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Opinión
Etiquetas | Hablemos sin tapujos | Cataluña | Separatismo | independentismo | Reflexiones
Cuando el cerrilismo nacionalista impide ver, con claridad, lo que precisaría Cataluña, es cuando esta autonomía demuestra las carencias que tiene

​El soberanismo catalán y sus políticos precisarían curas de humildad

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Resulta sorprendente, aleccionador y, desde todos los puntos de vista, sumamente preocupante el que esta parte de España, dotada de atributos naturales de gran belleza y de lugares idílicos, haya entrado, debido a la cerrazón de sus políticos, en una espiral de autocomplacencia, menosprecio de la nación española, sentimientos de rechazo y resentimientos con respeto al resto de la ciudadanía patria y hostilidad manifiesta a todo lo que pudiera considerarse, desde una mentalidad cerrada y egoísta, como intromisiones del Estado en cuestiones que a ellos se les vienen antojando como propias, en las que no toleran que se los puedan controlar.


Cuando han fracasado en los sucesivos intentos, especialmente multiplicados durante los últimos años, de conseguir convertirse en una nación independiente; si bien han logrado avanzar mucho más de lo que se hubiera podido esperar a costa del gobierno central de la nación española, debido a la necesidad que los socialistas, hoy en el poder, han tenido de conseguir mantenerse en él, gracias a los votos de los comunistas e independentistas vascos y catalanes, por cuyo  apoyo han tenido que pagar el chantaje al que han sido sometidos; en lugar de centrarse en mejorar la economía, las estructuras, el comercio y las industrias de esta región, que fue señera, durante años, en todos estos aspectos y considerada el motor económico de España; han dedicado todos sus esfuerzos, los recursos de los que han venido disponiendo, toda su política, su actividad fuera de España y sus intervenciones a través de sus representantes en el Congreso y el Senado de la nación, a la labor de reclamar, exigir, lamentarse y despotricar contra el Estado español, al que han venido considerando como un enemigo del pueblo catalán; a cuyo efecto no solamente han dedicado una parte muy importante de la financiación que han venido recibiendo, sino que han pretendido, contra toda lógica, crear un gobierno paralelo al de la autonomía, para preparar a Cataluña para lo que sería, según ellos pretenden, una nueva nación sita al este de la española.


Lo curioso y llamativo de todo este proceso es que, pese a insistir en que no quieren nada de España, no aceptan sus leyes ni respetan su Constitución, siguen pidiendo con insistencia que se les vaya dotando de más ayudas económicas, que se creen más estructuras financiadas por el Estado y que se les dote, a ellos y sus organizaciones, de mayores facultades, más transferencias, más independencia y poder decisivo para actuar y decidir libremente, sin que los poderes del  Estado puedan interferir en un terreno que ellos vienen considerando como suyo propio.


Pero, cuando vemos en lo que se ha convertido esta Cataluña y su capital Barcelona, después de los años en los que vienen enfrascados en este empeño separatista y analizamos cuáles han sido los resultados que, para los ciudadanos catalanes, soberanistas y no soberanistas, se han derivado en cuanto a su situación laboral, a sus libertades individuales, a la educación que pueden reclamar para sus hijos o al mantenimiento del nivel de vida del que disfrutaban antes de que se entrara en esta fase soberanista y la potencia de su industria, la prosperidad de sus empresas etc., tendremos que reconocer que los avances han sido nulos, sus consecuencias negativas, el número de sociedades que  han trasladado sus sedes fuera de Cataluña se cuentan por millares y, lo que más les duele, han dejado de ser la autonomía más productiva y potente del Estado, para ser superada por Madrid, que ha tomado la bandera del progreso y se ha hecho con la capitalidad industrial de la nación española.


