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Etiquetas | Hablemos sin tapujos | Putin | Joe Biden | Rusia | Poder | Invasión | UCRANIA
Sus ansias de expansión, sus objetivos de una “Gran Rusia” y sus métodos expeditivos, constituyen un retrato robot de un ser sumamente peligroso

​La soledad y el vértigo del poder absoluto

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Es posible que, en estos momentos, las dos personas que tienen en sus manos el poder de declarar una contienda de carácter universal, se estén preguntando sobre si la responsabilidad que se han echado encima, si este inmenso poder que les confieren sus respectivos cargos, de decidir sobre la vida y la muerte de miles y millones de personas, si el tener a su disposición ejércitos con todo tipo de armas destructivas, incluidas las atómicas, o si el haber llegado al puesto en el que los ha situado el pueblo o se lo han procurado ellos mismo mediante el uso de medios poco ortodoxos; les capacita, les autoriza o les da la fuerza ética y moral para que estén en condiciones de decidir el destino de la humanidad o, como pensamos muchos millones de ciudadanos de a pie, no es una labor que debiera depender de una persona ni de cien, porque hay cosas que no deberían incumbir  que al Creador.


Cuando la prensa nos ofrece escenas como las que hemos podido ver, de las recepciones que, el señor Putín, escenifica en los grandes salones del Kremlin. Si aquellas mesas inmensas a las que se sientan a hablar, negociar o incriminarse mutuamente, que de todo hay en la viña del Señor, aparte de dar una sensación de vacío, de carencia de intimidad y de una inmensa frialdad, no son una escenificación más de esta soledad del dictador, al que todos temen, al que sus propios generales miran con miedo y precaución y con el que es mejor no discutir, no contradecirlo ni enfadarlo, porque las consecuencias de cualquiera de estas actitudes pueden ser una sentencia para la vida de aquella persona. En Corea del norte, un Kim-Jong-Un, intratable, lunático y sicópata declarado, es una de estas figuras políticas a las que nos estamos refiriendo. Un sujeto que tiene en sus manos el poder de utilizar las armas nucleares, si en realidad dispone de ellas, simplemente apretando el botón de la guerra nuclear.


Es difícil que, con nuestra mentalidad occidental, con nuestros principios democráticos, con nuestra civilización greco-romana y nuestra tradición cristiana, estemos en las mejores condiciones para entender por lo que pasa por el alma eslava del señor Putín. Lo que sí parece ser es que no tiene complejos, no está sujeto a los límites normales de la conciencia humana y, por supuesto, sus ansias de expansión, sus objetivos de una “Gran Rusia” y sus métodos expeditivos,  propios de aquel que no tiene que dar explicaciones a nadie de sus actos, constituyen, sin duda alguna, un retrato robot de un ser sumamente peligroso que, por añadidura, tiene en sus manos un poder omnímodo de acabar con el mundo civilizado.


En el otro plato de esta balanza de poderes, encontraremos el reverso de la medalla. El sistema político americano, el de una gran democracia que tiene medios tasados para elegir a sus gobernantes, tiene tribunales que pueden invalidad cualquier acción antidemocrática, tiene instituciones fuertes e independientes para vigilar el comportamiento de sus dirigentes, tiene organismos como el Pentágono, la CIA y el FBI, que controlan hasta el extremo más sutil, que nadie que no sea merecedor de ello pueda seguir en el poder. EE.UU de América puede tener muchos defectos, puede, en ocasiones, parecernos algo basto e infantil, pero que nadie saque conclusiones precipitadas respecto a su eficiencia, a la unidad de sus estados, al patriotismo de sus ciudadanos y al sentido del deber cuando la patria necesita el apoyo de todos.


Biden, sin duda y a nuestro modesto criterio, no parece ser la persona más adecuada para una situación tan complicada como la que estamos viviendo en estos momentos. Nos lo imaginamos tratando de poner en orden sus ideas, escuchando a sus numerosos asesores, buscando apoyos entre las personalidades de la economía y de la cultura, consultando a sus asesores militares e intentando no dar un paso en falso que pudiera colocarlo en una situación irreversible. América y los norteamericanos, cuando se trata de una cuestión que afecta a toda la nación se dejan de enfrentamientos políticos, de rivalidades entre las distintas facciones del Congreso y del Senado, y forman una piña alrededor de quienes tienen la responsabilidad de dirigir la nación y sus relaciones exteriores.


