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Simbolismo del iceberg

Los ocultamientos interesados nos destrozan
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 23 de mayo de 2025, 10:56 h (CET)

Los eventos mundanos son incesantes, incluyen las presencias humanas desde los albores perdidos en la distancia, hasta la fragorosa actualidad cargada de estrépitos, zonas escabrosas y luces ocasionales. De alguna manera, en cada individuo están convocadas todas esas realidades en el ejercicio de sus influencias concretas. Ahora bien, cada sujeto tiene muy limitadas sus capacidades de reconocimiento para percibir y asimilar tan intrincada complejidad. Como recurso natural, se configuran determinadas ideas SIMBÓLICAS para asentar los diálogos sobre algo consistente; sirven de enlace entre la incertidumbre misteriosa y las vivencias reales de la gente. Su apreciación en las diversas épocas es cambiante ante las múltiples circunstancias concurrentes.


Si resulta impresionante la blancura flotante del iceberg, muda y acechante, las fotografías submarinas nos muestran la amplia masa azulada del hielo sumergido; el contraste de sus volúmenes entraña el mensaje implícito, la disparidad evidente, la preponderancia de lo que permanece oculto, SUMERGIDO, al menos en cuanto a la cantidad, en este caso la composición es similar con sus moléculas de agua. Las apariencias y las verdaderas dimensiones saltan a la palestra, la brillantez por la superficie deja un tanto postergada a su mayor parte como soporte oculto. La naturaleza del fenómeno está libre de adscripciones interesadas, muestra un cierto paralelismo expresivo con ciertas realidades sociales naturales y artificiosas.


Es una buena pregunta esa de dónde creemos que reside la realidad, si en lo percibido cada día o en ese amplio núcleo de los ignoto. Porque en el caso de conformarnos con los sentidos, no parece que lleguemos muy hondo. Y si nos mantenemos inconformistas, inquisitivos, las indagaciones devienen en poco eficaces, tampoco profundizamos. Estado este muy peculiar, de vivir como en un sueño o soñar con la vida auténtica. En realidad, eso sí, ejercemos con un utilitarismo ramplón, MENESTEROSO, de agarrarnos como podemos sin miramiento alguno. Pero siempre atisbando en los horizontes, con ese más allá apenas insinuado y nunca presente. Con ilusiones, desencantos y francas enajenaciones.


Cuando observamos la presencia humana en el mundo, los tiempos son generosos con un muestrario extenso de variedades y similitudes. No hay dos épocas iguales, desgajadas por las evoluciones naturales o por la intervención de los humanos. Como un estallido musical wagneriano, brotan un sinfín de situaciones con esplendor y con bruticie en reparto desigual. A la hora de un pretendido ANÁLISIS, las explicaciones escapan por los entresijos y las valoraciones quedan incompletas. La posibilidad de una mínima comprensión del conjunto se atranca en la misma superficie, sólo vislumbra otras posibilidades indeterminadas. Evoca la estructura del iceberg en términos indagatorios e imprecisos:


ICEBERG ILUSTRATIVO


Espartanos y egipcios

Me suenan muy lejanos.

Eslavos y germanos

Suenan como cercanos.


Con las ínfulas briosas

Dominios y temblores

Desdén de cualidades

Para mejores causas;


El estupor no basta,

Porque visto lo visto,

Si miro lo dispuesto

En esa grada expuesta.


El ciudadano fiel

Es la suposición

En supuesta función

En búsqueda del bien.


Si la torre lucía,

Crujía el laberinto,

Abrumaba el conjunto

Y la duda crecía.


Por añadidura, las formas acuosas sufren cambios de diverso calado. El discurso del rio no le permite el reposo y detrás de unos embates, sobrevienen retos para adaptaciones sucesivas. El agua helada incrementa su tamaño, pero permanece inerte, mientras con el calor pasa con cierta facilidad al estado gaseoso. Pues bien, así quedamos nosotros ante las mil tesituras de las andanzas y de las inquietudes cotidianas. Semejante POLIMORFISMO entraña mucho más que los meros cambios posturales, algo así como ser arrastrados al pairo de las diversas circunstancias ambientales, sin apenas participación de los conocimientos propios y con la gran incógnita de hasta que punto son decisivas las voluntades y por consiguiente las responsabilidades.


A pesar de todas las impresiones recibidas, el fragoso ambiente de cada momento no consigue evitar el sentimiento de funcionar en un aislamiento crucial a la hora de tomar decisiones. Se multiplican las reverberaciones de voces, sonidos, imágenes e incluso forzamientos inusitados; revelan la grandeza de los impulsos desde un mundo sumergido, del cual apenas nos percatamos. No es poca cosa la experimentación de esa serie de SOLEDADES peculiares e íntimas, porque en definitiva configuran la entidad real e insustituible de la persona para afrontar los retos sucesivos. Bien sea como quijotes activos o como agentes parsimoniosos, cada individuo perfila sus actitudes en zonas limítrofes entre su personalidad o simples partículas vivas.


También abundan las maravillas en torno a las sensaciones más estimulantes cuando conseguimos adaptarlas a nuestros esfuerzos; esos encuentros gratificantes nos hacen disfrutar. Aún así, no corren en estricta simetría con los conocimientos y no pocas veces en contradicción con lo que sabemos. Recordemos aquel verso de J.L. Borges, “me dio a la vez los libros y la noche”, el lo decía por la ceguera, aplicable también al notable abismo de los misterios para cualquier humano. El desfile ante nosotros de los incontables elementos y variados acontecimientos es incesante, con toda clase de pormenores. Con la PRESENCIA humana expuesta a los designios estructurales de largo alcance, cargada con su correspondiente cuota de participación efectiva.


En semejante bamboleo existencial de abrumadoras incógnitas y espléndidas manifestaciones, hablamos de caos cuando no acertamos a delimitar los eventos y sensaciones. El anhelo de la armonía subsiste, acompañado de indicios sugerentes. El reto DIFERENCIADOR es rotundo, para articular nuestra presencia real, desde la indiferencia, la sumisión borreguil o la decisión de involucrarnos con las mejores cualidades participativas.

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