Entendida la política como el mejor gobierno de las masas geográficamente localizadas, al objeto de mejorarlas material y espiritualmente, utilizando la racionalidad como soporte, resulta que ha quedado reconducida al plano especulativo, cuando es una cuestión fundamental llevada en armonía con la naturaleza humana. En este terreno siempre ha permanecido secuestrada. Lo ha estado porque, siendo una cuestión de todos, ha sido reservada a una minoría dominante. Esta se ha inventado toda suerte de falacias, desde la de ser los elegidos de los dioses a la de imponer su voluntad por la fuerza, en ambos casos un gran engaño, porque el poder que proviene del ejercicio político es exclusivamente de las masas, pero incluso aunque voten ser gobernadas, resulta que pierden su presencia política en favor de la minoría rectora.
Tiempo atrás, la política ya había sido secuestrada por las elites. Se trataba de un grupo de oportunistas que invocaban la necesidad de que una minoría gobernara la mayoría, siguiendo sus intereses personales, ocultándolos tras el interés general. El propósito era crear un casta dominante, minoritaria y perpetuarla el mayor tiempo posible, haciendo que el personalismo fuera el eje de la política. Con lo que bajo tales propósitos la política pasa a ser política de minorías con la clara pretensión de atender los referidos intereses particulares. A tal fin, un componente decisivo era la manipulación, porque el político que aspira a permanecer en el poder obligadamente tiene que manejar a las masas vendiendo creencias, ilusiones y falacias, con tal tesón que la política pasa a ser la muestra de la mayor habilidad del personaje para mantenerse en el poder. Como en todo caso la permanencia en el ejercicio del poder era temporal, se instrumentan subterfugios como la herencia para tratar de prolongarlo, pero fue la institucionalización la que permitió hacerlo perdurable.
Al margen de adornos jurídicos y de especulaciones teóricas, la realidad es que quienes cuentan con el apoyo de la fuerza, validada como tal en cada momento histórico, están destinados a mandar sobre las masas que la reconocen como tal fuerza. Así venía sucediendo con la fuerza de las armas, hasta que se produce el cambio paradigma. Si las armas se pueden someter con otro medio, poniéndolas a su servicio, este pasará a ser la nueva fuerza dominante. Eso es lo que ha sucedido con el dinero, un producto resultante del intercambio necesario para satisfacer necesidades humanas convencionalmente admitidas. Su lugar operativo es el mercado y, por tanto, la nueva fuerza reside en los dueños últimos del mercado, agrupados en torno al gran capital.
Con el cambio de paradigma de la fuerza dominante en la mayoría de los grupos humanos, se produce también el primer cambio de la política, deja de ser propia de una casta oficial para pasar a ser competitiva. El segundo cambio es que la nueva política acude a la racionalidad del gobierno de todos sometido al control de la democracia y el Derecho positivo. Hay que señalar un tercer cambio, decisivo en este caso, la fuerza dominante no necesita intervenir directamente en la política, le basta con servirse de peones que solo juegan a hacer política siguiendo las instrucciones del mandante.
Desde tales cambios, la política ha pasado a ser, el gobierno aparente de la ciudadanía, cuando resulta que las masas han perdido su capacidad política, por ser simples receptoras de los efectos políticos que instrumenta la minoría dirigente. Con lo que nada ha cambiado en la cuestión de fondo de la gobernabilidad social. La minoría que dispone de la fuerza dominante de la época, al igual que antes sucedía, hoy, bajo otras formas, gobierna desde la sombra, y el pueblo no se siente afectado, porque le basta con estar entretenido con lo del voto temporal
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