Que Cataluña es España, está claro, y que algunos catalanes no se consideran españoles, también, así como que otros sí se sienten españoles. Dicho esto, el lío está servido, porque en los nacionalismos y secesionismos, la gente se toma el tema como si tuvieran que “pelar los pollos” para luego comercializarlos. ¡Con lo fácil que es ser barcelonés, catalán y español a la vez!
Para un independentista, ver en su DNI la palabra España debe de ser como llevar a diario “unos calzoncillos que te incomodan”, de esos que se te meten por ahí continuamente, es decir, que para un rato, bueno..., pero para toda la vida, eso no hay quien lo soporte.
En una democracia, se imagina que la voluntad del pueblo debe prevalecer ante todo, pero el problema es que cierta parte del pueblo falsee la historia, tal y como sucede desde hace ya un tiempo en Cataluña para intentar imponer su voluntad. Y sí, la solución no está cerca y se atisba difícil, pero lo que no me parece lógico, ni democrático, ni respetuoso es “pitar el himno nacional o quemar la bandera de un país”, de su país. Esos actos (pitar y quemar) no son ejercer la libertad personal, es un ejercicio de barbarie, de ruindad, de vulgaridad, de chabacanería, de bajeza ética y moral...
Decir que el Estado español es un país “opresor” es falso, porque a pesar de todo, algún que otro beneficio le está dando a Cataluña.
Termino esta columna plasmando mi pensamiento de siempre: que los españoles en su conjunto son los que deben decidir el futuro de Cataluña por amplia mayoría, ya que Cataluña pertenece a España. Eso sí, si llegara la imposible y utópica independencia, que fuese con “todas las consecuencias” para los catalanes, buenas y malas.
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