Cuando realizo entrevistas, una de mis preguntas estrella es: ¿con qué personaje de la historia te gustaría tomar café? Y si esa pregunta me la hicieran a mí, sería fácil de contestar; no porque mi lista no fuera extensa, pues en ella estarían Napoleón, Cleopatra, Emily Dickinson, Lord Byron…, pero si solo pudiera tomar un único café con alguien, sería con Norma Jeane Mortenson. Tendría tantas cosas que decirle con tan pocas palabras…
El 4 de agosto de 1962 murió la mujer que apagó el mundo con su luz y lo empobreció con su riqueza interior.
Hay mujeres que el mundo no supo leer. Da igual cuántos documentales, libros y artículos hayan hecho sobre ella, el mundo nunca la conoció, y hoy en día sigue siendo la mujer de mirada triste que nadie escuchó.
No voy a hablar al mito ni a la actriz, no voy a hablar a Marilyn Monroe, voy a hablar a la mujer que hay escondida detrás de bastidores: esa que tenía miedo, a la que nadie miraba.
Querida Norma, conocías bien la sensación de que todos te miraran sin verte. Eras un poema incomprendido, uno de esos sin título que cada uno interpreta como desea.
Eras consciente de tu propia tragedia y, aun así, seguías ensayando sonrisas para no incomodar a los demás con tu verdad.
Crecí admirándote, no por tu belleza, sino por tu valentía en medio del naufragio. Cada vez que miraba el gigantesco póster que tenía tuyo en mi habitación, sentía que te conocía: sentía tu decepción con el mundo, tu tristeza por no ser vista, tu esfuerzo por demostrar que eras algo más que una fachada bonita.
Tu vida fue una constante búsqueda de amor y aceptación, pero brillabas demasiado. Entiéndelo: es como si exhibieras cada día un diamante carísimo; al final terminan robándolo para esconderlo en el rincón más oscuro.
El mundo no ha cambiado mucho desde que te fuiste. La gente sigue despedazando a los personajes públicos; se creen con el derecho de fisgonear en sus vidas y juzgarlos, incluso más cruelmente que en tu tiempo, ya que ahora se refugian en el anonimato de las redes sociales.
A veces, cuando me siento invisible, cuando me miran pero no me ven, te recuerdo y pienso: “Si no veían a la gran Marilyn Monroe, ¿cómo pretendo que me vean a mí?”. Y, por otro lado, deseo que no me vean: me escondo en la sombra y sonrío al exterior, regalo esa sonrisa que todos quieren ver.
He aprendido a ser Marilyn Monroe y Norma Jeane. He aprendido a encender la luz y apagarla cuando termina el espectáculo. Soy ambas: ninguna de las dos es falsa, simplemente controlo y ordeno quién debe salir al escenario en cada instante de mi vida. Creo que esa también eras tú: la alocada, la que amaba la vida y deseaba cumplir sus sueños, y a la vez eras la de mirada triste, la que veía al mundo y se decepcionaba con cada traición, la que deseaba alejarse de todos y también necesitaba de los demás para sentirse viva.
Si te tuviera delante, mi pregunta sería la que todos harían: ¿Quién acabó con tu vida? Pero quizás, si te tuviera delante, no harían falta preguntas: cogería tus manos entre las mías, te miraría a los ojos y te abrazaría fuertemente.
Abrazaría a ambas, a Marilyn y a Norma, porque, lo queramos o no, una no puede existir sin la otra. Siempre lo he dicho: somos luces y sombras, y eso nos hace únicos.
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