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Suecia ha sido históricamente un ejemplo de bienestar social con una red de protección estatal admirada globalmente. Esta solidez ha contribuido a niveles de vida envidiables, y a una confianza ciudadana notable en sus instituciones. Sin embargo, en los últimos años, esta misma estructura ha empezado a mostrar fisuras.
A menudo dentro del entorno de trabajo, la falta de valoración, el aprovecharse de la labor de otra persona, con el único fin de llevarse los honores, causa desprestigio. También en bastantes ocasiones se menosprecia a la persona que lo ha realizado, todo esto suele pasar desapercibido y puede tener consecuencias devastadoras en muchos sentidos, puesto que a estas personas se les considera tóxicas y suelen actuar siempre a espaldas de quien, en realidad, realiza verdaderamente el trabajo.
Recogerse y acogerse es un níveo concentrado de bondad y pasión que precisamos como jamás, poner en acción, con reposición contemplativa. Sus efectos benignos y sus afectos generosos, es lo que verdaderamente nos alienta como sociedad y nos alimenta como espíritu andante, en este planeta por el que nos movemos y cohabitamos, hasta que la muerte nos abrace.
Por lo que venimos experimentando en casi todos los sectores, la lógica, las verdades, la noción del bien y del mal, han sido relegados de manera preocupante hasta extremos inauditos. En estos ambientes de favorecen los camuflajes, alardean de ese carácter presuntamente libertario.
Este domingo, al menos en Argentina, festejamos el “Día del niño” y me parece oportuno invitarlos a realizar una introspección filosófica, a trascender la simple celebración para comprender la niñez como un fundamento de la existencia humana. Este estadio de la vida es más que un preludio de la adultez, en tanto que se ha revelado a lo largo de la historia del pensamiento occidental como una categoría crucial para entender la ética, el conocimiento y la moral.
Ser educado no está de moda, ya que los “por favor” o “gracias” se han vuelto expresiones en un desuso tal, que es curioso cómo te miran cuando algunas de estas dos expresiones de cortesía salen de tu boca. Será que está sobrevalorado esto de los modales, que las prisas nos tienen tan absorbidos que cuesta sacar cinco segundos de nuestro maravilloso tiempo para mostrarse agradecido o pedir disculpas.
Necesitamos un cambio radical, una transformación de principios y valores, que encaucen nuestro acontecer diario hacia la entrega generosa, que es lo que nos vivifica el entusiasmo del abrazo sincero, más allá de la autosuficiencia, de nuestra propia ceguera mundana. Hemos de despertar, pues; ya que lo que prevalece no es el éxito ni el dinero, sino el espíritu donante, la humildad y el amor.
El comportamiento de la ciudadanía es plenamente humano, cuando el propio ser vive de la comunión conjunta de latidos en un poema perfecto, enraizado en el amor para conjugarlo con el amar, como única fuerza que nos reconstruye hacia lo bueno y la bondad
En un mundo en constante cambio, tenemos que dar oídos, al menos para algo tan esencial, como atendernos y entendernos mutuamente. Nos requerimos todos, precisamos de muchos diálogos desde una perspectiva poliédrica, al menos para entrar en la solución a las diversas dimensiones, de un problema global que afecta a nuestros pueblos y a nuestras democracias.
Necesitamos nuevos aires apaciguadores, sustentados en el respeto y en la alegría mutua, que es lo que realmente nos vivifica como genealogía. Hay que poner más corazón, pues, en todas las hazañas por aquí abajo. Destronada la justicia que es sujeción de las sociedades humanas, fenece también la libertad del reencuentro y aparta el vínculo de correspondencia, que es lo que nos acrecienta la relación de pulsos.
El ser humano cada vez requiere más del humano ser; pues, aunque el alimento es necesario, hay alientos como el amor y los miramientos que son imprescindibles, para reencontrarnos y salir de la tristeza. Indudablemente, la atención entre nosotros es esencial para cada filiación y cada comunidad.
¿Qué supone eso de enfrentarse cada día a los sucesivos retos de la vida? La versión de la respuesta siempre será personal, aunque los matices particulares aparezcan entreverados con las oleadas procedentes de la comunidad. Son tantos los factores implicados, que la rutina atenúa el sofoco de atender a todos ellos; con el inconveniente de prescindir de algunos conocimientos.
Como quiera que todo parte de nosotros, nos hallamos en una encrucijada de concurrencias, ante el inmenso efecto globalizador y los cambios generados por la revolución digital, impulsada sobre todo por la inteligencia artificial; atmósfera que ha de hacernos repensar sobre cuestiones existenciales, lo que nos demanda a meditar, con sentido responsable y discernimiento, el horizonte que vamos a tomar.
No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.
Vivimos en una sociedad en la que una parte de la gente no tiene respeto a la libertad de expresión, a la libre opinión. Tampoco se nota que la creatividad, de forma general, sea respetada, valorada y reconocida Abunda la indiferencia y la pasividad ante lo que se crea: escritos, vídeos, etc. Solo un 3% de las personas son creativas y están en su derecho de no serlo, pero eso no implica que se desprecie o infravalore a los que crean contenidos.
La esperanza es lo último que debe perderse. Tanto es así, que no hay concordia sin anhelo, como tampoco impulso sin familiaridad; y, aún menos, futuro sin creer en uno mismo. Hay que ilusionarse para poder cerrar brechas, promover el avance y elevar el espíritu creativo.
El arbitrario y desolado planeta, adherido a la custodia del ser humano, requiere de nuestras pulsaciones conjuntas, no para abrir las puertas del abismo, sino para llamar a la solidaridad y a la auténtica justicia palpitante. Desde luego, urge reconstruir la confianza ciudadana y universalizarla en todos los abecedarios internos del ser humano, para reconstruir en este mundo más que fronteras y frentes, moradas abiertas a la vida y a la verdad.
Nuestro mundo está cada día más afligido por problemas que nos afectan a todos, lo que requiere de acciones concertadas e inclusivas, que nos hagan más clementes y solidarios. Realmente, a nadie se le puede negar la voz y mucho menos su implicación, a la hora de afrontar esos desafíos internacionales.
Aunque a veces nos encontramos acoquinados por las estrecheces, en las andanzas diarias registramos un sinfín de impresiones con curiosas repercusiones sobre aquello que entendemos de la vida; como es natural, se trata de experiencias individuales intransferibles.
Atravesamos tiempos extraños. El progreso tecnológico avanza a un ritmo vertiginoso, pero el alma del mundo parece agotada. Se habla de inteligencia artificial, de exploración espacial, de nuevas formas de energía, pero cada día mueren miles de personas por causas evitables, y la Tierra, nuestro único hogar, está al borde del colapso. En medio de esta contradicción brutal, muchos nos hacemos la misma pregunta, ¿qué futuro les dejamos a nuestros hijos?
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