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El ser humano cada vez requiere más del humano ser; pues, aunque el alimento es necesario, hay alientos como el amor y los miramientos que son imprescindibles, para reencontrarnos y salir de la tristeza. Indudablemente, la atención entre nosotros es esencial para cada filiación y cada comunidad.
¿Qué supone eso de enfrentarse cada día a los sucesivos retos de la vida? La versión de la respuesta siempre será personal, aunque los matices particulares aparezcan entreverados con las oleadas procedentes de la comunidad. Son tantos los factores implicados, que la rutina atenúa el sofoco de atender a todos ellos; con el inconveniente de prescindir de algunos conocimientos.
Como quiera que todo parte de nosotros, nos hallamos en una encrucijada de concurrencias, ante el inmenso efecto globalizador y los cambios generados por la revolución digital, impulsada sobre todo por la inteligencia artificial; atmósfera que ha de hacernos repensar sobre cuestiones existenciales, lo que nos demanda a meditar, con sentido responsable y discernimiento, el horizonte que vamos a tomar.
No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.
Vivimos en una sociedad en la que una parte de la gente no tiene respeto a la libertad de expresión, a la libre opinión. Tampoco se nota que la creatividad, de forma general, sea respetada, valorada y reconocida Abunda la indiferencia y la pasividad ante lo que se crea: escritos, vídeos, etc. Solo un 3% de las personas son creativas y están en su derecho de no serlo, pero eso no implica que se desprecie o infravalore a los que crean contenidos.
La esperanza es lo último que debe perderse. Tanto es así, que no hay concordia sin anhelo, como tampoco impulso sin familiaridad; y, aún menos, futuro sin creer en uno mismo. Hay que ilusionarse para poder cerrar brechas, promover el avance y elevar el espíritu creativo.
El arbitrario y desolado planeta, adherido a la custodia del ser humano, requiere de nuestras pulsaciones conjuntas, no para abrir las puertas del abismo, sino para llamar a la solidaridad y a la auténtica justicia palpitante. Desde luego, urge reconstruir la confianza ciudadana y universalizarla en todos los abecedarios internos del ser humano, para reconstruir en este mundo más que fronteras y frentes, moradas abiertas a la vida y a la verdad.
Nuestro mundo está cada día más afligido por problemas que nos afectan a todos, lo que requiere de acciones concertadas e inclusivas, que nos hagan más clementes y solidarios. Realmente, a nadie se le puede negar la voz y mucho menos su implicación, a la hora de afrontar esos desafíos internacionales.
Aunque a veces nos encontramos acoquinados por las estrecheces, en las andanzas diarias registramos un sinfín de impresiones con curiosas repercusiones sobre aquello que entendemos de la vida; como es natural, se trata de experiencias individuales intransferibles.
Atravesamos tiempos extraños. El progreso tecnológico avanza a un ritmo vertiginoso, pero el alma del mundo parece agotada. Se habla de inteligencia artificial, de exploración espacial, de nuevas formas de energía, pero cada día mueren miles de personas por causas evitables, y la Tierra, nuestro único hogar, está al borde del colapso. En medio de esta contradicción brutal, muchos nos hacemos la misma pregunta, ¿qué futuro les dejamos a nuestros hijos?
Tuve que esperar un tiempo prudencial para pronunciarme al respecto de la nieve mortal que cae sobre Buenos Aires en “El Eternauta”. No se trata solamente de un fenómeno meteorológico catastrófico, sino que es una metáfora escalofriante de una crisis mucho más profunda y real: la erosión de los valores que cimentan la comunidad y la esperanza.
Siempre se repite la misma crónica, con su idéntica biografía, de no pensar más que en uno mismo. Aún nos falta aprender a darnos y a donarnos a cambio de nada. Sólo hay que observar, los nefastos gobiernos del mundo, repletos de intereses mundanos, haciendo de la gobernanza un enjambre de perversión dominadora.
La ESO es percibida por numerosos adolescentes, como un trámite vacío y monótono y sin ningún valor. En realidad, es una etapa formativa rica en descubrimientos, desarrollo intelectual, emocional y social. Otro de los problemas frecuentes en algunos alumnos es el comportamiento irrespetuoso.
El caldo de cultivo de las realidades actuales nace de las actuaciones previas, azares y descuidos; a través de unas andanzas complejas, en una mezcolanza difícil de asimilar. Atareados en los agobios cotidianos, la mayoría de los individuos no son propensos a los análisis de la situación; como es natural, con frecuencia han de lamentar los efectos contraproducentes de los planteamientos sociales.
Hay que retomar los vínculos, curar las heridas del desarraigo familiar, estacionar contemplativamente observando nuestro interior, hacer pausas para sentir el pulso, tomar aliento y rehacerse unidos en la misma dirección; pues tan solo una vida vivida para los demás, merece la pena que sea mostrada.
El momento nos pone deberes. Tanto es así, que es crucial redoblar los esfuerzos para restaurar nuestro propio hábitat, cuyo capital natural se agota a un ritmo, tan temible como terrible. No podemos continuar degradando lo que nos rodea; y, aún peor, deshumanizándonos por completo.
La humanidad se halla en una situación de inestabilidad total, no sabe escucharse para oírse, tampoco acierta a discernir para entrar en diálogo, enfrentándose a múltiples crisis, por falta de respeto hacia sus semejantes. Aguzar el oído, en un mundo cambiante como el actual, es esencial para poder atendernos y entendernos.
Cuando nos referimos a tomar buena conciencia de las cosas, no disponemos de un manual explícito sobre cada situación. Cada persona participa con sus múltiples receptores de la realidad, afronta con muchas incógnitas la extensa oferta del mundo en su dinamismo cambiante; por eso es frecuente la perplejidad ante cuanto acontece.
Los eventos mundanos son incesantes, incluyen las presencias humanas desde los albores perdidos en la distancia, hasta la fragorosa actualidad cargada de estrépitos, zonas escabrosas y luces ocasionales. De alguna manera, en cada individuo están convocadas todas esas realidades en el ejercicio de sus influencias concretas.
A pesar de nuestras evoluciones como especie pensante y de los avances tecnológicos, continuamos dependiendo unos de otros, así como de aquello que nos rodea, que es lo que nos da energía para vivir; o sea, aliento y alimento de subsistencia. Por eso, es fundamental que respetemos, protejamos y reparemos la biodiversidad.
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