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¡Que quede bien claro!: el título de este escrito es: La “rama oculta” y… nada más. Y ¿quién es la rama oculta? Si tuviera que contestar David Sánchez Pérez-Castejón, seguramente diría que es… una rama que se ha ocultado. Si, por el contrario, el preguntado fuera Pedro Sánchez Pérez Castejón, respondería, con todo descaro, que… el PP miente sistemáticamente.
Tras los cristales blindados de La Moncloa —un palacio cuyas ventanas iluminadas solo fingen transparencia, mientras turbias sombras se deslizan por sus despachos—, hoy los prestamistas exigen la libra de carne que Pedro Sánchez —movido por su ambición— hipotecó en su propio beneficio.
Que Cataluña es España, está claro, y que algunos catalanes no se consideran españoles, también, así como que otros sí se sienten españoles. Dicho esto, el lío está servido, porque en los nacionalismos y secesionismos, la gente se toma el tema como si tuvieran que “pelar los pollos” para luego comercializarlos. ¡Con lo fácil que es ser barcelonés, catalán y español a la vez!
Dando por cierto que en este país la envidia es el deporte nacional, los españoles somos muy dados a la cerrazón, pero la obstinación y la porfía no le quedan a la zaga. Aquí, como decía Antonio Machado, “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.
Dicen que cuando se habla de la imposibilidad jurídica de tal o cual intención, a los juristas se les despacha rápido: “tú no lo entiendes, es que no es un problema jurídico, es político, ya que nadie incumple la ley, se tiene legitimidad y la legitimidad es más fuerte que la ley”.
Es una verdad de la literatura que lo trágico deviene en comedia, y la comedia en lo grotesco. El afer catalán ha pasado de ser una cosa trágica a un sainete de época, con múltiples puertas por donde los protagonistas salen, entran y se entrecruzan.
España es un país soberano, una nación reconocida internacionalmente, con un Gobierno central y una Constitución que establece su estructura territorial. Dentro de España, existen 17 comunidades autónomas, cada una con un grado significativo de autogobierno, pero todas bajo la unidad del Estado español. Entre ellas se encuentra Cataluña, una comunidad autónoma con su propia identidad cultural y lingüística, pero que no es un país independiente.
En una mañana, hace unos días, Puigdemont perdió a dos de los que fueron firmes puntales del presidente en el exilio: Toni Comin y Laura Borràs. El primero se presentaba al cargo de presidente del Consell de la República, y la segunda estaba pendiente de la respuesta del Supremo al recurso contra la sentencia del TSJC que la había condenado por unos hechos ocurridos mientras presidía el Institut d'Estudis Catalans.
En España somos magos, nuestro truco principal es transformar cualquier cosa que ocurra en cualquier latitud en una cuestión de política interna, y ni es un truco muy bonito, ni deja muy satisfechos a los espectadores, pero es nuestra especialidad. Sí, es el clásico juego de ver quién lo hizo primero y quién la hizo más grande, o más bien, servir en bandeja ese mal truco e interpretar acusaciones en función del color político con el que se sucedieron.
Hace ya un tiempo, intercambiando unas palabras e impresiones con un conocido que pertenece al sector separatista catalán, llegué a plantearle la siguiente cuestión: ¿Por qué a mí, catalán y constitucionalista español, me consideráis menos catalán que vosotros? Ser español, no es ser menos catalán, y menos eso que nos llamáis: catalanes de segunda.
Entre convivencia e independencia, el PSOE y su vertiente catalana, el PSC, eligieron hace ya tiempo la independencia. Pedro Sánchez no quiere hablar de independencia, pero acepta al independentismo (el juego del ahorcado), y no se ha dado cuenta nunca de que ese juego no es posible, ni ético, ni legítimo.
La frase pronunciada por Pedro Sánchez, "Voy a aguantar tres años y los que vienen después", dejó claro el objetivo de alguien cuyo proyecto es mantenerse en el poder por un largo tiempo indefinido. Desde sus primeros pasos en el PSOE, ha demostrado una capacidad insólita para maniobrar en los escenarios más complejos y controvertidos, sin que el coste político o ético parezca detenerlo, y mucho menos importarle.
Junts necesita atraer los focos. Es la segunda fuerza en el Parlament y mejoró ligeramente resultados en las elecciones del pasado mes de mayo, pero prácticamente no toca poder en Catalunya. Entre las veinte poblaciones con mayor número de habitantes, sólo tiene una alcaldía, la de Sant Cugat, que es el doceavo municipio catalán.
Eso que dicen algunos políticos “descerebrados” de que estábamos acostumbrados a que “Papá Estado” nos resuelva la vida..., eso es una deducción propia de quienes verdaderamente están viviendo a costa del Estado, a costa del dinero de los contribuyentes.
Los votos y el apoyo a la formación política Junts per Catalunya son los votos del espanto, y la triste realidad es que muchos catalanes compran sus mentiras. Los catalanes ya sabemos cómo gobiernan estos de Puigdemont y compañía, pero por lo visto hay personas que les gusta ser engañados.
Cataluña formaba parte del Reino de Aragón en la Edad Media. El condado de Barcelona se unió al Reino de Aragón en 1137 mediante el matrimonio de Ramón Berenguer, conde de Barcelona y Petronila de Aragón. Con el tiempo, Cataluña fue desarrollando una identidad cultural y política propia dentro de la Corona de Aragón, pero siempre estuvo vinculada a la monarquía aragonesa y posteriormente a la monarquía española, tras la unión de los Reyes Católicos en 1469.
Contra los agoreros que desde hace un tiempo vienen proclamando la muerte del independentismo o su domesticación, como hacen Pedro Sánchez y sus ministros, la celebración el pasado miércoles, una vez más, de la Diada de Catalunya sirvió para acallar a aquellos que llevan un tiempo entonando música de réquiem por el independentismo.
De jovencitos todos soñamos con llegar a ser... con alcanzar el éxito.... con conseguir el poder... Si alguien se riera de esos sueños, era suficiente para negarle la amistad presente y futura. Las personas se enfrentan por sus pasiones y los sueños son, precisamente, esas pasiones interiores; menospreciarlas, supone despreciar lo único de valor que cualquier persona libre lleva en su interior.
Hoy quiero hablaros del payaso, cobarde y defenestrado Carlos Puigdemont. Hace un par de días lo vi claramente por televisión; no recuerdo en qué cadena. Quiso dar testimonio visual de que había regresado a su ilegal refugio de Waterloo, después de jugar un ratito al gato y al ratón con la canalla catalana lamiéndole sus miserias separatistas; y la rotunda complicidad delictiva de unos componentes de los “mozos de cuadra”, que muy pronto serán condecorados debidamente.
Como siempre que escribo sobre Cataluña y/o los catalanes, trato de ser justo, riguroso y objetivo; por ello nunca se me olvida destacar que en aquella región hay muchísima gente con los mismos sentimientos que en el resto de España respecto a la unidad, solidaridad y la igualdad de todos los españoles.
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