Para los europeos, por lo que podríamos considerar un injustificable sentimiento de superioridad cultural sobre la nación americana, algo que los ingleses hace tiempo que han arrinconado al desván de las insensateces, existe la idea, equivocada, de que los americanos son unos incultos, de que sus actuaciones y la forma de vida parecen, en ocasiones, atrasadas, primitivas o carentes de lo que, para los europeos, parecería imprescindible y propio de una civilización, presuntamente superior, a la de la joven nación americana. Resulta curioso porque si, en ocasiones, algún mandatario americano se ha equivocado respecto a algún topónimo o ha situado a una región de España lejos de su ubicación natural, convendría repasar lo que nos sucedería si, de pronto, nos preguntaran por donde transcurre el Misisipi o, en qué lugar del territorio americano está situada Utah, la capital más poblada de la nación del mismo nombre. Les aseguro que pocos de nosotros pasaríamos la prueba.


El presidente americano, a diferencia del señor Putín, se ve limitado en sus acciones por los importantes lobbies económicos que existen en territorio americano, como son los de los judíos o la Asociación Nacional de Rifle, entre otros, e importantes familias de políticos, de gran prestigio e influencia como los Rockefeller, los Kennedy, los Rotchill, los Bush etc., cuya opinión en situaciones como la que se están viviendo, deben o es conveniente escucharla para tener una visión clara y documentada de las consecuencias de una acción poco meditada. Descontando, por supuesto, las dos cámaras de representación popular. La situación de un modo simplificado podría resumirse de la siguiente manera: se ha producido una invasión de Ucrania por el ejército ruso, una invasión en toda la regla con una cantidad de efectivos extraordinaria y unos medios armamentísticos muy superiores, por supuesto, a los que tienen los defensores de la nación invadida. Europa, con su OTAN, ni los EE.UU pueden, por limitación de la legislación internacional, intervenir directamente con sus ejércitos en esta batalla. La cuestión es la siguiente:¿cuál debería ser el paso siguiente si Putín y los suyos se apoderan, como es de esperar, de toda la nación ucraniana?


Una fórmula es la de, tarde y sin la eficiencia esperada, proporcionar a los ucranianos armas ofensivas, municiones, pertrechos y medios de defensa contra las incursiones aéreas de los pilotos rusos sobre las ciudades más atacadas por las milicias invasoras. No se espera que esta medida, tomada con retraso, sea suficiente para que, los cada vez más diezmados defensores que, heroicamente, siguen al pie de sus bastiones de defensa, consigan detener al poderoso adversario. Pero, descartada esta posibilidad, ¿queda algo que se pueda hacer para evitar la victoria total de Putín y las graves consecuencias que de ello se derivarían? Un acuerdo de última hora de suspensión de las actividades bélicas para entrar a discutir las peticiones rusas y el papel de Ucrania a partir de la retirada del ejército ruso. ¿Parece factible cuando el ejército ruso tiene el domino de los centros estratégicos del país? Lamentablemente lo único que los rusos podrían aceptar sería la rendición incondicional de la resistencia, con la entrega subsiguiente de su armamento.


La posición de Biden, el presidente americano, no puede ser más complicada, porque es evidente que, si Putín se anexiona Ucrania, la postura de occidente quedará en entredicho y sentará el precedente de que Rusia tiene patente de corso para intentar anexionarse Polonia, Suecia, Moldavia o la misma Bielorrusia que, en la actualidad, tiene un gobierno títere al servicio de Rusia; así como cualquier otra nación independiente de las que, en su día, se independizaron de la antigua Unión Soviética. En el caso de Europa pintan bastos. La falta de interés en crear un ejército disuasorio capaz de infundir respetoa los rusos, se ha demostrado ser una de los grandes fracasos. Los complejos y las individualidades han sido los causantes de que se destinaran cantidades insuficientes a la defensa, siempre confiando en que el primo Zomosol americano, vendría a sacarnos de cualquier apuro que nos viniera desde el Este o de la misma Rusia, craso error como se ha demostrado. El señor Trump, el denostado líder americano, dejó claro que la muerte de más soldados americanos, para defender Europa, se había terminado. Y así es como viene ocurriendo. Es muy posible que Biden, si es que Putín no cometa la estupidez de atacar Polonia o salirse de los límites de Ucrania con su belicismo, intente salvar la cara mediante un acuerdo que le permita justificar, ante su pueblo americano, algunas cesiones, especialmente la de evitar que Ucrania entre el la órbita de la OTAN, y permitir a los rusos que amplíen la faja de Donass, para garantizar la posesión de la península de Crimea, alejando de ella los cañones y misiles de occidente, que amenazaran sus bases navales en aquel lugar.


Un balance, a todas luces negativo para la UE, que se va a ver precisada a seguir con la espada de Damocles pendiente de un hilo, hasta que se vea apoyada por un ejército lo suficientemente potente para enfrentarse a los rusos y sus satélites. O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos preguntamos ¿de qué va a servir esta movilización general de armamento, esta concentración de armas en la frontera ucraniana, y todo este despliegue armamentístico y aeronaval que se está haciendo si, finalmente, el ruso se lleva el premio en ganar esta contienda? De nada.

