| ||||||||||||||||||||||
Las élites políticas a las que el capitalismo entregó el poder, para controlarlo desde la trastienda, ven que a los ojos de la muchedumbre se deteriora su papel, porque, como a todos, además del poder interesa el dinero. En realidad se trata de un acto de hipocresía actual porque no es nada nuevo.
Ya no se cree en nada. Ni en los discursos, ni en los partidos, ni en las promesas que se repiten como mantras huecos, cada vez que hay elecciones. España vive una desilusión profunda, una especie de hartazgo cívico que se ha incrustado en el ánimo colectivo, como una llaga que no cicatriza. Y no es para menos.
La esencia de la calle debería ser el reflejo de eso que dicen “guardar las formas con los ojos”. Luego están las calles de lo que defino como “verano peligroso”, donde muchos insolentes suelen dejar volar su sucia alma y dejan que aceras, plazas y calzadas huelan a rancio. Así queda resumida la vida, el modo de vida, de nuestras calles en período estival.
La pecina es inevitable que se encuentre presente en la naturaleza por razones obvias, que no vienen a cuento. Lo que sucede es que, si antes era habitual contemplar el espectáculo del pecinal, a medida que avanza la civilización en algunos aspectos, las medidas higiénicas han mejorado sensiblemente y los desechos se canalizan debidamente, evitando el espectáculo y el olor de los materiales de desecho, con lo que casi se ignora su existencia.
Diríase que la atención ciudadana es algo real —al menos en lo presencial, porque no queda otro remedio para los oficiantes—, pero el hecho es que no se tiene en cuenta otras dosis de irrealidad del asunto, cuando lo que se publicita como atención, en ocasiones, resulta ser desatención.
De las distintas burocracias públicas, ya sean de mayor o menor nivel en la escala de mando sobre la ciudadanía, alguien podría decir que se encuentran en la línea del progreso de moda. Baste añadir que cumplen con este propósito, porque disponen de una página web para atender mejor a la gente.
La actual actitud y compromiso fuerte del militante que gusta a los grandes y más antiguos partidos, se identifica con ellos porque comulga con el ideario del partido, porque se expresa y participa a través de la estructura del partido, porque reconoce la autoridad del líder..., pero luego están los activistas, que anteponen la actitud independiente y el compromiso débil con la sociedad civil.
¿Optarían los más jóvenes por disfrutar de una buena vida en lo material a cambio de una reducción en la calidad de la democracia? Eso parece desprenderse de una encuesta emanada de los entresijos del poder, pero se trata, creo yo, de un tanteo engañoso, pues no está reñida una cosa, el nivel de vida, con la otra, es decir, con la democracia.
El debate en torno al «desencanto» de la ciudadanía acompaña a la política desde hace muchos años. En Alemania se manifestó con fuerza al final de los 80, antes del comienzo de las decepciones de la reunificación. En la actualidad, el desencanto se manifiesta sobre todo por cosas como la entrada en el poder de partidos o coaliciones del ala más a la izquierda, el odio permanente en las redes sociales, y la polarización.
La realidad de la economía española para la ciudadanía es peor de lo que dicen los medios de comunicación, ya que las televisiones generalistas de mayor audiencia transmiten una interpretación triunfalista, de la marcha de la macroeconomía y no dicen toda la verdad. Malinterpretan o manipulan los datos reales, del nivel de vida efectivo de la mayoría de los ciudadanos españoles. Prácticamente, la mitad de la población española sufre graves problemas económicos para llegar a fin de mes.
Evidentemente, elegir lo que está bien desde la perspectiva de la conducta es lo exigible a cualquier ciudadano. Me refiero a que es obligatorio respetar y cumplir lo que dicen las leyes vigentes, en beneficio de todos. Los comportamientos individuales son responsabilidad de cada persona. La maldad humana, la crueldad, la violencia, la discriminación, la marginación, el odio y el egoísmo excesivo se observan en las sociedades de todos los países.
La reciente decisión judicial que ha supuesto la anulación de las Zonas de Bajas Emisiones en Madrid Central y Plaza Elíptica, reabre el debate sobre la mejor manera de combatir la contaminación en las ciudades. Si bien es cierto que la medida cuenta con un amplio apoyo ciudadano, ya que un 77% de los madrileños se muestran a favor de esta medida, un 24% de los ciudadanos que se muestran a favor, condicionan su apoyo a que esta no afecte a su movilidad personal.
Desde la ingenuidad consciente de sí misma, queremos aportar algunas ideas troncales de carácter muy general que bien pudieran servir de base no dogmática para futuras discusiones de un programa común de izquierdas a escala mundial.
La seguridad ciudadana es uno de los temas candentes de nuestra política y de nuestra sociedad de hoy. La seguridad ciudadana es un concepto donde entra en juego la objetividad, la realidad, y lo más importante: la percepción ciudadana. La verdad es que la seguridad ciudadana está en horas bajas desde hace tiempo: la delincuencia está instalada en la sociedad española, y quien no lo quiera ver es porque está ciego.
Es la segunda vez que suena la campanilla por vía electoral, para que sirva de llamada de atención también a los más altos mandatarios, es decir, a los situados por encima de la UE. En este caso, utilizando un símil conocido, resulta no ser la autoridad tradicional la que llama al orden en la sala, sino esos otros a los que la elites tradicionales califican, en privado, de populacho y de ciudadanos, en público, entiéndase, los votantes, a los que no se les reconoce su autoridad.
Nos encontramos en tiempos políticos difíciles. Los dirigentes de nuestro país no saben –o no se atreven- a poner remedio a una complicada situación. Una encrucijada de reclamaciones por parte de las diversas regiones españolas, unida a una ruptura interior de los partidos que hace tambalearse sus cimientos.
Mucho se está comentando en los últimos tiempos sobre el excesivo movimiento epistolar (¡es que son dos cartas, dicen!) del analfabeto que habita en la Moncloa. Pues fíjese amigo lector, a mí me parecen pocas; claro que yo nací en 1935 y entonces era moneda tan corriente escribir que se hacía sin faltas de ortografía y con una sintaxis exquisita, extremos de los que adolecen las cartas de este romeo de pacotilla, escritas los días 25 de abril y 4 de junio.
Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...
El ciudadano necesita una información veraz y total. Lo contrario, significa que no es considerado como tal. Los estados, después, podrán aportar todos los matices necesarios para que su experiencia y profesionalidad delineen las razones de estado que consideren oportunas. Y a nosotros nos corresponderá decir sí o no. Después de todo somos los verdaderos sufridores de las consecuencias de esas razones. Pero esa información previa es indispensable.
En la práctica, el constitucionalismo es un producto jurídico ideado por los antiguos representantes del gran capital para ilusionar a las gentes y manejar entre bastidores su destino. Sirvió de fundamento a lo que se bautizó como Estado de Derecho. Atento al principio del imperio de la ley, esta pasó a ser el alma del sistema, un producto maleable que atendía, en teoría, al interés general, pero venía afectada por intereses particulares.
|