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Opinión
Etiquetas | Hablemos sin tapujos | Europa | OTAN | Guerra | Rusia | UCRANIA
“Cuando llega la desgracia, nunca viene sola, sino a batallones”, William Shakespeare

De la palabra al hecho… Una Europa acomplejada e inoperante

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Una vez creímos en aquello de que las naciones europeas unidas iban a constituir un baluarte contra cualquier intento desestabilizador externo a la comunidad, con una OTAN provista de un ejército capaz de disuadir a cualquiera que intentara amedrentar a la CE y con la solidaridad precisa para que cualquier acción u omisión que se acordara por los altos mandos de Bruselas, tendría el marchamo de la defensa de la justicia, el respaldo unánime de las naciones que la integran y, en especial, con el objetivo de no dejarnos humillar, despreciar, chantajear o desacreditar por ningún aspirante a dictador que intentara amedrentar, con amenazas o a la fuerza, al conjunto de naciones europeas.


Una vez creímos que Europa nunca permitiría que se le impusieran restricciones, exclusiones, o límites a su capacidad de llegar a acuerdos con cualquier otra nación que quisiera formar parte de la Unión ni que, desde una nación vecina, saliera un personaje autoritario a prohibir a la UE que pudiera instalarse donde le diera la gana, sin tener que pedirle permiso para ello. 


Una vez lo creímos, pero ahora ya no. Una vez más hemos tenido que admitir que esta Europa que nos hemos fabricado no es más que un blufs, una ensoñación virtual, un montaje burocrático en el que se invierten millones y millones de euros para sostener un entramado de instituciones, organismos, sociedades, comisiones, delegaciones y, como le sucede a la ONU, un sin fin de pequeños centros de estudios, la mayoría de los cuales sólo sirven para justificar cantidades astronómicas dedicadas a expandir las ideas de corpúsculos minoritarios que parecen estar interesados en acabar con la moral mundial y justificar todo aquello que no tiene defensa alguna.


Hemos tenido ocasión de presenciar un montaje propagandístico encaminado a demostrar a los europeos que, efectivamente, en esta ocasión, si que había interés en pararle los pies al señor Putín y sus ansias expansionistas. Ha sido un mero espejismo, una treta para intentar “asustar” al oponente y, de paso, demostrar que con unos cuantos reportajes de excelentes aviones, modernas naves de guerra y pertrechos militares, que se estacionaban en las naciones limítrofes al área de tensión, parecía hacer suponer que, efectivamente, había el propósito firme de enseñar los dientes a los rusos y amedrentarlos hasta el punto de que dejasen de amenazar y regresaran, con la cola entre piernas, a sus respectivas bases militares en Rusia. “Ilusiones de una mente atormentada”, como diría el poeta, nada más que puro teatro, porque aquellos que hemos tenido interés por la Historia de los últimos años, hemos debido admitir que Europa, por sí sola, nunca ha sido capaz de solventar sus diferencias y, cuando lo ha intentado, ha acabado necesitando, con urgencia, la ayuda de los EE.UU para que, con la sangre de sus soldados, viniera a sacarnos las castañas del fuego.


Biden, el presidente americano, ha demostrado que ha estado faroleando durante meses, aparentando estar dispuesto a pararle los pies a Putin, pero se da el caso de que el presidente ruso no se ha dejado intimidar porque, en esta ocasión al menos, tiene a la mayoría de los rusos detrás de él. La gran patria rusa es algo que, para sus pobladores, constituye un eslogan irresistible que, como sucede ahora les distrae de cualquier otra consideración de tipo económico o laboral. Putin, que no es tonto, sabe de la doble ventaja de tener distraído a su pueblo de los problemas internos con los que debe pelear y, por otra parte, cultivar este nacionalismo exaltado que sabe que le va a dar un plus de popularidad entre los suyos.


El presidente americano, por su parte, se encuentra en una situación débil, desde el punto de vista de su gestión como presidente de los americanos, puesta en cuestión por una parte importante del pueblo estadounidense que ha situado su popularidad en índices muy bajos y, mucho nos tememos, que sus asesores militares no vean con buenos ojos un enfrentamiento con Rusia de tipo militar, si se tiene en cuenta el peligro de que algo semejante pudiera impulsar a los chinos a tomar parte en el conflicto. Una situación verdaderamente complicada que, seguramente, trae de cabeza a todos aquellos que están intentando rebajar la tensión sin que, aparentemente, al final de todo no haya ganadores ni vencidos.


El conflicto está en su punto álgido. Se habla de contactos entre rusos y ucranianos, pero en realidad nadie sabe, a ciencia cierta, lo que está ocurriendo, salvo que los rusos están haciendo lo posible para terminar la operación invasiva lo antes posible, con el derribo del régimen del presidente Zelenski, que se quejaba amargamente del hecho, innegable, de que entre los unos y los otros le han dejado solo ante una potencia militar como es la rusa. Fuere como fuere, la evidencia es que los ucranianos, con lo que disponen ahora, no pueden resistir más que unas horas más. Faltará ver si estas ayudas de último momento que les están llegando a los soldados de Zelenski, les van a ser entregadas con el tiempo preciso para que puedan hacer una oposición más efectiva o, ya va a ser tarde para parar al potente ejército invasor ruso.


