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Según “The Economist” España ha perdido la categoría de “democracia plena” para entrar en la de “democracia defectuosa”. Es muy posible que para muchos de nuestros conciudadanos este cambio, esta rebaja de calidad democrática no signifique nada, acostumbrados como ya estamos a que vayamos descendiendo en los distintos rankings de la UE.
En una de estas encuestas que tanto cunden en la actualidad, unos entrevistadores preguntan a los católicos de la América Latina: ¿Cuál mandamiento de la Ley de Dios le parece más difícil de cumplir? Uno se queda pasmado de los resultados y no puede evitar una sonrisa sarcástica al comprobar lo poco consecuentes que solemos ser cuando se trata de reconocer nuestras carencias, de admitir que no somos tan buenos como nos creemos.
Por fin ha parido la “gran reforma” que este gobierno socio-comunista había convertido en leitmotiv de su pretendida lucha en favor de la clase trabajadora. La aprobación de la reforma laboral en el Congreso, por los pelos, esta es la verdad, y tomando en cuenta que los cambios a que ha sido sometida la ley del PP de reforma laboral que ha estado vigente desde que el señor Mariano Rajoy decidió hacer caso a Bruselas.
Algunos pudieran pensar que ha sido la gran pandemia del Covid 19 la que más ha influido en el evidente deterioro por el que está pasando la nación española, pese a que los que nos gobiernan no dejan de sacar pecho, basándose en hechos circunstanciales, sin tomar en cuenta los negros nubarrones que nos amenazan desde más allá de nuestras fronteras y olvidándose de los graves problemas que, cada día, se hacen más evidentes.
No sé el por qué, pero contemplando el actual panorama político en la vieja Europa, se me ha venido a la memoria aquella película inglesa de los tiempos en que la India estaba colonizada por la GB, un film magnífico interpretado con gran solvencia por el Kennet More, un actor inglés especializado en este tipo de películas, Lauren Bacall y uno de estos actores obligados en el papel de “malvado”, que fue Gerbert Lom.
Tarde o temprano salen a relucir las grandes mentiras políticas de las que se valen las izquierdas para captar votos y hacerse con puestos claves en la administración, valiéndose de la ignorancia, falta de preparación, aversión en contra de quienes gozan de una buena posición y facilidad de caer en las trampas informativas, que siempre están a disposición de esta prensa vendida a la izquierda.
Aquel refrán que dice: “Ande yo caliente y ríase la gente” sigue estando de actualidad y forma parte de la idiosincrasia de estos nuevos políticos de conveniencia, que siendo prácticamente unas nulidades o, mejor dicho, personas nada relevantes ni que se distingan por sus especiales aptitudes, utilizando el ascensor de la política y usando de trampolín los partidos políticos, logran alcanzar puestos de relevancia dentro del mundillo que vive del trapicheo político.
En ocasiones sentimos la ineludible necesidad de preguntarnos cómo, una nación de tanta raigambre cultural y experiencia política como es España, puede estar soportando que, una serie de advenedizos de las izquierdas internacionales, sean capaces de tener secuestrados a tantos ciudadanos españoles, cuando su apoyo en las urnas ha estado tan dividido, tan falto de unidad.
Resulta sorprendente, aleccionador y, desde todos los puntos de vista, sumamente preocupante el que esta parte de España, dotada de atributos naturales de gran belleza y de lugares idílicos, haya entrado, debido a la cerrazón de sus políticos, en una espiral de autocomplacencia, menosprecio de la nación española, sentimientos de rechazo y resentimientos con respeto al resto de la ciudadanía patria.
Este año tiene la particularidad de ser el que precederá a unas nuevas legislativas en las que el gobierno socio-comunista que ocupa el poder deberá someterse a lo que decidan las urnas, refrendando o censurando lo que ha sido la última gestión que han hecho desde su paso por la política española.
Tarde o temprano aquellos que basan en el engaño, la superchería y la mentira su forma de dirigir una nación, acaban teniendo que rendirse a la realidad porque, por mucho que sean hábiles en disimular sus errores y en ocultar sus fracasos llega un momento en el que “los números cantan y las palabras se las lleva el viento” como dice el proverbio.
Estamos a punto de entrar en un nuevo ciclo, un año 2022 cargado de interrogantes y con la epidemia del virus ómicron en pleno desarrollo, dispuesta a amargarnos la vida a vacunados y no vacunados. Y, como ya es habitual, con los ciudadanos divididos entre los que creen lo que se nos dice desde el Gobierno y aquellos otros que pensamos que se nos está tomando el pelo para conseguir implantar, en España, un sistema de gobierno en el que la democracia tenga poco que hacer.
Que el año 2021 ha sido un año gafe no creo que haya nadie que se atreva a desmentirlo. Empezamos mal, pero estamos terminando peor, sin que nos quede el recurso, manido y conformista, de aquellos que juegan a la lotería navideña y como sucede a este cronista, no han sacado ni el reintegro, de hacer aquel comentario conformista: “al menos tenemos salud”.
En nuestra nación, España, hay algunos que parece que se han olvidado de que los españoles, los que formamos parte de esta nación multi centenaria, hemos ido de la mano durante muchos años, con nuestras diferencias, nuestras individualidades, nuestras propias costumbres y nuestras ideas que podemos defender gracias a nuestras cámaras de representación popular.
Alguien, en este país, sigue empeñado en presentarnos una España idílica cuando, la realidad cotidiana, nos está diciendo lo contrario. El Gobierno se niega a admitir que estamos ante una situación complicada y que la mayoría de las promesas que hizo, sus pronósticos, sus afirmaciones de que estábamos recuperándonos, no son más que intentos baldíos de tergiversar una terca realidad.
Sin duda alguna, en España, tenemos la rara y desagradable costumbre de tirarnos piedras sobre nuestro propio tejado. Lo hemos hecho cada vez que hemos tenido la ocasión de mejorar nuestra situación nacional e internacional. Ya lo hicimos cuando el descubrimiento de América con las grandes remesas de oro que íbamos recibiendo del nuevo continente, malgastadas por nuestros reyes en cruentas e innecesarias guerras con nuestros países vecinos.
El tener políticos de medio pelo como ministros tiene, como es evidente, sus inconvenientes. Pero, si además carecen de sentido común, están menguados de inteligencia y, para colmo, son sectarios de ideologías comunistas, podríamos decir que se trata de lo peor que le pudiera suceder a una democracia.
Uno no puede dejar de admirarse de lo acertadas que resultan las famosas leyes de Murphy. Es cierto que, en política, se da con poca frecuencia aquella frase de que “el tiempo cura todas las heridas”, y es el escritor Richard Robinson quien, en su libro “La Ley de Murphy tiene explicación”, nos habla de un psiquiatra del instituto Max Planck que identificó una molécula de estructura muy parecida al cannabis, como sustancia que nos ayuda a olvidar los traumas del pasado.
En la comunidad catalana y, concretamente, en la prensa escrita, tenemos un ejemplo palpable de lo que supone un medio privado de información puesto al servicio de la causa separatista, en el que colaboran un plantel de periodistas a los que no les importa inventar, tergiversar, falsear y vender como buenas, actuaciones de la Generalitat, el gobierno socialista, los partidos separatistas catalanes y las instituciones adictas al objetivo independentista.
Lejos de este comentarista pretender presumir de persona enterada, de musicólogo o instruido en materia del complicado, variado, super explotado y vulgarizado mundo de la música de la que disfruta nuestra juventud. Cada cual es muy dueño de tener sus preferencias y en el ámbito musical se puede decir que aún con mayor libertad.
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