Pero no se dan por enterados y, tozudos, se empeñan en seguir golpeando contra el aguijón sin que, al parecer, les duelan las punzadas que tienen que recibir en cada ocasión en la que se ven obligados a someterse al mandato constitucional. Pero, señores, deberemos reconocer que no podemos estar satisfechos, aquellos que seguimos queriendo ser españoles y ciudadanos de Cataluña, de cómo el actual gobierno socio-comunista está enfocando la política respecto a esta región, de su completo sometimientos a cada una de las reclamaciones que se le hacen desde la Generalitat, tanto en cuanto a recibir más apoyos económicos, como a someterse a otras peticiones de orden político a través de las cuales han venido consiguiendo los indultos de los condenados por la rebelión del 1 de octubre del 2017 o de cómo  van acercando la mayoría de los condenados de la ETA a la provincia vasca, sin tener en cuenta lo que estas cesiones significan para los familiares de las víctimas de la banda armada que, ahora, a través de Bildu, parece que se está intentando blanquearla con homenajes, fiestas y felicitaciones a los etarras que están saliendo de las cárceles. 


Por cierto ¿qué es lo que ha pasado para que continúen celebrándose homenajes a los etarras que regresan a sus casas, por haber cumplido su condena, cuando la banda había declarado que renunciaban a ello?


El empeño en tener un protagonismo mayor en la política española, ha llevado a estos personajes a comparase con Escocia o con el Canadá; ésta última que, a través de un tratado aceptado por la reina Victoria,se transformó en una federación con autogobierno independiente en 1867 y que sigue formando parte de la Common Wealth y, por tanto, ligado a la monarquía inglesa ( nada que ver con una Cataluña que no ha pasado de ser un condado del reino de Aragón); y por lo que hace referencia a Escocia no debemos olvidar que, esta parte de la Gran Bretaña, tuvo su monarquía propia, la de los Estuardos, que estuvo gobernando Escocia desde 1371 hasta 1603, algo que no ha sucedido en Cataluña en ningún momento de su historia. Sin embargo, en España, tenemos que tragarnos que los catalanes pretendan tener independencia energética “si quiere ser dueña de su futuro”, como dice un articulista en el panfleto catalán La Vanguardia. No acaban de entender, estos iluminados, que ninguna nación segregada de alguna de las que pertenecen a la UE, tendrá la posibilidad de ser dueña de su destino en cuanto a lo que serían sus relaciones económicas con el resto de naciones; lo que la situaría en clara desventaja para sus exportaciones e importaciones.


Pero los políticos separatistas, que lo saben, se guardan de decirles este “pequeño detalle” a sus seguidores, algo que, si se hubiera aclarado, seguramente hubiera enfriado los ánimos de muchos catalanes simpatizantes, especialmente comerciantes autónomos, que siguen creyendo que una Cataluña independiente formaría, inmediatamente, parte de la CE. Ahora, ante el desánimo generalizado que existe entre aquellos que ya daban por segura la “liberación” de su tierra de España, no les queda otro remedio que recurrir al catalán para justificar su batalla en contra de la lengua española, el castellano. Ni uno ni otro idioma tienen la culpa de que unos cretinos se empeñen en que existe una guerra entre ambos idiomas. Ni el catalán está amenazado, ni el castellano puede erradicarse de Cataluña en la que, al menos, la mitad de sus habitantes continúan hablando en el idioma del Estado. Los mismo que siguen siendo contrarios al intento separatista de quienes se consideran los representantes de todos los catalanes.


O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión de que, si Cataluña, hablamos de la que defienden los soberanistas, no rectifica, se centra en su recuperación económica, se deja de luchas ficticias entre lenguas y se pone a trabajar en serio para recuperar sus buenas relaciones con el resto de la nación española; puede ocurrir que, este empeño en satanizar al resto de España, acabe siendo el verdadero dogal capaz de convertir a Cataluña en la Cenicienta de la nación española.


Un pensamiento que se nos traslada desde el pasado nuestro tiempo. Se lo debemos al cardenal Richelieu y dice así: “En cuestiones de estado, quien tiene la fuerza frecuentemente tiene la razón, y aquel que es débil difícilmente puede evitar estar equivocado, a juicio de la mayor parte de la gente”.

