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Opinión
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De las mitologías a la realidad

Del dios Pseudologos al dios Marte
Luis Méndez Viñolas
lunes, 2 de junio de 2025, 10:16 h (CET)

Nunca nos fiemos de los que nutren guerras ajenas. Son más violentos y culpables que los propios contendientes, que tienen el valor de arrostrar su propia destrucción. Aún menos de quienes se nutren de esas guerras. Su violencia no tiene el límite natural de la autoprotección, en cuanto no experimentan sufrimiento.


Los que realmente luchan, difícilmente pueden tener a ese negocio como finalidad principal, dado que su supervivencia es incierta. Por lo tanto, vigilemos antes a los que alientan la barbarie desde cómodas y blindadas poltronas. Son los garantes de que la violencia sea perpetua, en cuanto no la sufren. Huyamos de sus cantos de sirena épico-morales, que son las espoletas de sus maquinaciones.


En esto hemos sufrido un grave retroceso. Antes, la degradación que representa la violencia, era ejercida, pero también sufrida, por sus impulsores. No les era ajena la virtud de la ejemplaridad. Por el contrario, los maestros de la confabulación y de la fabulación, no es que no vayan a las guerras, es que las crean si no las hay. Y no tienen inconveniente en nutrir a ambos bandos mientras los condenan moralmente.


Hoy, este mal arte también cotiza en bolsa, donde los pequeños avariciosos pierdan sus exiguas carteras (las bolsas a ellos no les avisa cuando bajan), convertidos así en daños colaterales.


Si la guerra era la continuación de la política, hoy ha adquirido autonomía y es un negocio que puede ser totalmente ajeno a los intereses de la nación, no digamos a los de la humanidad.


Este negocio implica crear una causa, aunque no la haya: los hijos de Mammon la amasan con oro y la maceran con sangre. El odio, la mentira, el fanatismo, la doble moral (y por lo tanto, falsa) sazonan oportunamente el producto. Todo un arte y una tecnología, hay que reconocerlo.


Estos Hermes y Mercurios enfrentan a padres e hijos, a hermanos; dividen naciones, creencias. ¿No advierte Jesús sobre la imposibilidad de servir a Dios y a Mammon al mismo tiempo?


Del dios Tyr al dios Coalemo


Que tengan cuidado esos pueblos a los que engañan con mitos grandilocuentes, haciéndoles creer que son los elegidos del dios Tyr (que confunde orden y justicia) para materializar la victoria. Parece que la sangre de las derrotas embriaga tanto como el vino de las victorias.


Que despierten, que no dejen que el dios Loki les susurre al oído cantos de triunfo cuya única finalidad es la destrucción de todos los contendientes.


¿Cómo un juego tan viejo puede ser constantemente renovado? Que calibren bien quienes son sus verdaderos enemigos. No, por cierto, las diosas Eirene o Pax.


Que desoigan a esos filósofos que hablan sobre divinidades guerreras, sobre fantasiosos destinos bélicos que dicen engrandecen a los pueblos; que poetizando lo miserable jamás salen de sus gabinetes.


Estas historias comienzan con invocaciones al dios Tyr y terminan con maldiciones a Coalemo, dios de la estupidez.


Pobres, esos que creen ingenuamente que otros se preocupan amistosamente por ellos y por su destino. La miseria es demasiado grande para que nadie dispendie en beneficio de nadie. El que da uno espera cien. Que esos que procuran guerras garanticen su lealtad poniéndose a la cabeza del riesgo desde el primer momento. Las retaguardias están llenas de héroes y de diablos.


De los enemigos próximos a los lejanos


Ay de aquellos que teniendo enemigos a la puerta, los buscan lejos. No es prudente planificar campañas con quienes son amigos de tus enemigos. Si es así, es que son parásitos que enredan para que los problemas que sí tienen prioridad, nunca se aborden. Que idiota querer ampliar fronteras ajenas cuando las propias encogen. Que estúpido tener amigos falsos cuando se pueden tener socios fiables.


Al alba canta el gallo

Hay otros pueblos que desde tiempos inmemoriales sólo acumulan derrotas. Para olvidar esta calamidad histórica --¿quién los invitó a traspasar sus fronteras?-- cantan al alba, y después… restalla una bofetada. Careciendo de una verdadera estrategia viven de poses teatrales. Mejor que conciertos de madrugada para las gallinas les sería más rentable buscar el beneficio común con los pueblos que durante siglos los han enriquecido.


