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El día en el que Mariano Ozores echó salsa picante a la magdalena de Proust

A pesar de que sus películas no han resistido bien el paso del tiempo, uno no puede, ni quiere, negar la relevancia de su obra en mi devenir, porque somos gracias a todo lo que vivimos
Manuel Rebollar Barro
lunes, 26 de mayo de 2025, 09:11 h (CET)

Ha muerto Mariano Ozores, pero, al morir, ha renacido de una tacada mi infancia y adolescencia, el primer reproductor VHS de casa, el videoclub de mi barrio, la liturgia familiar de acudir cada viernes por la tarde a él para coger tres películas, una por cada día del fin de semana, con la condición indispensable de que una había de ser de Mariano Ozores, imposición de mis padres, el resto les daba igual, pero una de Ozores. No lo decían así, claro está, no ponían el foco en el director, el vínculo indispensable de todas ellas, el que movía los hilos desde el otro lado de la pantalla, ellos siempre pedían una de Esteso y Pajares, juntos o por separado, o una de Alfredo Landa, o una de Antonio Ozores o una de…, en definitiva, lo que ellos llamaban, sin atribuirle ningún carácter despectivo, españoladas, una película que les hiciera desternillarse, partirse la caja, troncharse, descuajaringarse, despiporrarse y todos los sinónimos que se les puedan ocurrir para referirse a una de las emociones más esenciales del ser humano y que tanto se echa de menos en estos tiempos de bronca continua: reír.


Ha muerto Mariano Ozores, pero, al recordar su muerte, me ha venido de sopetón un sinfín de emociones asociadas al visionado de sus películas y he vuelto a sentir el vértigo de las imágenes prohibidas, ese momento del destape donde uno descubría en su casa, viendo la película junto a sus padres con algo de pudor y sonrisa nerviosa, la erótica del cuerpo femenino, esa que te llevaba a experimentar el precipicio de viento que surgía desde tu interior en una época donde, quitando la chica del As o las muchachas que salían en la revista de El Jueves, desconocíamos por completo en qué consistía eso del deseo, permitiendo luego las interminables charlas con los amigos que uno fragua en su primera adolescencia, los del barrio, esa ciudad en miniatura que todos construíamos en torno a una calle y que fija para siempre la anatomía de tu existencia.


Ha muerto Mariano Ozores y, a pesar de que sus películas no han resistido bien el paso del tiempo y se le ven todas las costuras de un mundo que perpetuaba sin ambages el machismo, uno no puede, ni quiere, negar la relevancia de su obra en mi devenir, porque somos gracias a todo lo que vivimos, elementos que dejan poso en el camino de la existencia, aquel en el que confluyen, a golpe de las emociones que trae el recuerdo, Spiderman, los bingueros, Pedro Páramo, Sabrina o Roque III entre muchos otros, todos ellos caminando juntos hacia la inmortalidad que porta cada individuo por el camino de Swann.

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