“Industria” es la “actividad económica que se dedica a transformar la materia prima en productos elaborados”. Es decir, existe un valor agregado que, a diferencia de lo que sucede en el sector primario y secundario (extracción de recursos naturales; producción agrícola ganadera, etcétera), crea servicios, productos en serie. Libros de autoayuda, entrenamientos personalizados o en grupo, técnicas de autoconocimiento y variadas terapias alternativas, todos estos institutos tratan -se dice- de facilitar a las personas herramientas subjetivas para mejorar su calidad de vida. Nos guste o no, la civilización trae malestar, pues para convivir entre nosotros los egos exagerados no conducen nunca a buen puerto (ni siquiera, a las largas, para el ególatra aunque se sienta un líder sempiterno). Así planteada, esta “industria” ofrece una amalgama de medios para nada inaceptables (tanto dedicados al cuerpo como a la mente y al espíritu) que se divulgan a través de conferencias, escuelas, clases, charlas, bibliografía y consejos. El tema, sin embargo, son el cómo y el para qué: se supone que se logra preservar, de estos modos, un saludable estilo de vida y de sostener nuestra salud mental en el tiempo y contra el estrés de la época. En tanto todo razonamiento sobre un dispositivo implica antes que nada su proceso de significación con las palabras, “la industria del (o para) el desarrollo personal” es de por sí, un oxímoron. Este tropo retórico se encuentra constituido por un sintagma con significados opuestos que crean entre sí, no obstante, uno nuevo que sintetiza los significantes. Ejemplo, “silencio atronador”. La utilización del oxímoron no es ni buena ni mala, es más en la literatura puede llegar a ser acertada para enriquecer el texto. Lo expresado recién, veraz, si no fuera que las palabras nunca eximen de responsabilidad a su usuario. La literatura es polisémica. Los discursos en la comunicación, no (cuando menos buscan cierta eficacia). Entonces en “la industria del desarrollo personal” resultaría que nuestro crecimiento subjetivo se puede fabricar, producir, crear en serie, como si fuéramos marionetas en manos de un titiritero que se las sabe todas… La cuestión es que las personas somos sujetos, cada uno diferente (por suerte), con su matriz familiar y su inserción particular en la cultura. Lo que nos une a los humanos es la mortalidad y el lenguaje. Por lo que me parece un despropósito pretender que se instruyan nuestras vidas desde un lugar banal, que repite las experiencias del conferencista, autor o instructor, como si la existencia fuera un panóptico de fotocopia y tuviera reglas de certidumbre y control. (El lenguaje no es “unívoco”, la única igualación posible, de momento, es la muerte). Comprendo que quien se pone al frente de esta “industria” se incluye en el mercado (más que en la divulgación científica) con su historia de vida y sus conocimientos. Pero conocer no es saber - insistía De Cusa -, y se me hace que, en estos tiempos, sobra una exagerada devoción por uniformarnos a todos. “Un duelo dura dos años”, “querer es poder”, “si estás en un proceso depresivo, salí a comprar, abrite a los demás”, algunos de los consejos del rito que se oyen, como si las emociones fueran transferibles y comunes a todos. La existencia continúa siendo un misterio y si bien las ciencias neurolingüísticas están haciendo avances relacionados con la mente, a mí ni me va ni me viene que me digan en qué parte del cerebro se localizan la alegría, la melancolía ni mis emociones. El día que seamos puro algoritmo, quizás, consigamos colmarnos de felicidad con una sola gragea… Tampoco creo saludable un voluntarismo extremo porque según Ortega y Gasset, somos nosotros y nuestras circunstancias. La noticia: la falta no se tapa y los excesos no se quitan. Menos, para siempre. Cada cual sabrá cómo se adapta a esta viña del Señor y encuentra su camino. Habría que advertir empero que el “conócete a ti mismo” de Sócrates, incluye una reflexión profunda que, desde luego, no deja afuera la realidad ni los intempestivos sucesos que acaecen. De consiguiente, yo prefiero creer que la vida es contingencia y dejar la salud mental de los humanos en manos de la Psicología, el Psicoanálisis y las Ciencias Médicas: no son incompatibles entre sí, a poco que comencemos a pensar(nos) sin la restricción de los prejuicios ni la adhesión a voluntarismos de superficie.
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