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Sin duda alguna la humanidad ha entrado en una fase que difícilmente puede llevarnos al optimismo respecto a un futuro que se nos anticipa como un conjunto de abracadabrantes situaciones, ninguna de las cuales positivas. Son múltiples las cuestiones que están actuando sobre nuestra nación que nos hacen creer que puede llegar, a no tardar, un momento en el que todo lo que habíamos conseguido avanzar en años anteriores se pierda, a causa de la mala gestión de los gobernantes.
Es evidente que la palabra guerra, con todas sus fatales consecuencias, sea una expresión capaz de hacer temblar a cualquier persona. No obstante, por muy buenistas y pacifistas que seamos es evidente que, si hay algo que se ha ido reproduciendo fatalmente a través de todos los tiempos, desde de que el mundo es mundo, han sido sucesivos episodios de enfrentamientos armados entre los hombres.
Es posible que, en estos momentos, las dos personas que tienen en sus manos el poder de declarar una contienda de carácter universal, se estén preguntando sobre si la responsabilidad que se han echado encima, si este inmenso poder que les confieren sus respectivos cargos, de decidir sobre la vida y la muerte de miles y millones de personas, les capacita, les autoriza o les da la fuerza ética y moral para que estén en condiciones de decidir el destino de la humanidad.
Lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, los españoles vamos perdiendo la confianza en quienes nos gobiernan y lo mismo se puede decir de una serie de instituciones que han ido demostrando, a lo largo de esta legislatura, que su independencia y objetividad han quedado muy lejos de lo que el pueblo, legítimamente, podría esperar de ellos.
Una vez creímos en aquello de que las naciones europeas unidas iban a constituir un baluarte contra cualquier intento desestabilizador externo a la comunidad, con una OTAN provista de un ejército capaz de disuadir a cualquiera que intentara amedrentar a la CE y con la solidaridad precisa para que cualquier acción u omisión que se acordara por los altos mandos de Bruselas, tendría el marchamo de la defensa de la justicia y el respaldo unánime de las naciones que la integran.
Lo cierto es que la mayoría pensábamos que quien faroleaba era Putín y que todo no era más que una estrategia para impedir que Ucrania entrara en la OTAN, además de asegurarse que el DONVAS continuara siendo el enclave ruso dentro del país con la consolidación de la apropiación de la provincia de Crimea como punto básico de control del mar negro y base de la importante escuadra rusa de la zona.
Llegó la hora de las lamentaciones, de las excusas, de cargarles las culpas a los demás, de buscar la salvación a cualquier precio o del “ya te lo decía yo”; pero nadie tiene la valentía de pedir perdón, dimitir o admitir que su gestión ha sido equivocada y un quebranto para el partido. Nada de todo ello le va a valer a este PP de hoy, afectado por uno de los mayores y más absurdos escándalos que se han visto desde que en España entramos, al menos nominalmente, en una democracia.
Las discrepancias internas entre los distintos sectores del PP cada día se han estado haciendo más evidentes y, pese a lo que nos pueda doler a los que siempre hemos votado por dicha formación, no podemos alegar sorpresa ante lo que acaba de venírsenos encima. Es la maldición de la derecha, su talón de Aquiles: en cada ocasión en la que se le ponen las cosas a huevo, encuentra el medio más eficaz para echarlo todo a perder.
Empezamos a estar hartos y a tener la desagradable impresión de que no hay un solo político, de los que actualmente componen las cámaras de representación españolas, que sea capaz de interpretar razonablemente, en sus justos términos y con solvencia lo que de verdad quiere una parte importante del electorado español, que no se circunscribe, en modo alguno, a estos señores de izquierdas que pretenden hacernos creer que están por encima de los que no pensamos como ellos.
Es obvio que los hay que están hechos para sacar de las peores circunstancias algo positivo y, también es cierto que aunque la propaganda sea lo más adversa posible, las fuerzas puestas en la defensa de un objetivo sean desproporcionadas y los encargados de luchar contra ellas no hayan calculado los efectos de una decisión harto temeraria; siempre queda un resquicio por el que la justicia, la sensatez del pueblo sepan poner sentido común.