​La soledad y el vértigo del poder absoluto

Sus ansias de expansión, sus objetivos de una “Gran Rusia” y sus métodos expeditivos, constituyen un retrato robot de un ser sumamente peligroso
Miguel Massanet
sábado, 5 de marzo de 2022, 11:38 h (CET)

Es posible que, en estos momentos, las dos personas que tienen en sus manos el poder de declarar una contienda de carácter universal, se estén preguntando sobre si la responsabilidad que se han echado encima, si este inmenso poder que les confieren sus respectivos cargos, de decidir sobre la vida y la muerte de miles y millones de personas, si el tener a su disposición ejércitos con todo tipo de armas destructivas, incluidas las atómicas, o si el haber llegado al puesto en el que los ha situado el pueblo o se lo han procurado ellos mismo mediante el uso de medios poco ortodoxos; les capacita, les autoriza o les da la fuerza ética y moral para que estén en condiciones de decidir el destino de la humanidad o, como pensamos muchos millones de ciudadanos de a pie, no es una labor que debiera depender de una persona ni de cien, porque hay cosas que no deberían incumbir  que al Creador.


Cuando la prensa nos ofrece escenas como las que hemos podido ver, de las recepciones que, el señor Putín, escenifica en los grandes salones del Kremlin. Si aquellas mesas inmensas a las que se sientan a hablar, negociar o incriminarse mutuamente, que de todo hay en la viña del Señor, aparte de dar una sensación de vacío, de carencia de intimidad y de una inmensa frialdad, no son una escenificación más de esta soledad del dictador, al que todos temen, al que sus propios generales miran con miedo y precaución y con el que es mejor no discutir, no contradecirlo ni enfadarlo, porque las consecuencias de cualquiera de estas actitudes pueden ser una sentencia para la vida de aquella persona. En Corea del norte, un Kim-Jong-Un, intratable, lunático y sicópata declarado, es una de estas figuras políticas a las que nos estamos refiriendo. Un sujeto que tiene en sus manos el poder de utilizar las armas nucleares, si en realidad dispone de ellas, simplemente apretando el botón de la guerra nuclear.


Es difícil que, con nuestra mentalidad occidental, con nuestros principios democráticos, con nuestra civilización greco-romana y nuestra tradición cristiana, estemos en las mejores condiciones para entender por lo que pasa por el alma eslava del señor Putín. Lo que sí parece ser es que no tiene complejos, no está sujeto a los límites normales de la conciencia humana y, por supuesto, sus ansias de expansión, sus objetivos de una “Gran Rusia” y sus métodos expeditivos,  propios de aquel que no tiene que dar explicaciones a nadie de sus actos, constituyen, sin duda alguna, un retrato robot de un ser sumamente peligroso que, por añadidura, tiene en sus manos un poder omnímodo de acabar con el mundo civilizado.


En el otro plato de esta balanza de poderes, encontraremos el reverso de la medalla. El sistema político americano, el de una gran democracia que tiene medios tasados para elegir a sus gobernantes, tiene tribunales que pueden invalidad cualquier acción antidemocrática, tiene instituciones fuertes e independientes para vigilar el comportamiento de sus dirigentes, tiene organismos como el Pentágono, la CIA y el FBI, que controlan hasta el extremo más sutil, que nadie que no sea merecedor de ello pueda seguir en el poder. EE.UU de América puede tener muchos defectos, puede, en ocasiones, parecernos algo basto e infantil, pero que nadie saque conclusiones precipitadas respecto a su eficiencia, a la unidad de sus estados, al patriotismo de sus ciudadanos y al sentido del deber cuando la patria necesita el apoyo de todos.


Biden, sin duda y a nuestro modesto criterio, no parece ser la persona más adecuada para una situación tan complicada como la que estamos viviendo en estos momentos. Nos lo imaginamos tratando de poner en orden sus ideas, escuchando a sus numerosos asesores, buscando apoyos entre las personalidades de la economía y de la cultura, consultando a sus asesores militares e intentando no dar un paso en falso que pudiera colocarlo en una situación irreversible. América y los norteamericanos, cuando se trata de una cuestión que afecta a toda la nación se dejan de enfrentamientos políticos, de rivalidades entre las distintas facciones del Congreso y del Senado, y forman una piña alrededor de quienes tienen la responsabilidad de dirigir la nación y sus relaciones exteriores.