La solución, a todas luces, no parece fácil y mucho menos favorable a los intereses europeos, pese a las cacareadas represalias de tipo económico y monetarios con la que se amenaza al régimen ruso pero que, al menos de momento, no parece que tengan la efectividad que pretenden darle desde las cancellería europeas y americanas.


Y ¿qué hay del papel de España en todo este conflicto? Pues, al menos desde un punto de vista de su influencia en los acontecimientos de los que estamos hablando, su papel y el del Gobierno no deja de ser de mero comparsa, sin que las categóricas y enérgicas condenas que parten de nuestro ejecutivo, aparte de ser compartidas con la mayoría de los ciudadanos españoles, con la parte negativa de que los comunistas de Podemos que no están de acuerdo con calificar a Putín de invasor, tengan otro valor que el de unas simples palabras de apoyo a la causa. En esta ocasión no vamos a criticar la actitud del gobierno que parece, al menos de puertas para afuera, correcta; pero es muy posible que las consecuencias económicas que esta guerra puedan tener para España, tanto en cuanto a nuestras industrias, a la Bolsa, a nuestros suministros esenciales, a lo que debería ser la recuperación de la pandemia del Covid19, a nuestras exportaciones y, en especial, a las importaciones de productos y materias primas imprescindibles para nuestras empresas, lo que, acompañado por el inevitable aumento de los costes energéticos, ayudan a presentar un panorama poco halagüeño, a lo que ¡también es mala pata!, tenemos que añadir la preocupante sequía de este invierno que, como no llueva en los meses venideros, el tener en estas fechas los embalses al 54% de su capacidad, es la peor noticia que se nos puede dar.


Esperemos que, nuestro Gobierno recapacite, se adapte a la realidad, se deje de planes sociales irrealizables, abjure de su propósito de elevar la carga tributaria de los ciudadanos y tome conciencia de que formamos parte de una sociedad en la que no caben experimentos comunistoides, como los que intenta llevar a cabo.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la desagradable impresión de que estamos encerrados en aquella caja de Pandora, en la que se retenían todos los males del mundo, y que, cada vez nos va a resultar más difícil, ante la acumulación de tantas circunstancias desfavorables, recobrar aquella forma de vida que, de una manera absurda, incoherente, torpe y carente de toda lógica, los españoles hemos tirado por la ventana.


Homero nos dejó una parte de su sabiduría reflejada en esta frase: “La vida es, en gran medida, una cuestión de expectativas”.

De la palabra al hecho… Una Europa acomplejada e inoperante

“Cuando llega la desgracia, nunca viene sola, sino a batallones”, William Shakespeare
Miguel Massanet
lunes, 28 de febrero de 2022, 09:33 h (CET)

Una vez creímos en aquello de que las naciones europeas unidas iban a constituir un baluarte contra cualquier intento desestabilizador externo a la comunidad, con una OTAN provista de un ejército capaz de disuadir a cualquiera que intentara amedrentar a la CE y con la solidaridad precisa para que cualquier acción u omisión que se acordara por los altos mandos de Bruselas, tendría el marchamo de la defensa de la justicia, el respaldo unánime de las naciones que la integran y, en especial, con el objetivo de no dejarnos humillar, despreciar, chantajear o desacreditar por ningún aspirante a dictador que intentara amedrentar, con amenazas o a la fuerza, al conjunto de naciones europeas.


Una vez creímos que Europa nunca permitiría que se le impusieran restricciones, exclusiones, o límites a su capacidad de llegar a acuerdos con cualquier otra nación que quisiera formar parte de la Unión ni que, desde una nación vecina, saliera un personaje autoritario a prohibir a la UE que pudiera instalarse donde le diera la gana, sin tener que pedirle permiso para ello. 


Una vez lo creímos, pero ahora ya no. Una vez más hemos tenido que admitir que esta Europa que nos hemos fabricado no es más que un blufs, una ensoñación virtual, un montaje burocrático en el que se invierten millones y millones de euros para sostener un entramado de instituciones, organismos, sociedades, comisiones, delegaciones y, como le sucede a la ONU, un sin fin de pequeños centros de estudios, la mayoría de los cuales sólo sirven para justificar cantidades astronómicas dedicadas a expandir las ideas de corpúsculos minoritarios que parecen estar interesados en acabar con la moral mundial y justificar todo aquello que no tiene defensa alguna.


Hemos tenido ocasión de presenciar un montaje propagandístico encaminado a demostrar a los europeos que, efectivamente, en esta ocasión, si que había interés en pararle los pies al señor Putín y sus ansias expansionistas. Ha sido un mero espejismo, una treta para intentar “asustar” al oponente y, de paso, demostrar que con unos cuantos reportajes de excelentes aviones, modernas naves de guerra y pertrechos militares, que se estacionaban en las naciones limítrofes al área de tensión, parecía hacer suponer que, efectivamente, había el propósito firme de enseñar los dientes a los rusos y amedrentarlos hasta el punto de que dejasen de amenazar y regresaran, con la cola entre piernas, a sus respectivas bases militares en Rusia. “Ilusiones de una mente atormentada”, como diría el poeta, nada más que puro teatro, porque aquellos que hemos tenido interés por la Historia de los últimos años, hemos debido admitir que Europa, por sí sola, nunca ha sido capaz de solventar sus diferencias y, cuando lo ha intentado, ha acabado necesitando, con urgencia, la ayuda de los EE.UU para que, con la sangre de sus soldados, viniera a sacarnos las castañas del fuego.


