
Foto de Leeloo The First en Pexels
Muchas personas que han pasado por una depresión lo saben: no basta con sentirse mejor durante unas semanas o unos meses. La recaída no siempre llega por un nuevo golpe externo, sino porque algo en el interior no ha cambiado del todo. Una idea, una creencia, una exigencia... que sigue allí, operando en silencio.
Se trata de pensamientos invisibles, automáticos, que no siempre formulamos en voz alta, pero que actúan como mandatos internos. Son convicciones aprendidas, a veces desde la infancia, a las que les hemos dado el poder de definir nuestro valor, nuestro derecho a pedir ayuda o a equivocarnos.
Ideas que enferman (aunque no lo parezca)
Algunas de estas creencias pueden parecer normales, incluso socialmente aceptadas. Pero cuando se internalizan como verdades absolutas, se convierten en trampas mentales. Entre las más comunes están:
- “Si fracaso, no valgo.”
- “No puedo ser feliz sin que me amen.”
- “Pedir ayuda me hace débil.”
- “Si no soy perfecto, soy un desastre.”
- “Debería poder con todo.”
- “Mis emociones me hacen perder el control.”
- “Mi valía depende de lo que otros piensen de mí.”
Estas frases, que a menudo repetimos sin darnos cuenta, no son solo pensamientos negativos: son estructuras profundas de sentido. Lo que el psicólogo David Burns llama actitudes disfuncionales. Ideas que contaminan la percepción que tenemos de nosotros mismos y del mundo. Y cuando la vida nos pone a prueba —una pérdida, un fracaso, una soledad inesperada—, esas ideas resurgen con fuerza, reactivando la tristeza, la culpa o la ansiedad.
Una herramienta para hacer visible lo invisible: la Escala de Actitudes Disfuncionales
Para identificar estas creencias silenciosas, se ha desarrollado una herramienta terapéutica muy útil: la Escala de Actitudes Disfuncionales (EAD), diseñada originalmente por Weissman y Beck, y adaptada posteriormente en contextos clínicos y educativos. Evalúa siete áreas clave donde suelen instalarse estas creencias:
- Necesidad de aprobación: “Si no me aceptan, no valgo.”
- Dependencia emocional: “No puedo estar bien si no me aman.”
- Perfeccionismo: “Solo si soy perfecto me querrán.”
- Expectativas rígidas: “Las cosas tienen que ser como yo creo que deben ser.”
- Castigo personal: “Si me equivoco, merezco reproche o rechazo.”
- Control omnipotente: “Soy responsable de que todo salga bien.”
- Valor condicionado: “Solo valgo si logro algo importante.”
El solo hecho de ponerles nombre ya marca una diferencia. Como dice un principio básico de la terapia cognitiva: “No puedes cambiar lo que no puedes ver.”
La verdadera sanación: más allá del alivio
Superar una depresión no es solo volver a dormir bien o recuperar el apetito. Es transformar la relación que tenemos con nuestros propios pensamientos. Es pasar de creérselo todo —sobre uno mismo, sobre los demás, sobre la vida— a empezar a cuestionarlo, a observarlo con distancia y amabilidad.
Estar bien no significa eliminar todos los pensamientos negativos. Eso es imposible. Estar bien es no dejar que esos pensamientos te gobiernen. Es poder decir: “Ahora me conozco mejor. Ya no me creo todo lo que pienso.” Es vivir con mayor libertad interior.
Como recuerda el psiquiatra Viktor Frankl, “entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. Y en ese espacio reside nuestra libertad.” El trabajo terapéutico ayuda precisamente a ampliar ese espacio: a dejar de actuar automáticamente bajo el dominio de ideas que nos dañan, para elegir otras más justas, más realistas, más compasivas.
Una propuesta para la educación emocional
Estas actitudes disfuncionales no solo afectan a quienes ya han pasado por una depresión. Están en la base de muchos malestares actuales, especialmente entre jóvenes: autoexigencia extrema, miedo al juicio, necesidad de éxito, ansiedad relacional. Por eso, integrar este enfoque en la educación emocional en escuelas, familias y comunidades no es un lujo, sino una urgencia.
Educar no es solo transmitir conocimientos: es ayudar a las personas a pensar sobre lo que piensan. Enseñarles a identificar sus creencias, a dialogar con ellas, a sustituir el juicio por comprensión. Porque quizá el mayor enemigo no está afuera, sino en una idea que nadie nos ayudó a poner en duda.
|