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"El trabajo hecho con especial esmero y con generosidad, siempre es una creación original y única. Bajo esta perspectiva innovadora, la humanidad tendrá que aunar esfuerzos, al menos para promover una visión auténtica de la persona humana y de la sociedad, que ha de regular también como objetivo global el valor de la naturaleza en la que se mueve".
Necesitamos reencontrarnos con nuestra propia historia de amor, hacer las paces entre nosotros y contribuir a que el entusiasmo por lo sistémico forme parte de nuestro horizonte, siendo cada día más diligentes con el espíritu donante, creativos y perseverantes en la esperanza.
Se vive en un mundo saturado de objetos, pero en la que el sentido parece que se ha perdido, la creatividad es la forma de dar un auténtico significado a la existencia de las personas. Es la manera de reestructurar el universo simbólico del mundo y la expresión también de la humanización de la realidad compartida, desde una perspectiva individual y social. La búsqueda de espacios de sentido se opone a la repetición que conforma, en parte, lo cotidiano de la vida real.
Ya inmersos en el ambiente reconcentrado de la Semana Santa, será saludable que la humanidad en su conjunto, haga un alto en el camino para ahondar en su propio diario existencial. Abrirse de corazón y reabrirlo para uno verse, en relación con los demás y consigo mismo, puede ser la mejor terapia para la esperanza.
Vivimos en una sociedad que ha conseguido establecer una paradoja que no tiene fácil solución: mientras que la población está cada vez más envejecida, los mensajes y las formas de vivir son más juveniles. Lo primero es un problema para los jóvenes, que soportarán dentro de veinte años una carga fiscal destinada a pagar las pensiones. Seremos una sociedad de abuelos cuidando abuelos.
La libertad no se negocia. Ante el favoritismo y la desigualdad tan frecuentes o habituales en el trato y en las relaciones sociales de todo tipo, lo que permanece es el ejercicio de la propia libertad. Ser sujetos autónomos implica también que los demás respeten y valoren los méritos y logros de las personas, algo que lamentablemente no suele suceder.
Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.
El pluralismo crítico es lo contrario del pensamiento único. Es natural y lógico que coexistan muy diversas ideas y no se debe imponer una visión única de la realidad, a todos los niveles. Las discrepancias, las interpretaciones y los planteamientos pueden ser diferentes. La diversidad en todos los sentidos es positiva, ya que es lo característico de una sociedad plural y multicultural.
El auténtico kit de supervivencia, el que nos salva de nosotros mismos, no se guarda en una bolsa ni en una caja, y ni siquiera ocupa lugar, pues forma parte del universo del saber, construido a partir de los datos y del conocimiento. Nada que ver, por tanto, con el miedo como mecanismo de control y de construcción social. Se trata de un kit inmaterial y se dirige sobre todo a arrojar luz sobre el pensamiento.
El objeto de esta columna es expresar una reflexión sobre la Iglesia católica, ya que a menudo es actualidad y motivo de fuerte polémica. Mucho de lo que leo sobre la Iglesia católica podríamos afirmar, a mí modo de ver y desde siempre, que es «signo de contradicción».
Nos hemos globalizado y, eso, está muy bien; ahora nos falta sustentarnos en el verdadero amor, conocedores de que el espíritu fraterno, es lo que nos obliga a desvivirnos por vivir la acción colectiva, como fuerza orientadora para lograr la concordia, desde el abecedario del respeto mutuo y el lenguaje de la tolerancia.
Vivimos en una sociedad en constante cambio, compuesta por personas con diferentes intereses, opiniones y formas de ver la vida. Por eso, el conflicto es algo inevitable. No es algo que deba asustarnos: al contrario, si sabemos manejarlo de forma adecuada, puede convertirse en una poderosa herramienta de crecimiento personal y social.
Escribo esta columna para despejar cualquier sombra de duda sobre un modo de vida que para mí resulta difícil de entender, y sobre todo cuando se intenta recuperar el sentido de las cosas. Existe una especie de angustia existencial (ese es el modo de vida) que persigue a muchas personas, y yo soy de los que piensan que tu existencia es la que te llena de posibilidades creativas...
La clemente voz suele pasar desapercibida, porque las fuerzas que actúan no son las económicas y políticas, sino las morales y espirituales. Está visto que nos hemos confundido de ruta. El desamparo suele dejarnos sin palabras, es lo que presenciamos por todos los rincones de la humanidad; mientras la crisis humanitaria, las enfermedades acrecentadas por desigualdades tremendas y por doctrinas que esclavizan, se dan la mano cebándose con la población más débil.
La cultura visual domina la vida social y también la esfera pública actualmente, en el mundo de la globalización. La imagen lo domina todo, porque estamos inmersos en lo audiovisual y digital. Lo que no significa que se pueda despreciar el lenguaje escrito, como algo del pasado que ya está superado, por las costumbres de los nuevos tiempos.
Vivimos en un mundo donde lo visible, lo tangible y lo medible parecen tenerlo todo: el éxito se calcula en cifras, los logros se premian con aplausos y el valor de una persona se confunde a menudo con su posición social. Pero ¿y si todo eso fuera solo la punta del iceberg?
Estos días, un prestigioso diario nacional decía que durante décadas EEUU había sido una potencia cultural y que sus valores habían marcado el rumbo del mundo (¿nostalgia del anterior gobierno, reproche al actual?). El tono era similar al de un paraíso perdido irrecuperable.
En nuestra sociedad globalizada, cada vez es más frecuente que nos enfrentemos a debates sobre temas sensibles como la homosexualidad, el aborto, la interculturalidad y la inmigración. Estos temas son complejos y requieren un enfoque que reconozca las diferentes percepciones y valores que influyen en cómo cada cultura y contexto histórico los interpreta.
En un mundo en permanente cambio, nos alienta el bosque de las palabras, la orquestación de su mística y el colorido de las armónicas miradas; al tiempo que nos alimenta, asimismo, la persistente renovación de la savia. Esto nos demanda, el activo de un sincero diálogo entre latidos variados, la buena vecindad de los pulsos y el espíritu reconciliador en escena.
Esta es una de las preguntas más trascendentales que podemos hacernos. No es fácil responderla, y, sin embargo, reflexionar sobre ella puede abrirnos puertas que nunca antes habíamos imaginado. Nuestro propósito no se encuentra en el por qué, sino en el para qué. No se trata de buscar una explicación a nuestra existencia, sino de descubrir cómo podemos aportar valor al mundo.
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