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Luis Méndez Viñolas
Luis Méndez Viñolas
Si algo de esto ocurriera, los que ahora silencian, harían aspavientos y alzarían la voz más que nadie

Dicen que una de las mayores habilidades del demonio es la de hacernos creer que no existe. ¿Podría ocurrir lo mismo con acontecimientos aparentemente impensables? Nosotros estamos convencidos de que existe la intención insana de vulgarizar nuestra cultura, la española. Y que no es por una cuestión estética, sino estratégica. Y una y otra vez necesitaremos hacer la misma aclaración: no somos españolistas (qué absurdo aquello de españolear). 

Uno en el noreste (Cataluña); otro en el sur, más allá de las fronteras (Marruecos) y un tercero, más simbólico, arraigado en la esencia del país

España se enfrenta a tres o cuatro asuntos de complicada solución. Decimos asuntos para no resultar tóxicos. Uno está situado en el noreste del territorio nacional (Cataluña). El otro al sur, fuera de nuestras fronteras (Marruecos). El tercero, el más preocupante, está en-clavado en el espíritu mismo del país. Este asunto no se puede desligar de la repercusión que puede tener una configuración desafortunada de Europa. Pasemos al primer asunto.

El ciudadano, empachado por la idea de que aún vive en el paraíso del pensamiento y de los derechos humanos, se ha despreocupado de vigilar si esto ha variado

Europa, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, perdió su alma. Cuando la moral cae en el estereotipo es que ha anulado su capacidad evaluativa. Incluso podemos degradar la cosa: ya no es creadora de ideas, sino receptora de modas (París ya no es ni en eso capital rectora). Lo mismo ha ocurrido con autores, música, arte (sobre todo con el séptimo), filosofía, periodismo, geopolítica.

Hemos dado por hecho que las cosas se harán sin nuestro concurso. Pero que nos cabrá la pataleta de pedir responsabilidades cuando el daño ya esté hecho y sea irreparable

El ciudadano necesita una información veraz y total. Lo contrario, significa que no es considerado como tal. Los estados, después, podrán aportar todos los matices necesarios para que su experiencia y profesionalidad delineen las razones de estado que consideren oportunas. Y a nosotros nos corresponderá decir sí o no. Después de todo somos los verdaderos sufridores de las consecuencias de esas razones. Pero esa información previa es indispensable.

Indignar a un pueblo es la peor política que se puede seguir. Es el verdadero fuego que anima su espíritu. Cuando Napoleón entró en España (el Napoleón verdadero, no el petit) ignoraba esto. Una de las cosas que más puede indignar a un pueblo es que haya, no dos varas de medir, sino tres: una para uso propio, otra para uso ajeno, y una tercera en la no hay congruencia ni con los propios usos. Es el abuso de la discrecionalidad. Esto debería dolernos a los españoles.

Decía Anatole France, premio Nobel de Literatura, que la independencia del pensamiento es la más orgullosa aristocracia. Ateniéndonos a esta frase, es evidente que la Europa de hoy carece de ambas cualidades, quizás por un efecto de anulación recíproca. En el prólogo de “La Isla de los pingüinos” amplía irónicamente su reflexión: “¿Por qué se preocupa de buscar documentos para componer su historia y no copia la más conocida, como es costumbre?”.

La paz es el bien más preciado. Lo reúne todo. Eso se sabe, sobre todo, cuando se pierde. En junio habrá elecciones en la Unión Europea. ¿Fecha muy lejana para hablar de ellas? Razonando con la mentalidad desenvuelta que impera, sí. Basta con quince días de tópicos. Sin embargo, la realidad es que en quince días es imposible tratar a fondo la grave situación de España y de la UE.

El arte es muchas cosas, entre ellas un instrumento político fundamental. Por ejemplo, tenemos el expresionismo abstracto. No fue casual. Fue la contraposición al llamado realismo social, que decía reflejar la realidad. Aquel arte tenía, tiene, su templo en el MoMA, patrocinado por los Rockefeller, y a sus sumos sacerdotes: Pollock, Rothko, Guston, Tomlin, entre muchos otros.

Los tres conceptos que encabezan este escrito son realidades que se muerden la cola. Si no se atienden en su conjunto la perjudicada es la libertad en abstracto. Sobre esta también hay que realizar una consideración pertinente: a veces es necesario tratarla en concreto, sin alcanzar vuelos filosóficos, porque de lo contrario se evaporará en la estratosfera de lo inaplicado y quizás inaplicable.

Si bien las recetas de Marcelo Gullo no son asumibles por todos (un catolicismo que definiríamos como conservador si estuviéramos seguros de ello), su diagnóstico sobre lo ocurrido en Iberoamérica resulta, como mínimo, interesante, y es una luz que incita a desconfiar en la actualidad de esa cultura mundial que interesadamente quiere uniformarnos.

El Parque Tivoli de Benalmádena lleva casi tres años cerrado sin que los derechos de los trabajadores (las indemnizaciones correspondientes) y los de Hacienda y de la Seguridad Social (deuda millonaria) se vean satisfechos. El deudor es el grupo inmobiliario Tremon, actual propietario del parque.

La cosa de la guerra es asunto que desde el primer momento deben controlar y decidir los ciudadanos. Por evidentes, ni falta hace enumerar las razones. Los políticos no pueden especular sobre ella gratuitamente; menos tomar decisiones sin previa y amplia consulta a esos ciudadanos, y sin previo y amplio debate en cada uno de los parlamentos nacionales.

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