Toda nación tiene dos áreas de acción. Una exterior y otra interior. La exterior debe ser la más importante. Muchos de los presidentes o jefes de gobierno provienen de ahí. Cuando uno de ellos cae le sustituye el ministro de exteriores. En la interna está la economía. De ambas, dicen que prima la primera. Sin embargo, la segunda tiene más capacidad de maniobra. Si el gobierno aprobara un cinco por ciento de gasto en defensa, ¿quién podría obstaculizar la decisión, aparte de la realidad?
Hacer política es como montar en bicicleta: se la puede conducir de dos formas: mirando a la rueda o mirando al fondo de la carretera. Parece que en España miramos a la rueda. Aunque no sería extraño que disimuladamente se mirara al fondo, pero sin reconocerlo. Quizás porque se pide se tomen medidas inconfesables. Quizás porque los poderes externos son ya demasiado poderosos. Quizás porque hemos perdido demasiada soberanía.
La política interior parece de bajo nivel. Ya no nos atrevemos a afirmar que la del resto de Europa y de América sean distintas. ¿Quién nos iba a decir que mientras nosotros buscábamos parecernos a ellos, ellos, a pesar de que nos critican inmisericordemente, cada día se parecen más a nosotros?
La cuestión es que la política nacional no suena a cosa seria. Sus señorías, a pesar de que algunas hasta provienen de Oxford (usted sí que parece inglesa, contaba una señoría que le decían unos ingleses admirados), han perdido el empaque y la compostura. Cada debate no es un intercambio de propuestas y contrapropuestas, sino un rifirrafe impúdico. Tú has hecho tal. ¿Y vosotros en tal periodo? Yo no estaba.
Uno de los problemas, el mayor, en cuanto ataca a la médula del sistema, es que no hay programas, ni mayores ni menores, ni máximos ni mínimos. ¿Por qué tal partido se llama cual cuando hace la misma política que el otro, que sin reconocerlo se autocritica señalando al rostro ajeno? Lo correcto sería que se llamaran partido privatistas 1, partido privatista 2, partida privatista 3, etc. Como las calles de algunas grandes urbes.
¿Hay diferencias? Pocas y medidas. Hay ahí un juego con la inflación, los impuestos, los presupuestos equilibrados, la deuda, las subidas mínimas y los descuentos máximos, de forma que lo que unos quitan los otros en realidad no lo devuelven. Es el centro real. Un paso más en esta derrota de itinerario sería algo al estilo Milei. Creemos recordar que era Chateaubriand quien decía que un hombre no puede pasar del polo al trópico sin perder el sentido. Pero, poco a poco, creemos nosotros, sí. Esperemos que no nos estén preparando.
Algunos conservan sus siglas, sí. Algo es algo. Al menos cabe reprocharles que no cumplen con sus programas fundacionales. ¿Podrían cambiar sus programas en razón de la realidad presente? No. Saben que sus programas son factibles, y que derogarlos sería negar la realidad. Además, están los réditos del pasado. Incluso los de pasados ajenos.
Otros, por el contrario, cambian de siglas sin cambiar de intenciones. Es como poner el cuentakilómetros a 0 y presumir de coche nuevo. Ustedes votaron no a la OTAN. No éramos nosotros, pero ustedes pidieron el sí. Ustedes privatizaron tal. No, nosotros sólo la comenzamos, pero ustedes la terminaron.
Suena a pitorreo, pero no lo es. Es dramático. No son los mecanismos de un estado, sino los de una empresa privada. Peor, de un fondo buitre, que compra deuda de empresas o de estados en dificultades para vender, sin mirar qué ni quién.
Para reforzar una democracia se requieren unas bases fijas. En primer lugar un análisis sobre qué tipo de estado se quiere realmente ¿Lo sabemos, más allá de intereses crematísticos muy personales? Hay partidos que presumen de patrióticos cuando su misión es entregarlo todo, o casi todo, a las empresas privadas. Incluso no importa que un porcentaje de ellas sea extranjero.
El problema es que es contagioso. A falta de ideas hasta hubo un partido que propuso que el inglés fuera la lengua… vehicular. Nadie se rasgó las vestiduras. El otro día en un concurso preguntaban quién había creado el colegio de arquitectos de EEUU de no sabemos qué año. ¿Eso es memorizable? Luego se reirán de la lista de reyes visigodos. Otro, en un boletín informativo, melifluamente, nos hablaba ya en billones (americanos). Como nos descuidemos terminaremos midiendo en yardas.
Con tal panorama, ¿cómo puede un ciudadano creer que el sistema está creado para servirle? Hay que ir a las pensiones privadas porque hay demasiada población envejecida. ¿Va el sistema privado a generar más población? Es que cada cual se paga lo suyo. ¿Detrayendo del sueldo un sueldo bis para que en un futuro esa misma cantidad se haya vuelto irrisoria? ¿A una empresa capitalizadora que puede quebrar y quiebra? El estado no funciona. ¿No? ¿Quiénes organizan la sanidad, la enseñanza, la dependencia, los transportes públicos? ¿No es el ejército esa institución pública que todos respetan en ese hemiciclo?
La corrupción. ¿Por qué el descrédito sólo afecta a los corrompidos y no a los corruptores?
Las externalizaciones ídem de idem: se privatiza a un sector y ya es rentable. No, se privatiza a un sector y se bajan salarios y se suben horas reales de trabajo. Y con ese plus no se mejoran los servicios, sino los beneficios privados, que muchas veces van al extranjero. Pero, para eso pagan impuestos. Otra vergüenza. ¿Qué misterio es ese por el cual puede haber paraísos fiscales, sicavs, impuestos del 2 por ciento?
El otro día en la radio un exquisito (lo era) nos daba la fórmula para salir de este estancamiento. Que en New York (NY) se multiplicaban las speakers' corner. Alma de cántaro, ¿y no sabes por qué, ahora, precisamente? Ese porqué es el que falta aquí. Surgirá cuando a alguien importante las cosas le vayan mal.
En resumen: quizás no sean tiempos de prejuzgar qué tipo de pensamiento. Quizás baste sólo con solicitar pensamiento. Pareciera que la función es increpar o aplaudir, cuando en realidad es la de proyectar, analizar y ejecutar. Pero, claro, ¿qué? De momento los bancos sí ganan dinero.
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