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Manuel Rebollar Barro
Manuel Rebollar Barro
En un mundo donde, si se tiene la conciencia activada, la derrota es continua, uno encuentra perversos oasis placenteros donde mostrar la rebeldía en los pequeños detalles que ofrece la cotidianidad

En un mundo donde, si se tiene la conciencia activada, la derrota es continua, uno encuentra perversos oasis placenteros donde mostrar la rebeldía en los pequeños detalles que ofrece la cotidianidad. Pesar tomates buenos como tomates del montón, llamar mexicana a la americana de tu traje como venganza al mundo lingüístico de Trump o elegir completamente al azar entre libros, películas y música para escapar del algoritmo.

La visión dorada de EE.UU. ha quedado hecha añicos con el regreso de Donald Trump a la presidencia

Que las vitaminas del zumo de naranja se escapaban con celeridad, que los chicles tragados pegaban las tripas, que el baño inmediato después de comer cortaba la digestión o que los vaqueros eran los buenos en las películas del Oeste constituían certezas con las que crecíamos los que nacimos en los años 70.

Nos venden –al igual que con el amor, el sexo o la felicidad– la imagen de una paternidad que no existe o que yo no he sido capaz de mantener continuamente

"Es que en mi tiempo los segundos son ingastables", le dice un niño de unos 7 años a su padre en el vestuario de la piscina cuando este le recrimina que no colabore para cambiarse y que van a llegar tarde a donde sea. Su tono es bronco, contenido y apurado, porque sabe que no están solos y que el reloj prosigue su ritmo.

​Hoy, en Cantabria, hay convocada una huelga en la educación pública. La secundaré por principios, porque la reivindicación es justa

Hoy, en Cantabria, hay convocada una huelga en la educación pública. La secundaré por principios, porque la reivindicación es justa –hace 17 años que nuestros sueldos no se actualizan con el IPC, las ratios siguen siendo elevadas, se prioriza la inversión en la enseñanza concertada frente a la pública…– y porque, a pesar de que no soy muy optimista, necesito convencerme de que las cosas pueden mejorar.

Atrapados cada día entre las noticias producidas por las causas y efectos de lo que decide Donald Trump (ahora los aranceles), así como la concatenación de borrascas potentes con nombres alfabéticos en nuestro país (Nuria es la próxima), ha pasado inadvertida la llegada de la primavera, así como el día mundial de la poesía, el pasado 21 de marzo. Como cada año, puntuales a su cita, nos traen la promesa de un tiempo mejor.

El mundo es inhumano. Y efectista, muy efectista. Los mismos que ahora se muestran compungidos por las terribles escenas de acoso sufridas por Antonio, el quinceañero santanderino con parálisis cerebral del IES Torres Quevedo, que piden a gritos dimisiones, que aportan los datos personales de los agresores, incluidos los domicilios, que se juntan para apalizarlos y darles una lección, son los que lo han permitido.

Cada época de la vida tiene un foco sobre el que orbitamos. La infancia, con papá y mamá abriéndonos el mundo; la adolescencia y los primeros amores, girando alrededor de aquellos que se ennoviaban y cómo los criticábamos hasta que nos tocaba a nosotros, que, como decía Lope “quien lo probó lo sabe”.

Entro a la sala de espera del hospital. Un muchacho le comenta a otro: “Fui a su casa, literal”. Arqueo la ceja. ¿Literal? Qué cansinos. Cada vez que relatan algo, lo adornan con esa coletilla, que es un uso muy ridículo del término, porque en la vida, normalmente, el lenguaje lo utilizamos de manera literal, con lo que carece de sentido que se remarque este hecho cuando en el fondo quieren decir "tal cual".

“Te veo más como amigo” era la frase final que ninguno queríamos oír, que solía ir precedida de una retahíla de buenas sensaciones –“me lo paso muy bien contigo, me escuchas, nos reímos juntos…”– que se torcían cuando aparecía el inevitable “pero” que acababa culminando el rechazo.

La tradición oriental está repleta de cuentos anónimos donde se apela a la armonía y al intento de mejorar como persona. En uno de ellos, titulado Las tres rejas, el discípulo de un maestro viene preocupado a contarle algo que ha oído de él. El maestro le dice que si lo ha pasado por la prueba de las tres rejas: la verdad, la bondad y la necesidad.

Últimamente me levanto desajustado, como si, de repente, el mundo en el que me moviera ya no fuera de mi talla, sintiendo la holgura de la existencia por unos parámetros que ya no concuerdan con las medidas de mi conocimiento. Como cuando de pequeño, de un verano para otro, me ponía el bañador que tan bien me quedaba el curso anterior y, doce meses después, me sentía como el increíble Hulk en plena transformación.

En la Puerta del Sol, en Madrid, mi madre acudía con asiduidad a “Los guerrilleros”, una zapatería que, como casi todo de lo que tengo recuerdo, ya no existe. Bajo el eslogan “No compre aquí, vendemos muy caro” estaba siempre llena y vendía bastante calzado. Yo me quedaba perplejo al pensar que mis padres, a los que rara vez les sobraba el dinero, adquirían los zapatos allí, desoyendo el consejo que el propio establecimiento hacía.

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