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Entendida la política como el mejor gobierno de las masas geográficamente localizadas, al objeto de mejorarlas material y espiritualmente, utilizando la racionalidad como soporte, resulta que ha quedado reconducida al plano especulativo, cuando es una cuestión fundamental llevada en armonía con la naturaleza humana.
Hubo un tiempo en el que teníamos la convicción de que la democracia era irreversible. Razonábamos mal, porque había evidencias suficientes para pensar lo contrario. Vivíamos rodeados de golpes de estado, de guerras de rapiña (aunque se decía que por la libertad), de violencia económica e incluso intelectual, pero preferíamos mirar hacia el mundo de las apariencias bellas, pero artificiales.
En un país como España, donde la política se ha convertido en un espectáculo de desgaste constante, donde los grandes partidos se anulan mutuamente en una guerra de trincheras, los trabajadores, quienes sostienen día a día el funcionamiento real de la nación, enfrentan una encrucijada cuando lleguen las nuevas elecciones, votar no para elegir a los mejores, sino para evitar a los peores.
En política no hay nada nuevo, todo está inventado, los cambios se reducen al aspecto formal de su actuación, respondiendo a la moda del momento, o sea, alguna que otra ocurrencia del gobernante de turno para llamar la atención de los gobernados y tratar de formar parte de la historia. Mientras, en el fondo, solo está presente la ambición de poder de sus representantes.
En España, la corrupción no es una anécdota, ni un error puntual, ni un asunto exclusivo de “unos pocos”. Es un sistema, una maquinaria silenciosa y eficaz que se alimenta del oportunismo, la impunidad y la falta de voluntad real para extirparla. No importa el color del partido, ni el cargo que se ostente, los corruptos y los corruptores se entienden entre ellos, porque hablan el mismo idioma.
Las élites políticas a las que el capitalismo entregó el poder, para controlarlo desde la trastienda, ven que a los ojos de la muchedumbre se deteriora su papel, porque, como a todos, además del poder interesa el dinero. En realidad se trata de un acto de hipocresía actual porque no es nada nuevo.
Ya no se cree en nada. Ni en los discursos, ni en los partidos, ni en las promesas que se repiten como mantras huecos, cada vez que hay elecciones. España vive una desilusión profunda, una especie de hartazgo cívico que se ha incrustado en el ánimo colectivo, como una llaga que no cicatriza. Y no es para menos.
La esencia de la calle debería ser el reflejo de eso que dicen “guardar las formas con los ojos”. Luego están las calles de lo que defino como “verano peligroso”, donde muchos insolentes suelen dejar volar su sucia alma y dejan que aceras, plazas y calzadas huelan a rancio. Así queda resumida la vida, el modo de vida, de nuestras calles en período estival.
La pecina es inevitable que se encuentre presente en la naturaleza por razones obvias, que no vienen a cuento. Lo que sucede es que, si antes era habitual contemplar el espectáculo del pecinal, a medida que avanza la civilización en algunos aspectos, las medidas higiénicas han mejorado sensiblemente y los desechos se canalizan debidamente, evitando el espectáculo y el olor de los materiales de desecho, con lo que casi se ignora su existencia.
Diríase que la atención ciudadana es algo real —al menos en lo presencial, porque no queda otro remedio para los oficiantes—, pero el hecho es que no se tiene en cuenta otras dosis de irrealidad del asunto, cuando lo que se publicita como atención, en ocasiones, resulta ser desatención.
De las distintas burocracias públicas, ya sean de mayor o menor nivel en la escala de mando sobre la ciudadanía, alguien podría decir que se encuentran en la línea del progreso de moda. Baste añadir que cumplen con este propósito, porque disponen de una página web para atender mejor a la gente.
La actual actitud y compromiso fuerte del militante que gusta a los grandes y más antiguos partidos, se identifica con ellos porque comulga con el ideario del partido, porque se expresa y participa a través de la estructura del partido, porque reconoce la autoridad del líder..., pero luego están los activistas, que anteponen la actitud independiente y el compromiso débil con la sociedad civil.
¿Optarían los más jóvenes por disfrutar de una buena vida en lo material a cambio de una reducción en la calidad de la democracia? Eso parece desprenderse de una encuesta emanada de los entresijos del poder, pero se trata, creo yo, de un tanteo engañoso, pues no está reñida una cosa, el nivel de vida, con la otra, es decir, con la democracia.
El debate en torno al «desencanto» de la ciudadanía acompaña a la política desde hace muchos años. En Alemania se manifestó con fuerza al final de los 80, antes del comienzo de las decepciones de la reunificación. En la actualidad, el desencanto se manifiesta sobre todo por cosas como la entrada en el poder de partidos o coaliciones del ala más a la izquierda, el odio permanente en las redes sociales, y la polarización.
La realidad de la economía española para la ciudadanía es peor de lo que dicen los medios de comunicación, ya que las televisiones generalistas de mayor audiencia transmiten una interpretación triunfalista, de la marcha de la macroeconomía y no dicen toda la verdad. Malinterpretan o manipulan los datos reales, del nivel de vida efectivo de la mayoría de los ciudadanos españoles. Prácticamente, la mitad de la población española sufre graves problemas económicos para llegar a fin de mes.
Evidentemente, elegir lo que está bien desde la perspectiva de la conducta es lo exigible a cualquier ciudadano. Me refiero a que es obligatorio respetar y cumplir lo que dicen las leyes vigentes, en beneficio de todos. Los comportamientos individuales son responsabilidad de cada persona. La maldad humana, la crueldad, la violencia, la discriminación, la marginación, el odio y el egoísmo excesivo se observan en las sociedades de todos los países.
La reciente decisión judicial que ha supuesto la anulación de las Zonas de Bajas Emisiones en Madrid Central y Plaza Elíptica, reabre el debate sobre la mejor manera de combatir la contaminación en las ciudades. Si bien es cierto que la medida cuenta con un amplio apoyo ciudadano, ya que un 77% de los madrileños se muestran a favor de esta medida, un 24% de los ciudadanos que se muestran a favor, condicionan su apoyo a que esta no afecte a su movilidad personal.
Desde la ingenuidad consciente de sí misma, queremos aportar algunas ideas troncales de carácter muy general que bien pudieran servir de base no dogmática para futuras discusiones de un programa común de izquierdas a escala mundial.
La seguridad ciudadana es uno de los temas candentes de nuestra política y de nuestra sociedad de hoy. La seguridad ciudadana es un concepto donde entra en juego la objetividad, la realidad, y lo más importante: la percepción ciudadana. La verdad es que la seguridad ciudadana está en horas bajas desde hace tiempo: la delincuencia está instalada en la sociedad española, y quien no lo quiera ver es porque está ciego.
Es la segunda vez que suena la campanilla por vía electoral, para que sirva de llamada de atención también a los más altos mandatarios, es decir, a los situados por encima de la UE. En este caso, utilizando un símil conocido, resulta no ser la autoridad tradicional la que llama al orden en la sala, sino esos otros a los que la elites tradicionales califican, en privado, de populacho y de ciudadanos, en público, entiéndase, los votantes, a los que no se les reconoce su autoridad.
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