Está claro que el presidente norteamericano no sabe quién es Barbapapá, y, si lo supiera, al ser francés, le gravaría un 20%, menudo es él. Ahí está, como si no tuviera suficiente con las reacciones en medio mundo a sus caprichosos desvaríos, calentando el ambiente en su propio país, apropiándose de leyes obsoletas para justificar lo injustificable. Aunque ya no nos debería sorprender, dado el historial de estruendo que atesora. Y no es el único, no, son varios los que continúan esa estela incendiaria cada vez que se pronuncian.
Uno de ellos es el presidente argentino, que tampoco conoce la figura de Barbapapá, de ahí que pueda espetar el pasado fin de semana en Madrid un “contra los socialistas de mierda” y ser vitoreado como si fuera un magnífico orador al grito de “zurrar al bribón”, cuando no es más que un agitador clásico en los despropósitos orales, tan agresivos en su forma como en su fondo.
Otra que tampoco ha oído hablar de Barbapapá es la presidenta madrileña, un ejemplo más cercano, que hace mucho que hizo del exabrupto un rasgo de estilo que condiciona a todo aquel que la escucha. Cómo si no puede entenderse su declaración de intenciones antes de la reunión de presidentes de la semana pasada amenazando –algo que finalmente hizo– con levantarse de la mesa si alguien hablaba en euskera o catalán, afirmando después que España no es plurinacional, convencida de que es un invento de las políticas woke, una de esas palabras que ha puesto de moda este mismo tipo de presidentes cargándola de connotaciones negativas, llegando a afirmar que son “un disfraz del comunismo”, una declaración provocativa, una más, en un tipo de personas que solo contemplan el conmigo o contra mí y que demonizan la búsqueda de políticas inclusivas en un mundo complejo y variopinto donde ya nadie sabe quién es Barbapapá. Y así nos va.
Si se representa a un país o a una comunidad autónoma, se tendría que ser más cauto y dialogante, porque se es también portavoz de aquellos que no eligieron esa manera de hacer las cosas. Es lógico que haya visiones distintas de ver la política, pero lo que nunca se puede perder son los modales. Hay que mantener un mínimo decoro. En la manera de comportarse, en la palabra que usamos mostramos la educación de nuestra especie. No se puede buscar continuamente la confrontación, el conflicto, el enaltecimiento de los propios y subjetivos valores, la humillación del contrario. Se ha de ser sensato y comprender que el odio solo trae odio, que el insulto o la mentira jamás han acercado posturas enfrentadas, que solo sirven para incendiar aún más un planeta ya de por sí acalorado, que el calentamiento global también va de esto.
Hagan caso a Barbapapá. Es esencial seguir su consejo de que lo importante son las “formas”.
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