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Paula Winkler
Paula Winkler nació en Buenos Aires. Jueza en el fuero tributario aduanero durante poco menos de treinta años y Profesora de Derecho administrativo económico en universidades nacionales y extranjeras. Miembro del Instituto de Derecho Administrativo de la Academia Nacional de Derecho desde 1986. Doctora en Derecho y Ciencias Sociales, Magíster en Ciencias de la Comunicación y especializada en estudios semiológicos y psicoanalíticos de la cultura después; ensayista, ha publicado (se detallan solo los libros de narrativa y novela): "Los Muros" (1999, cuentos), Buenos Aires: editorial Botella al Mar; "Cuentos perversos y poemas desesperados" (2003, cuentos y poesía en un libro- objeto, libro de artista). Buenos Aires: editorial Libris para Longseller; "El vuelo de Clara" (2007, novela). Buenos Aires: editorial Nueva Generación; y "La avenida del poder" (2009, novela corta). Buenos Aires: editorial Nueva Generación. También, "El marido americano" (2012), Buenos Aires: editorial Simurg; “Viaje a Escandinavia. Mis nietos de invierno”, novela-crónica de viajes, Buenos Aires: Vinciguerra (2010) y “Maldades”, cuentos, viñetas y poesía (2021), Buenos Aires: Vinciguerra. Varios de sus cuentos han recibido premios nacionales y en el exterior y se incluyen en antologías locales e internacionales. Sus textos se han reseñado en revistas (impresas), como “Turia” e “Hispamérica”, además de digitales. Su página literaria de internet, www.aldealiteraria.com.ar e Instagram: @aldea_literaria Impartió conferencias presenciales y a distancia en Universidades Nacionales y extranjeras. Es colaboradora permanente de Letralia. |
El mundo de los escritores goza de las virtudes y defectos de los humanos. Más o menos neuróticos, normalitos, empáticos o soberbios, un artista, un escribidor, un narrador, un poeta, un novelista no están eximidos de las carnaduras propias de la vida.
Con motivo de los feroces ajustes en la economía argentina, una conocida me confesó la otra tarde, muy triste, que no podría viajar a Europa quizá nunca más. Enseguida pensé que personas como ella sólo sufren las consecuencias de su ideología (o de la adoptada por algún sofisma en las campañas electorales de la época), cuando ven tocado su bolsillo.
Es habitual que los especialistas se resistan a trasladar conceptos entre disciplinas. Cada profesión tiene su ciudad prohibida, por lo que intentar el abordaje de los fenómenos sociales desde una perspectiva distinta es común que suscite la sensación de escandaloso delirio. En momentos complejos en el planeta (mi país, Argentina, exhibe ejemplos de sobra), los problemas se multiplican.
¿Qué tienen en común Estocolmo y Buenos Aires, dos ciudades opuestas, no sólo geográficamente? ¿Es casual que la bandera de Boca Junior, uno de los clubes más antiguos del fútbol argentino, haya elegido sus colores “xeneizes” gracias al emblema de una embarcación sueca que atracó, hacia 1905, en el puerto de Buenos Aires- hoy, barrio de La Boca -? ¿Debemos al azar que el cine de Ingmar Bergman haya sido aclamado, a sala llena, en los principales cines porteños?
He sobrevivido a sucesos intempestivos e injustos como todo ser humano que se precie de tener una mínima y sensible lucidez en este mundo. Hubo duelos, desengaños y tristezas; acaso, humillaciones. Sin embargo, en comparación con las tragedias del planeta y con lo que acaece en mi país, tal desdicha es pequeña, superable.
Hay muchas maneras de definir “ley”. Y otras tantas, de abordarla. Para la Real Academia Española, existen varias acepciones. Regla constante que rige situaciones o cosas; precepto dictado por autoridad competente; relaciones existentes entre los diversos elementos de un fenómeno, etcétera. Y, coloquialmente, “le tengo ley”, es decir, lealtad y fidelidad (“le tengo fe”).
El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es una fecha transversal que ayer, a todos ocupó. Ignoro si se sabrá que en 1857, otro 8 de marzo, murieron unas obreras norteamericanas de la industria textil en Nueva York, víctimas de un incendio en la fábrica donde reclamaban por una jornada laboral menor.
De chica me gustaba visitar el zoológico y veía muchos documentales sobre los osos polares. Los osos panda y los cuidados que se toman en China para evitar su extinción son dignos hoy mismo de mención, y el haber sostenido entre mis brazos a un koala de cachorro –aunque son una variedad de los marsupiales, yo los vivo como cálidos osos…- éstos redujeron el cansancio provocado por las largas horas de vuelo para llegar desde Argentina a Australia.
“Hassen, to hate, detéster”, odiar. El quiasmo inserto en este título ayuda a pensar fuera de su propia retórica: si hay odio en la cultura, ¿qué cultura subsiste, al fin, en una sociedad civil? Según la RAE, “odio” se define en términos de “aborrecimiento, aversión, rencor, antipatía, desprecio, fobia, inquina, encono, rabia, tirria”. El odio empieza por casa, a veces en forma de prejuicio.
Los objetos se llevan bien con la arqueología, la vanidad de los coleccionistas, con los semiólogos y los museos, que enjaulan a aquellos que arrastran prestigio para beneplácito del visitante. Michel Foucault al radiografiar el discurso sobre estos como una película invisible que no se les superpone, inauguró un capítulo hermenéutico importante.
Están cayéndose algunos velos en Occidente pero reformulándose otras, distintas puestas en escena… El tema no es qué semblantes han cumplido su fecha de caducidad sino observar qué nuevas máscaras se nos muestran a los ciudadanos de a pie. De la sociedad todos formamos parte, los hipócritas y los transparentes; los mentirosos, los responsables y los tontos.
“Loco manía” es un sintagma que designa una obsesión, un apego chiflado y compulsivo. Hoy, se podría decir, el apego impensado a una presunta literalidad de la palabra que crearía mundos más allá de los hechos. El malentendido lingüístico (el propio Ferdinand de Saussure se maravillaría debido a este afán estúpido) se propaga como un juego de la verdad.
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