Quizá la electricidad ya haya vuelto a todos los hogares y todo el mundo esté de nuevo conectado a este milenio de voltios esenciales, pero de lo que no estoy tan seguro es de que lo haya hecho la luz que permitió a nuestros antepasados progresar y alcanzar la cima de la evolución. A pesar de que el apagón haya opacado, lógicamente, al resto de noticias en nuestro país, el pasado domingo sucedió algo que refleja bastante bien el mundo en el que ya nos movemos y en el que, de un modo preocupante, hemos entrado sin plantearnos todo lo que estamos perdiendo como humanos.
Es un facto, como dice ahora la muchachada, que la tecnología ha venido para reemplazar al ser humano en muchas de sus acciones y que, aunque algunos gurús establezcan que también se están creando puestos de trabajo compensando el desajuste, el mundo ya no volverá a ser el mismo, sobre todo porque cada vez nos vamos haciendo más dependientes de todo aquello que, aunque en teoría busca hacernos la vida más cómoda, ha conseguido que perdamos la confianza en nuestras habilidades humanas, que son las que, al fin y al cabo, nos han traído hasta aquí como especie dominadora del planeta que habitamos.
Un buen ejemplo de ello es el mundo del tenis, que ha ido prescindiendo poco a poco de la figura del juez de línea sustituyéndolo por el sistema llamado “ojo de halcón”, que es el que refleja con tecnología punta si la bola ha entrado o no, acallando las posibles quejas de los tenistas sobre los puntos polémicos con los árbitros al ceder la autoridad y confiar completamente en que la verdad es todo lo que reproduzca la imagen de la pantalla. Pobre John McEnroe si hubiera nacido ahora.
El caso es que, mientras que en pista dura o hierba no hay manera de comprobar dónde ha botado la pelota porque no deja marca y uno ha de hacer un ejercicio de fe, la tierra batida sí que permite verificar el bote de la misma, de ahí que haya sido la última de las superficies en incorporarlo, algo que ha sucedido esta misma temporada.
Pero lo que sucedió el domingo en el Open de tenis de Madrid en el partido entre Zverev y Davidovich es el ejemplo claro del mundo que perdemos abducidos por completo por la verdad de la tecnología. En un lance del juego, una volea de Davidovich salió fuera y el robot la dio por buena, mostrándolo en una reproducción animada. Zverev señalaba desesperado desde el mundo tridimensional el verdadero bote de la pelota e instaba al juez de silla para que bajase y lo comprobase por sí mismo, algo a lo que este se negó amparado en la imagen de las pantallas. Finalmente, y ante la actitud del juez, el tenista aceptó su destino, no sin antes fotografiar el bote y compartirlo en redes para abrir un debate que debería ir mucho más allá de una pista de tenis.
Si somos incapaces de confiar en nuestras habilidades y aceptamos todo lo que nos diga la tecnología, iremos adentrándonos en la oscuridad de la que salimos hace miles de años en pos de un conocimiento que hemos depositado en unos cientos de bytes carentes de humanidad.
Esos somos los humanos, capaces de robar el fuego a los dioses para entregárselo a un trozo de metal que dicta los sucesos. Y de ese apagón sí que no se vuelve.
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