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Luis Méndez Viñolas
Luis Méndez Viñolas
Del dios Pseudologos al dios Marte

Nunca nos fiemos de los que nutren guerras ajenas. Son más violentos y culpables que los propios contendientes, que tienen el valor de arrostrar su propia destrucción. Aún menos de quienes se nutren de esas guerras. Su violencia no tiene el límite natural de la autoprotección, en cuanto no experimentan sufrimiento.

Atravesamos una gran crisis. Una de las pruebas es que la mayoría cree que sigue en su esplendor, lo que demuestra que se ha perdido el contacto con la realidad

¿Qué es cultura, qué es civilización, cómo definirlas en estos momentos adversos en que los extremos se confunden? Al desesperado que rebusca en la basura, ¿cómo hablarle de ellas, cuando a él la sociedad lo trata como a un desecho, y en lugares le llaman “basura blanca”?

​Nuestra sociedad no incita al examen de conciencia. Al contrario, invita a desviar la mirada e ignorar lo incómodo o complejo

Nuestra sociedad no incita al examen de conciencia. Al contrario, invita a cubrir los espejos, a desviar la mirada e ignorar lo incómodo o complejo. Todo lo que no nos afecte directamente –y ni eso: es incomprensible la apatía social-- nos es ajeno. No hablamos de falta de conciencia, sino de inconsciencia, de incapacidad introspectiva para evaluarnos y evaluar al mundo que nos rodea.


Hay dinero para toda clase de tonterías, menos para lo vital

En un tiempo donde la veracidad sufre tan fuertes ataques habría que recurrir a la duda como medida cautelar. Si en lo asentado históricamente no tenemos seguridad ¿cómo suponerla en lo actual, sujeto a fuertes intereses? Por ejemplo, referido al pasado, ¿cómo estar seguros de que las ideas de Sócrates, plasmadas en los diálogos de Platón, no son en realidad las de este?

En los genes de Inglaterra anida la pulsión de dividir y enfrentar. Si se va de un lugar (como la India), lo deja troceado. Ya regresará para apoyar a una de las partes y debilitar a la otra. Esto opera también en lo ideológico. España, con relación a Hispanoamérica, lo ha olvidado. ¿Volverá la diplomacia inglesa a enredar en Europa? Si mentir es malo, mentir fomentando odio es criminal.

Estos días, un prestigioso diario nacional decía que durante décadas EEUU había sido una potencia cultural y que sus valores habían marcado el rumbo del mundo (¿nostalgia del anterior gobierno, reproche al actual?). El tono era similar al de un paraíso perdido irrecuperable.

Tal como si de los hilos de un telar se tratara, hay nudos históricos que impiden tejer la verdad. Un mundo de apariencias falsas, de mentiras y verdades embolsadas en sus contrarias, impiden que se teja esa verdad tan necesaria para la humanidad. España, que ha sufrido todos estos males debería estar en la primera línea del repudio. 

La frase de doña Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, marquesa de Casafuerte, española desde 2007, exdiputada del PP, no es dramática, es demagógica. Quizás un intento de salir de la nada en la que se encuentra. No nos extraña que la quitaran de portavoz. Muchos de estos políticos nos recuerdan a esos escupefuegos de circo que son incombustibles, siempre que sea dentro del orden establecido.

En este posible cambio de era, es necesario que recapitulemos nuestra Historia, generalmente maquillada. No hay que dejar que la irresponsabilidad siga haciendo ruido. No vamos a decir que Europa sea por antonomasia el continente de la paz; ahí sus guerras internas, externas, coloniales, encubiertas, etc. Pero, olvidando ese pasado, y restringiéndonos a la II Guerra Mundial, parece que esta enfrió durante un tiempo las veleidades bélicas internas. 

El lenguaje puede ser un instrumento distorsionador. Ocurre cuando las palabras pierden su sentido original y por vía de la propaganda y de la manipulación se convierten en su antítesis. Recordemos la frase de Tocqueville: “… que los ciudadanos disfruten con tal de que no piensen sino en disfrutar...”. Ocurre mucho en la esfera de los principios políticos.

Cuando se habla de cultura se piensa en un elemento meramente académico que nada tiene que ver con la labor pedestre y enfangada de la política. En casos se acepta una relación entre cultura y política, pero en la que prima aquella. Quizás porque la idea de civilización narcotiza tanto que permite aceptar que una sociedad civilizada realice actos incivilizados (como bendecir tanques). Siempre surge la excusa de la necesidad.

El mayor bien que le pueden quitar a una persona, a un pueblo, a una cultura, es el de la voluntad. Sin ella todas las virtudes de las que se disponga son endebles, precarias, seguramente efímeras. Sus sujetos pueden ser fuertes temporalmente, pero si caen, es fácilmente esperable que no se levanten, bastante tenían con estar en pie.

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