Tenemos que hablar. Cuando uno crece en familia, la charla sobre sexo es uno de esos rituales de paso por el que se ha de transitar, primero como hijos y, después, cuando se madura y se avanza hacia el otro lado del espejo, como padres, actualizando la fórmula y haciéndola más llevadera. Siempre es un momento incómodo, pero esencial para mostrar la realidad a la que se enfrentan durante la adolescencia y, en consecuencia, el resto de su vida.
Tenemos que hablar. Llega el momento de la matriculación y, de repente, los consejos orientadores de los profesionales de la Educación, así como los gustos personales del alumnado en función de sus capacidades y deseos se ven opacados por el foco aparentemente práctico y experto de los padres, que imponen su visión de la vida guiándose por el prestigio de algunas opciones y las salidas profesionales que, según su propia óptica, tienen, olvidando por completo la realidad con la que se encuentran y arrojando a sus hijos hacia un futuro ilusorio que hacen que se topen de bruces con la frustración cuando han de estudiar o dedicarse a algo que no han elegido.
Tenemos que hablar. Cada año nos encontramos, de manera sorprendente, a estudiantes matriculados en bachillerato tras haber penado por la ESO, una etapa que está diseñada para dar cabida a todo tipo de alumnado y que permite que, a través de distintos recorridos y con diversas ayudas, puedan promocionar y obtener un primer título que los lleve a encontrar su sitio, pero muchas veces con adaptaciones para finalizar esa etapa o con asignaturas suspensas. Bachillerato es otro nivel, más exigente y donde se les pide que tengan unos mínimos para poder cursarlo con garantías. Si se carece de esa base sólida, lo único que se logra es la frustración porque no lo entienden, dado que el nivel es mayor y la exigencia también, y la enseñanza ordinaria no parece diseñada para alguien que no vislumbra en los estudios universitarios el sentido de su vida. No hay nada peor que buscar una segunda oportunidad por parte de un adulto a través de la existencia de su hijo. Y no hay nada que condicione y presione más a la juventud que tener que abanderar los anhelos y expectativas de sus padres.
Tenemos que hablar. También sucede cuando se ha de elegir carrera. Recuerdo aquel día en el que me encontré con un amigo de la infancia, muchacho de sobresaliente en todas sus asignaturas, que estudiaba en aquel momento segundo de Derecho porque su familia así lo había decidido y él no había sabido decir que no al sentirse presionado. Abuelo abogado, padre abogado, hijo… ¿abogado? Pero no era feliz, no, y estaba juntando fuerzas para comunicar en casa que él lo que quería era estudiar INEF y ser profesor de Educación Física, a pesar de que, como le decían, no tuviera muchas salidas y estuviera peor pagado. Hoy trabaja en un colegio público y es un magnífico docente, entregado a su profesión y feliz de poder desarrollarse en un área elegida por él y por sus pulsiones.
Tenemos que hablar. Del mismo modo que se afronta la charla sobre el contenido sexual, ahora es la muchachada la que debería hacer lo mismo con sus progenitores y exponer, de una vez por todas, su opinión sobre el futuro, su futuro, el suyo, el que ellos quisieran y no el que los padres esperan. Hay que dar el paso y decir el ya inevitable: papá, mamá, tenemos que hablar.
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