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Sin la vida grupal seríamos muy diferentes a lo que entendemos como ser humano

Somos bosque y raíces

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Estoy convencido de que los seres humanos somos como los árboles, que son más fuertes cuando viven en el bosque,  potenciados por la otredad y el “nosotros”; pero que de no ser por sus raíces, no podrían sobrevivir, pese a estar en la más exuberante floresta.


Los seres humanos no seríamos lo que somos y no tendríamos esperanza de evolucionar, si no viviéramos en sociedad, si no emprendiéramos situaciones grupales, si no valoráramos la alteridad contrastándola con la individualidad, y al mismo tiempo, si no aquilatáramos intensamente nuestra profunda esencia.


Sin la vida grupal seríamos muy diferentes a lo que entendemos como ser humano. Sin la certeza de nuestra dimensión sutil e intuitiva, que está en permanente expansión, seríamos seres constreñidos a nuestra materialidad.


A partir de casos reales, la ficción ha planteado que, de no rodearse de más seres humanos, las personas buscaríamos cobijo con los animales, sobre todo con los mamíferos y ampliaríamos nuestra vinculación con la naturaleza.


Por ejemplo, a finales del siglo XVIII, el inglés Rudyard Kipling escribió El libro de la selva (TheJungle Book), en cuyas páginas Mowgli, un niño extraviado por sus padres y criado por animales, desarrolla una personalidad “muy humana”, gracias a los vínculos que establece con los animales. En ese sentido, pero en la vida real, ha habido múltiples casos de niños que han sobrevivido gracias a la convivencia con animales; éste tipo de infantes son llamados“niños salvajes”, y han sido objeto de diferentes estudios desde múltiples ángulos del conocimiento.


¿Qué hemos aprendido de los llamados “niños salvajes”, y, cómo está vinculado esto con la analogía de que los seres humanos somos como los árboles? Que en completo abandono la gran mayoría de párvulos no logran sobrevivir. Quienes son criados por animales presentan severas consecuencias negativas en algunos aspectos, principalmente el lenguaje, el procesamiento de razonamientos complejos y la movilidad manual fina; pero no mostraron malnutrición y estaban relativamente sanos, como el caso de Marcos García, el niño español que creció entre lobos en Sierra Morena, o John Sebunya, el críocuidado en Uganda por monos vervet, o Iván, el niño ruso adoptado por perros salvajes.


Es decir, la compañía de seres humanos y los cuidados que derivan de ella, así como aquella que proviene de los animales, en sustitución de la primera, es decisiva para conservar la vida y aspirar a un desarrollo de nuestras facultades. Somos lo que somos porque vivimos agrupados. Somos lo que somos gracias al otro, a los otros, a las experiencias de la otredad.


Por otra parte, en vista de que se trata de  un sistema complejo y abierto, el ser humano tiene grandes potenciales ocultos, los cuales solo cada quien puede desarrollarlos por sí mismo. Nadie puede sustituir a otro en su desarrollo.


Tomo un cuento de Paulo Coelho, titulado: La importancia del bosque, para dar continuidad a lo que vengo tratando:

Dice el letrista brasileño en su breve relato:

Todos los maestros dicen que el tesoro espiritual es un descubrimiento solitario.

 ¿Entonces por qué estamos juntos? -preguntó uno de los discípulos a Nasrudin, el maestro sufí.

Ustedes están juntos porque un bosque siempre es más fuerte que un árbol solitario -respondió Nasrudin-. El bosque mantiene la humedad del aire, resiste mejor a un huracán, ayuda a que el suelo sea fértil.

 -Pero lo que hace fuerte a un árbol es su raíz. Y la raíz de una planta no puede ayudar a otra planta a crecer.

-Estar juntos en un mismo propósito, es dejar que cada uno crezca a su manera; éste es el camino de los que desean comulgar con Dios.


Coincido plenamente con Paulo Coelho, los seres humanos somos como los árboles, somos más fuertes cuando vivimos juntos, cuando sabemos vivir juntos; pero de no ser por nuestras raíces, no podríamos sobrevivir, ni evolucionar, pese a estar en el más grandioso bosque.


Vale la pena darse cuenta. Vale la pena intentarlo.