​El soberanismo catalán y sus políticos precisarían curas de humildad

Cuando el cerrilismo nacionalista impide ver, con claridad, lo que precisaría Cataluña, es cuando esta autonomía demuestra las carencias que tiene
Miguel Massanet
miércoles, 5 de enero de 2022, 08:17 h (CET)

Resulta sorprendente, aleccionador y, desde todos los puntos de vista, sumamente preocupante el que esta parte de España, dotada de atributos naturales de gran belleza y de lugares idílicos, haya entrado, debido a la cerrazón de sus políticos, en una espiral de autocomplacencia, menosprecio de la nación española, sentimientos de rechazo y resentimientos con respeto al resto de la ciudadanía patria y hostilidad manifiesta a todo lo que pudiera considerarse, desde una mentalidad cerrada y egoísta, como intromisiones del Estado en cuestiones que a ellos se les vienen antojando como propias, en las que no toleran que se los puedan controlar.


Cuando han fracasado en los sucesivos intentos, especialmente multiplicados durante los últimos años, de conseguir convertirse en una nación independiente; si bien han logrado avanzar mucho más de lo que se hubiera podido esperar a costa del gobierno central de la nación española, debido a la necesidad que los socialistas, hoy en el poder, han tenido de conseguir mantenerse en él, gracias a los votos de los comunistas e independentistas vascos y catalanes, por cuyo  apoyo han tenido que pagar el chantaje al que han sido sometidos; en lugar de centrarse en mejorar la economía, las estructuras, el comercio y las industrias de esta región, que fue señera, durante años, en todos estos aspectos y considerada el motor económico de España; han dedicado todos sus esfuerzos, los recursos de los que han venido disponiendo, toda su política, su actividad fuera de España y sus intervenciones a través de sus representantes en el Congreso y el Senado de la nación, a la labor de reclamar, exigir, lamentarse y despotricar contra el Estado español, al que han venido considerando como un enemigo del pueblo catalán; a cuyo efecto no solamente han dedicado una parte muy importante de la financiación que han venido recibiendo, sino que han pretendido, contra toda lógica, crear un gobierno paralelo al de la autonomía, para preparar a Cataluña para lo que sería, según ellos pretenden, una nueva nación sita al este de la española.


Lo curioso y llamativo de todo este proceso es que, pese a insistir en que no quieren nada de España, no aceptan sus leyes ni respetan su Constitución, siguen pidiendo con insistencia que se les vaya dotando de más ayudas económicas, que se creen más estructuras financiadas por el Estado y que se les dote, a ellos y sus organizaciones, de mayores facultades, más transferencias, más independencia y poder decisivo para actuar y decidir libremente, sin que los poderes del  Estado puedan interferir en un terreno que ellos vienen considerando como suyo propio.


Pero, cuando vemos en lo que se ha convertido esta Cataluña y su capital Barcelona, después de los años en los que vienen enfrascados en este empeño separatista y analizamos cuáles han sido los resultados que, para los ciudadanos catalanes, soberanistas y no soberanistas, se han derivado en cuanto a su situación laboral, a sus libertades individuales, a la educación que pueden reclamar para sus hijos o al mantenimiento del nivel de vida del que disfrutaban antes de que se entrara en esta fase soberanista y la potencia de su industria, la prosperidad de sus empresas etc., tendremos que reconocer que los avances han sido nulos, sus consecuencias negativas, el número de sociedades que  han trasladado sus sedes fuera de Cataluña se cuentan por millares y, lo que más les duele, han dejado de ser la autonomía más productiva y potente del Estado, para ser superada por Madrid, que ha tomado la bandera del progreso y se ha hecho con la capitalidad industrial de la nación española.