Según “The Economist” España ha perdido la categoría de “democracia plena” para entrar en la de “democracia defectuosa”. Es muy posible que para muchos de nuestros conciudadanos este cambio, esta rebaja de calidad democrática no signifique nada, acostumbrados como ya estamos a que vayamos descendiendo en los distintos rankings de la UE.
En una de estas encuestas que tanto cunden en la actualidad, unos entrevistadores preguntan a los católicos de la América Latina: ¿Cuál mandamiento de la Ley de Dios le parece más difícil de cumplir? Uno se queda pasmado de los resultados y no puede evitar una sonrisa sarcástica al comprobar lo poco consecuentes que solemos ser cuando se trata de reconocer nuestras carencias, de admitir que no somos tan buenos como nos creemos.
Por fin ha parido la “gran reforma” que este gobierno socio-comunista había convertido en leitmotiv de su pretendida lucha en favor de la clase trabajadora. La aprobación de la reforma laboral en el Congreso, por los pelos, esta es la verdad, y tomando en cuenta que los cambios a que ha sido sometida la ley del PP de reforma laboral que ha estado vigente desde que el señor Mariano Rajoy decidió hacer caso a Bruselas.
Algunos pudieran pensar que ha sido la gran pandemia del Covid 19 la que más ha influido en el evidente deterioro por el que está pasando la nación española, pese a que los que nos gobiernan no dejan de sacar pecho, basándose en hechos circunstanciales, sin tomar en cuenta los negros nubarrones que nos amenazan desde más allá de nuestras fronteras y olvidándose de los graves problemas que, cada día, se hacen más evidentes.
No sé el por qué, pero contemplando el actual panorama político en la vieja Europa, se me ha venido a la memoria aquella película inglesa de los tiempos en que la India estaba colonizada por la GB, un film magnífico interpretado con gran solvencia por el Kennet More, un actor inglés especializado en este tipo de películas, Lauren Bacall y uno de estos actores obligados en el papel de “malvado”, que fue Gerbert Lom.
Tarde o temprano salen a relucir las grandes mentiras políticas de las que se valen las izquierdas para captar votos y hacerse con puestos claves en la administración, valiéndose de la ignorancia, falta de preparación, aversión en contra de quienes gozan de una buena posición y facilidad de caer en las trampas informativas, que siempre están a disposición de esta prensa vendida a la izquierda.
Aquel refrán que dice: “Ande yo caliente y ríase la gente” sigue estando de actualidad y forma parte de la idiosincrasia de estos nuevos políticos de conveniencia, que siendo prácticamente unas nulidades o, mejor dicho, personas nada relevantes ni que se distingan por sus especiales aptitudes, utilizando el ascensor de la política y usando de trampolín los partidos políticos, logran alcanzar puestos de relevancia dentro del mundillo que vive del trapicheo político.
En ocasiones sentimos la ineludible necesidad de preguntarnos cómo, una nación de tanta raigambre cultural y experiencia política como es España, puede estar soportando que, una serie de advenedizos de las izquierdas internacionales, sean capaces de tener secuestrados a tantos ciudadanos españoles, cuando su apoyo en las urnas ha estado tan dividido, tan falto de unidad.
Resulta sorprendente, aleccionador y, desde todos los puntos de vista, sumamente preocupante el que esta parte de España, dotada de atributos naturales de gran belleza y de lugares idílicos, haya entrado, debido a la cerrazón de sus políticos, en una espiral de autocomplacencia, menosprecio de la nación española, sentimientos de rechazo y resentimientos con respeto al resto de la ciudadanía patria.
Este año tiene la particularidad de ser el que precederá a unas nuevas legislativas en las que el gobierno socio-comunista que ocupa el poder deberá someterse a lo que decidan las urnas, refrendando o censurando lo que ha sido la última gestión que han hecho desde su paso por la política española.
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