Dando por cierto que en este país la envidia es el deporte nacional, los españoles somos muy dados a la cerrazón, pero la obstinación y la porfía no le quedan a la zaga. Aquí, como decía Antonio Machado, “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.
En esta tierra de María Santísima lo menos importante no es tener razón, lo que de verdad importa es que el otro te dé la razón, porque de lo contrario rompemos la baraja y se acabó la discusión... Por no hablar de la obligación que los tozudos imponen al resto de los mortales de tener que opinar de todo y de tener que tomar partido en todo.
Ortega y Gasset, dejó dicho en su discurso en las Cortes de la República, en 1932, cuando se discutía el Estatuto de Cataluña, “que el problema catalán no se puede resolver, sólo se puede conllevar”, porque incluso haciendo un referéndum legal en Cataluña, seguramente se aclararía que la mayoría de catalanes no quiere la independencia y se despejaría clara y formalmente la incógnita.
El asunto de las banderas “indepes” no lleva a nada, salvo a exacerbar los ánimos y a excitar los genes de la disputa y la discusión que todos, en mayor o menor medida, llevamos dentro. Y mientras, en el resto de España se devanan los sesos para resolver, al hispánico modo, el tema de las “esteladas” y de la dignidad de la patria, cada vez más humillada.
Dicen que en territorio nacional, sin contar la región catalana, los medios televisivos acérrimos a la izquierda se desgastan por dar la razón al Gobierno de Sánchez cuando éste sólo hace que transferir competencias a Cataluña, y eso, para un catalán como yo que por encima de todo se siente español, es hiriente.
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