Pero no se dan por enterados y, tozudos, se empeñan en seguir golpeando contra el aguijón sin que, al parecer, les duelan las punzadas que tienen que recibir en cada ocasión en la que se ven obligados a someterse al mandato constitucional. Pero, señores, deberemos reconocer que no podemos estar satisfechos, aquellos que seguimos queriendo ser españoles y ciudadanos de Cataluña, de cómo el actual gobierno socio-comunista está enfocando la política respecto a esta región, de su completo sometimientos a cada una de las reclamaciones que se le hacen desde la Generalitat, tanto en cuanto a recibir más apoyos económicos, como a someterse a otras peticiones de orden político a través de las cuales han venido consiguiendo los indultos de los condenados por la rebelión del 1 de octubre del 2017 o de cómo  van acercando la mayoría de los condenados de la ETA a la provincia vasca, sin tener en cuenta lo que estas cesiones significan para los familiares de las víctimas de la banda armada que, ahora, a través de Bildu, parece que se está intentando blanquearla con homenajes, fiestas y felicitaciones a los etarras que están saliendo de las cárceles. 


Por cierto ¿qué es lo que ha pasado para que continúen celebrándose homenajes a los etarras que regresan a sus casas, por haber cumplido su condena, cuando la banda había declarado que renunciaban a ello?


El empeño en tener un protagonismo mayor en la política española, ha llevado a estos personajes a comparase con Escocia o con el Canadá; ésta última que, a través de un tratado aceptado por la reina Victoria,se transformó en una federación con autogobierno independiente en 1867 y que sigue formando parte de la Common Wealth y, por tanto, ligado a la monarquía inglesa ( nada que ver con una Cataluña que no ha pasado de ser un condado del reino de Aragón); y por lo que hace referencia a Escocia no debemos olvidar que, esta parte de la Gran Bretaña, tuvo su monarquía propia, la de los Estuardos, que estuvo gobernando Escocia desde 1371 hasta 1603, algo que no ha sucedido en Cataluña en ningún momento de su historia. Sin embargo, en España, tenemos que tragarnos que los catalanes pretendan tener independencia energética “si quiere ser dueña de su futuro”, como dice un articulista en el panfleto catalán La Vanguardia. No acaban de entender, estos iluminados, que ninguna nación segregada de alguna de las que pertenecen a la UE, tendrá la posibilidad de ser dueña de su destino en cuanto a lo que serían sus relaciones económicas con el resto de naciones; lo que la situaría en clara desventaja para sus exportaciones e importaciones.


Pero los políticos separatistas, que lo saben, se guardan de decirles este “pequeño detalle” a sus seguidores, algo que, si se hubiera aclarado, seguramente hubiera enfriado los ánimos de muchos catalanes simpatizantes, especialmente comerciantes autónomos, que siguen creyendo que una Cataluña independiente formaría, inmediatamente, parte de la CE. Ahora, ante el desánimo generalizado que existe entre aquellos que ya daban por segura la “liberación” de su tierra de España, no les queda otro remedio que recurrir al catalán para justificar su batalla en contra de la lengua española, el castellano. Ni uno ni otro idioma tienen la culpa de que unos cretinos se empeñen en que existe una guerra entre ambos idiomas. Ni el catalán está amenazado, ni el castellano puede erradicarse de Cataluña en la que, al menos, la mitad de sus habitantes continúan hablando en el idioma del Estado. Los mismo que siguen siendo contrarios al intento separatista de quienes se consideran los representantes de todos los catalanes.


O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión de que, si Cataluña, hablamos de la que defienden los soberanistas, no rectifica, se centra en su recuperación económica, se deja de luchas ficticias entre lenguas y se pone a trabajar en serio para recuperar sus buenas relaciones con el resto de la nación española; puede ocurrir que, este empeño en satanizar al resto de España, acabe siendo el verdadero dogal capaz de convertir a Cataluña en la Cenicienta de la nación española.


Un pensamiento que se nos traslada desde el pasado nuestro tiempo. Se lo debemos al cardenal Richelieu y dice así: “En cuestiones de estado, quien tiene la fuerza frecuentemente tiene la razón, y aquel que es débil difícilmente puede evitar estar equivocado, a juicio de la mayor parte de la gente”.

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