Somos bosque y raíces

Sin la vida grupal seríamos muy diferentes a lo que entendemos como ser humano
Abel Pérez Rojas
lunes, 4 de octubre de 2021, 10:27 h (CET)

Estoy convencido de que los seres humanos somos como los árboles, que son más fuertes cuando viven en el bosque,  potenciados por la otredad y el “nosotros”; pero que de no ser por sus raíces, no podrían sobrevivir, pese a estar en la más exuberante floresta.


Los seres humanos no seríamos lo que somos y no tendríamos esperanza de evolucionar, si no viviéramos en sociedad, si no emprendiéramos situaciones grupales, si no valoráramos la alteridad contrastándola con la individualidad, y al mismo tiempo, si no aquilatáramos intensamente nuestra profunda esencia.


Sin la vida grupal seríamos muy diferentes a lo que entendemos como ser humano. Sin la certeza de nuestra dimensión sutil e intuitiva, que está en permanente expansión, seríamos seres constreñidos a nuestra materialidad.


A partir de casos reales, la ficción ha planteado que, de no rodearse de más seres humanos, las personas buscaríamos cobijo con los animales, sobre todo con los mamíferos y ampliaríamos nuestra vinculación con la naturaleza.


Por ejemplo, a finales del siglo XVIII, el inglés Rudyard Kipling escribió El libro de la selva (TheJungle Book), en cuyas páginas Mowgli, un niño extraviado por sus padres y criado por animales, desarrolla una personalidad “muy humana”, gracias a los vínculos que establece con los animales. En ese sentido, pero en la vida real, ha habido múltiples casos de niños que han sobrevivido gracias a la convivencia con animales; éste tipo de infantes son llamados“niños salvajes”, y han sido objeto de diferentes estudios desde múltiples ángulos del conocimiento.


¿Qué hemos aprendido de los llamados “niños salvajes”, y, cómo está vinculado esto con la analogía de que los seres humanos somos como los árboles? Que en completo abandono la gran mayoría de párvulos no logran sobrevivir. Quienes son criados por animales presentan severas consecuencias negativas en algunos aspectos, principalmente el lenguaje, el procesamiento de razonamientos complejos y la movilidad manual fina; pero no mostraron malnutrición y estaban relativamente sanos, como el caso de Marcos García, el niño español que creció entre lobos en Sierra Morena, o John Sebunya, el críocuidado en Uganda por monos vervet, o Iván, el niño ruso adoptado por perros salvajes.


Es decir, la compañía de seres humanos y los cuidados que derivan de ella, así como aquella que proviene de los animales, en sustitución de la primera, es decisiva para conservar la vida y aspirar a un desarrollo de nuestras facultades. Somos lo que somos porque vivimos agrupados. Somos lo que somos gracias al otro, a los otros, a las experiencias de la otredad.


Por otra parte, en vista de que se trata de  un sistema complejo y abierto, el ser humano tiene grandes potenciales ocultos, los cuales solo cada quien puede desarrollarlos por sí mismo. Nadie puede sustituir a otro en su desarrollo.


Tomo un cuento de Paulo Coelho, titulado: La importancia del bosque, para dar continuidad a lo que vengo tratando:

Dice el letrista brasileño en su breve relato:

Todos los maestros dicen que el tesoro espiritual es un descubrimiento solitario.

 ¿Entonces por qué estamos juntos? -preguntó uno de los discípulos a Nasrudin, el maestro sufí.

Ustedes están juntos porque un bosque siempre es más fuerte que un árbol solitario -respondió Nasrudin-. El bosque mantiene la humedad del aire, resiste mejor a un huracán, ayuda a que el suelo sea fértil.

 -Pero lo que hace fuerte a un árbol es su raíz. Y la raíz de una planta no puede ayudar a otra planta a crecer.

-Estar juntos en un mismo propósito, es dejar que cada uno crezca a su manera; éste es el camino de los que desean comulgar con Dios.


Coincido plenamente con Paulo Coelho, los seres humanos somos como los árboles, somos más fuertes cuando vivimos juntos, cuando sabemos vivir juntos; pero de no ser por nuestras raíces, no podríamos sobrevivir, ni evolucionar, pese a estar en el más grandioso bosque.


Vale la pena darse cuenta. Vale la pena intentarlo.





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