Biden, el presidente americano, ha demostrado que ha estado faroleando durante meses, aparentando estar dispuesto a pararle los pies a Putin, pero se da el caso de que el presidente ruso no se ha dejado intimidar porque, en esta ocasión al menos, tiene a la mayoría de los rusos detrás de él. La gran patria rusa es algo que, para sus pobladores, constituye un eslogan irresistible que, como sucede ahora les distrae de cualquier otra consideración de tipo económico o laboral. Putin, que no es tonto, sabe de la doble ventaja de tener distraído a su pueblo de los problemas internos con los que debe pelear y, por otra parte, cultivar este nacionalismo exaltado que sabe que le va a dar un plus de popularidad entre los suyos.


El presidente americano, por su parte, se encuentra en una situación débil, desde el punto de vista de su gestión como presidente de los americanos, puesta en cuestión por una parte importante del pueblo estadounidense que ha situado su popularidad en índices muy bajos y, mucho nos tememos, que sus asesores militares no vean con buenos ojos un enfrentamiento con Rusia de tipo militar, si se tiene en cuenta el peligro de que algo semejante pudiera impulsar a los chinos a tomar parte en el conflicto. Una situación verdaderamente complicada que, seguramente, trae de cabeza a todos aquellos que están intentando rebajar la tensión sin que, aparentemente, al final de todo no haya ganadores ni vencidos.


El conflicto está en su punto álgido. Se habla de contactos entre rusos y ucranianos, pero en realidad nadie sabe, a ciencia cierta, lo que está ocurriendo, salvo que los rusos están haciendo lo posible para terminar la operación invasiva lo antes posible, con el derribo del régimen del presidente Zelenski, que se quejaba amargamente del hecho, innegable, de que entre los unos y los otros le han dejado solo ante una potencia militar como es la rusa. Fuere como fuere, la evidencia es que los ucranianos, con lo que disponen ahora, no pueden resistir más que unas horas más. Faltará ver si estas ayudas de último momento que les están llegando a los soldados de Zelenski, les van a ser entregadas con el tiempo preciso para que puedan hacer una oposición más efectiva o, ya va a ser tarde para parar al potente ejército invasor ruso.


La solución, a todas luces, no parece fácil y mucho menos favorable a los intereses europeos, pese a las cacareadas represalias de tipo económico y monetarios con la que se amenaza al régimen ruso pero que, al menos de momento, no parece que tengan la efectividad que pretenden darle desde las cancellería europeas y americanas.


Y ¿qué hay del papel de España en todo este conflicto? Pues, al menos desde un punto de vista de su influencia en los acontecimientos de los que estamos hablando, su papel y el del Gobierno no deja de ser de mero comparsa, sin que las categóricas y enérgicas condenas que parten de nuestro ejecutivo, aparte de ser compartidas con la mayoría de los ciudadanos españoles, con la parte negativa de que los comunistas de Podemos que no están de acuerdo con calificar a Putín de invasor, tengan otro valor que el de unas simples palabras de apoyo a la causa. En esta ocasión no vamos a criticar la actitud del gobierno que parece, al menos de puertas para afuera, correcta; pero es muy posible que las consecuencias económicas que esta guerra puedan tener para España, tanto en cuanto a nuestras industrias, a la Bolsa, a nuestros suministros esenciales, a lo que debería ser la recuperación de la pandemia del Covid19, a nuestras exportaciones y, en especial, a las importaciones de productos y materias primas imprescindibles para nuestras empresas, lo que, acompañado por el inevitable aumento de los costes energéticos, ayudan a presentar un panorama poco halagüeño, a lo que ¡también es mala pata!, tenemos que añadir la preocupante sequía de este invierno que, como no llueva en los meses venideros, el tener en estas fechas los embalses al 54% de su capacidad, es la peor noticia que se nos puede dar.


Esperemos que, nuestro Gobierno recapacite, se adapte a la realidad, se deje de planes sociales irrealizables, abjure de su propósito de elevar la carga tributaria de los ciudadanos y tome conciencia de que formamos parte de una sociedad en la que no caben experimentos comunistoides, como los que intenta llevar a cabo.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la desagradable impresión de que estamos encerrados en aquella caja de Pandora, en la que se retenían todos los males del mundo, y que, cada vez nos va a resultar más difícil, ante la acumulación de tantas circunstancias desfavorables, recobrar aquella forma de vida que, de una manera absurda, incoherente, torpe y carente de toda lógica, los españoles hemos tirado por la ventana.


Homero nos dejó una parte de su sabiduría reflejada en esta frase: “La vida es, en gran medida, una cuestión de expectativas”.

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