Para los europeos, por lo que podríamos considerar un injustificable sentimiento de superioridad cultural sobre la nación americana, algo que los ingleses hace tiempo que han arrinconado al desván de las insensateces, existe la idea, equivocada, de que los americanos son unos incultos, de que sus actuaciones y la forma de vida parecen, en ocasiones, atrasadas, primitivas o carentes de lo que, para los europeos, parecería imprescindible y propio de una civilización, presuntamente superior, a la de la joven nación americana. Resulta curioso porque si, en ocasiones, algún mandatario americano se ha equivocado respecto a algún topónimo o ha situado a una región de España lejos de su ubicación natural, convendría repasar lo que nos sucedería si, de pronto, nos preguntaran por donde transcurre el Misisipi o, en qué lugar del territorio americano está situada Utah, la capital más poblada de la nación del mismo nombre. Les aseguro que pocos de nosotros pasaríamos la prueba.


El presidente americano, a diferencia del señor Putín, se ve limitado en sus acciones por los importantes lobbies económicos que existen en territorio americano, como son los de los judíos o la Asociación Nacional de Rifle, entre otros, e importantes familias de políticos, de gran prestigio e influencia como los Rockefeller, los Kennedy, los Rotchill, los Bush etc., cuya opinión en situaciones como la que se están viviendo, deben o es conveniente escucharla para tener una visión clara y documentada de las consecuencias de una acción poco meditada. Descontando, por supuesto, las dos cámaras de representación popular. La situación de un modo simplificado podría resumirse de la siguiente manera: se ha producido una invasión de Ucrania por el ejército ruso, una invasión en toda la regla con una cantidad de efectivos extraordinaria y unos medios armamentísticos muy superiores, por supuesto, a los que tienen los defensores de la nación invadida. Europa, con su OTAN, ni los EE.UU pueden, por limitación de la legislación internacional, intervenir directamente con sus ejércitos en esta batalla. La cuestión es la siguiente:¿cuál debería ser el paso siguiente si Putín y los suyos se apoderan, como es de esperar, de toda la nación ucraniana?


Una fórmula es la de, tarde y sin la eficiencia esperada, proporcionar a los ucranianos armas ofensivas, municiones, pertrechos y medios de defensa contra las incursiones aéreas de los pilotos rusos sobre las ciudades más atacadas por las milicias invasoras. No se espera que esta medida, tomada con retraso, sea suficiente para que, los cada vez más diezmados defensores que, heroicamente, siguen al pie de sus bastiones de defensa, consigan detener al poderoso adversario. Pero, descartada esta posibilidad, ¿queda algo que se pueda hacer para evitar la victoria total de Putín y las graves consecuencias que de ello se derivarían? Un acuerdo de última hora de suspensión de las actividades bélicas para entrar a discutir las peticiones rusas y el papel de Ucrania a partir de la retirada del ejército ruso. ¿Parece factible cuando el ejército ruso tiene el domino de los centros estratégicos del país? Lamentablemente lo único que los rusos podrían aceptar sería la rendición incondicional de la resistencia, con la entrega subsiguiente de su armamento.


La posición de Biden, el presidente americano, no puede ser más complicada, porque es evidente que, si Putín se anexiona Ucrania, la postura de occidente quedará en entredicho y sentará el precedente de que Rusia tiene patente de corso para intentar anexionarse Polonia, Suecia, Moldavia o la misma Bielorrusia que, en la actualidad, tiene un gobierno títere al servicio de Rusia; así como cualquier otra nación independiente de las que, en su día, se independizaron de la antigua Unión Soviética. En el caso de Europa pintan bastos. La falta de interés en crear un ejército disuasorio capaz de infundir respetoa los rusos, se ha demostrado ser una de los grandes fracasos. Los complejos y las individualidades han sido los causantes de que se destinaran cantidades insuficientes a la defensa, siempre confiando en que el primo Zomosol americano, vendría a sacarnos de cualquier apuro que nos viniera desde el Este o de la misma Rusia, craso error como se ha demostrado. El señor Trump, el denostado líder americano, dejó claro que la muerte de más soldados americanos, para defender Europa, se había terminado. Y así es como viene ocurriendo. Es muy posible que Biden, si es que Putín no cometa la estupidez de atacar Polonia o salirse de los límites de Ucrania con su belicismo, intente salvar la cara mediante un acuerdo que le permita justificar, ante su pueblo americano, algunas cesiones, especialmente la de evitar que Ucrania entre el la órbita de la OTAN, y permitir a los rusos que amplíen la faja de Donass, para garantizar la posesión de la península de Crimea, alejando de ella los cañones y misiles de occidente, que amenazaran sus bases navales en aquel lugar.


Un balance, a todas luces negativo para la UE, que se va a ver precisada a seguir con la espada de Damocles pendiente de un hilo, hasta que se vea apoyada por un ejército lo suficientemente potente para enfrentarse a los rusos y sus satélites. O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos preguntamos ¿de qué va a servir esta movilización general de armamento, esta concentración de armas en la frontera ucraniana, y todo este despliegue armamentístico y aeronaval que se está haciendo si, finalmente, el ruso se lleva el premio en ganar esta contienda? De nada.

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