De la diosa Eir al Valhalla


Con la paz habían obtenido el bienestar; eran un modelo; los pueblos intentaban imitarlos; sus fronteras estaban protegidas por aduaneros y no por soldados. Se les consideró paraíso. Pero la comodidad, la ausencia de peligros verdaderos, desentrenaron sus inteligencias, por lo que han preferido regresar a un lejano pasado que en realidad sólo tiene ecos de derrota.


Talar árboles por no sembrar semillas


Ay de esos ciudadanos que, por no sembrar diariamente unas cuantas semillas de conocimiento después tienen que talar, agotados, inmensos bosques.


El despreocupado no lo es porque no sepa el valor de la información cierta, sino porque cree que la comodidad es gratuita. Si ojeara fuera de su hogar de papel estraza se estremecería. Sólo con que atisbara fuera de su ficción descubriría cuántos lugares reales, casi felices, lo han perdido todo por inconsciencia. No hay ocupación sin previa preocupación, por mucho que se inventen dichos ingeniosos.


Los poderosos se preocupan y ocupan


Es sorprendente la laboriosidad de los que por tenerlo todo no tendrían que esforzarse en nada; y la despreocupación de los que por no tener nada deberían preocuparse por todo. Especialmente por su incierto futuro. Pero, no.


Hay colectivos que no dejan de maquinar, y que se resisten a su inevitable decadencia. Otros, por el contrario, creen que pueden avanzar alegremente sin esfuerzo, mapas y guías.


Los hombres como los imperios, envejecen


Ay del anciano, que decrépito, no adecua su pensamiento a su capacidad física. Creyéndose aún poderosos gestiona con pendencia lo que debería resolver con sabiduría, con negociación, con prudencia.


El éxito no es permanente, caduca. Haber sido no implica ser. Intentar recrear el pasado a fuerza de prepotencia es prueba de ceguera. Pero él no quiere creer en su impotencia, en su decadencia. Cree que con ignorarlas basta. Alza la voz, y ésta, cascada, delata su debilidad. Qué pena no saber retirarse a tiempo.


Los únicos valores efectivos de los que podría valerse son sensatez, buen consejo, negociación civilizada, inteligencia. Fomentar el entendimiento en vez de la discordia. Pero sólo se disfruta de esas cualidades cuando se ha seguido una vía recta, justa, atemperando las acciones a las capacidades, no alimentando fantasías delirantes.


Quien ha acelerado por inepcia su decadencia quizás no puede ver el mundo de otra forma. Ha desacompasado el querer y el poder. Si la soberbia ha sido su guía, difícilmente podrá ver el mundo con sabiduría. En su mentalidad enfebrecida confunde poder con temeridad.


Pero cuidado con estas soberbias humilladas, son peligrosas: tienden a creer que su muerte merece la del resto.


No obstante, para rebajar estas soberbias ciegas hay recursos mentales, como recordar cuando se llamaba humildemente a la puerta del director general. Porque no hay nadie tan poderoso que no haya tenido que llamar a la puerta de algún director general.


No te quejes si los echas de casa


El padre, que podría haber sido ejemplar y no lo fue, que carente de autoridad se empeña en imponer su arbitrariedad, impide que la familia, bajo ideas de respeto, siga unida, sosteniendo la hacienda familiar. No se debe considerar hijos pródigos a quienes le abandonan.


La sensatez, la justicia, las acciones pertinentes y no delirantes, no son simples adornos, sino bienes que procuran las diosas Hestias, que mantienen el fuego doméstico y la familia. Sin ellas (sin las acciones buenas), el fuego se apaga y la familia se dispersa. Los hijos no han de obedecer en nombre de una falsa fidelidad familiar. ¿Cómo invocar al hogar común si este no protege a sus miembros?


Esto ocurre en las familias, en las naciones, en las supranaciones.


Atenea contra Oizys


Hay suficiente riqueza en el mundo para que todos seamos felices. Lo que falta es dignidad y generosidad. Está claro que sobre esto también hay que trabajar.

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