie permanezca encima y, desde allí, y una vez repelidos todos los intentos de sus amiguetes por conquistar el lugar, gritar, como si no hubiese nada más importante en el mundo, que él es el rey de la montaña –que es la vida–.
Acudo a la 33ª edición de “Arte Santander” y me dejo llevar. Me enfrento a las obras que allí se exponen: pintura, escultura, fotografía... Desmenuzo una para ver qué me trasmite e intento comunicarme, en ausencia, con el artista desde mi óptica de la recepción. Una vez analizada, busco el nombre que se le ha puesto en la cartela para completar lo sentido con el valor emitido desde la palabra y, entonces, surge el anodino e insustancial “Sin título”.
Una rotonda es el espejo de una sociedad. Cuando quieras saber cómo es un país, fíjate en cómo se aborda una rotonda, cómo se incorpora la gente y cómo se permite –o no– hacerlo a los demás. Ahí aparece la noción de ceda el paso, esa concesión al dinamismo de la existencia en comunidad, la necesidad de que todo esté en movimiento, de que fluya la comunicación y que todo el mundo quede incorporado a la rueda de la vida.
Del mismo modo que siempre hay una primera vez para lo que hacemos –primer llanto, primeras palabras, primeros pasos, primeros amores…–, sucede lo mismo con su antónimo, que también hay siempre una última vez para todo, aunque, a diferencia de la otra, en muchas ocasiones desconozcamos que no habrá más.
Cuando era pequeño, era Spiderman. O mejor al revés. Cuando era Spiderman, era pequeño. Buscaba arañas y me las ponía en la mano para ver si me picaban y me transmitían sus poderes. Incluso llegué a volcar sobre ellas las limaduras de hierro y el sulfato de azufre del Quimicefa para provocar el accidente que diera origen a todo. Pero nunca sucedió nada más allá de mi imaginación.
Tenemos que hablar. Cuando uno crece en familia, la charla sobre sexo es uno de esos rituales de paso por el que se ha de transitar, primero como hijos y, después, cuando se madura y se avanza hacia el otro lado del espejo, como padres, actualizando la fórmula y haciéndola más llevadera. Siempre es un momento incómodo, pero esencial para mostrar la realidad a la que se enfrentan durante la adolescencia y, en consecuencia, el resto de su vida.
A lo largo de estos 25 años de docencia, he pensado en dejar la enseñanza en más de una ocasión. Motivos he tenido: leyes cambiantes y sin sentido, burocracia creciente, sociedad hostil hacia el profesorado, alumnado menos interesado en el aprendizaje, devaluación económica, irrupción de la IA… Cada vez que ese pensamiento invade mi cabeza, me recuerdo a mí mismo que lo importante aquí siempre es la Educación, así, con mayúsculas.
Está claro que el presidente norteamericano no sabe quién es Barbapapá, y, si lo supiera, al ser francés, le gravaría un 20%, menudo es él. Ahí está, como si no tuviera suficiente con las reacciones en medio mundo a sus caprichosos desvaríos, calentando el ambiente en su propio país, apropiándose de leyes obsoletas para justificar lo injustificable. Aunque ya no nos debería sorprender, dado el historial de estruendo que atesora. Y no es el único.
¿Eres consciente de la de veces que te has quejado de esos alumnos que se aprovechan de los grupos configurados en clase para obtener la misma nota que el resto sin colaborar? ¿Recuerdas la cantidad de ocasiones en las que has tenido que escuchar los lamentos de los estudiantes que realizan todo el trabajo y ven lo injusto de lo sucedido? ¿Comprendes la impotencia que se instala en aquellos que sienten que se aprovechan de su esfuerzo y que desconfían del concepto de grupo?
Ha muerto Mariano Ozores, pero, al morir, ha renacido de una tacada mi infancia y adolescencia, el primer reproductor VHS de casa, el videoclub de mi barrio, la liturgia familiar de acudir cada viernes por la tarde a él para coger tres películas, una por cada día del fin de semana, con la condición indispensable de que una había de ser de Mariano Ozores, imposición de mis padres, el resto les daba igual, pero una de Ozores.
Cuando en el verano del 2003 David Beckham fichó por el Real Madrid y se le ofreció dorsal, eligió el número cuatro que dejaba libre Fernando Hierro, que abandonaba el club. El departamento de márquetin, que siempre está en todo, rechazó su propuesta inmediatamente porque, si elegía ese número, no iba a vender ninguna camiseta en el mercado asiático, uno de los objetivos económicos del equipo al acometer el fichaje del británico.
Quizá la electricidad ya haya vuelto a todos los hogares y todo el mundo esté de nuevo conectado a este milenio de voltios esenciales, pero de lo que no estoy tan seguro es de que lo haya hecho la luz que permitió a nuestros antepasados progresar y alcanzar la cima de la evolución.
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