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José Antonio Ávila López
El abecedario del alma
Nací el 26 octubre de 1970 en Terrassa (Barcelona), pero siempre he vivido a 9 km (en Rubí), a excepción de dos años que viví en Valencia (2014-2016) por trabajo. Vivo con mi pareja, Eva, la persona más maravillosa del mundo. Soy licenciado en Filología Hispánica y tengo cursos de Contabilidad avanzada y de Administración de personal. He trabajado en asesorías y gestorías, y actualmente trabajo de corrector de textos, pero a raíz de las Elecciones Municipales de 2023 cogí excedencia en la universidad y soy asesor político. Siempre me ha gustado leer y escribir, y la literatura y la política son mi pasión: con 25 años ya fui asesor político y con 29 concejal de Comunicación. El periodismo escrito siempre me ha encantado y tengo publicadas alrededor de 500 cartas al director y artículos periodísticos. |
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Una vez leí en referencia al deporte rey, el fútbol, lo siguiente: “Cómo no me va a gustar si el futbol es la única manera de tener un himno, un escudo y una bandera sin tener que meterse en política”. Fueron unas declaraciones con las que puedo estar de acuerdo, y puedo decir que mi pasión por este deporte no contiene contradicción alguna.
Montesquieu en el siglo XVIII ya defendía que “la separación de poderes en el ejecutivo, legislativo y judicial contribuía a contrarrestar y equilibrar unos poderes con otros de forma que las decisiones no recayeran en unas mismas manos, evitando así conductas despóticas”.
Existen 10 Mandamientos que están reconocidos en el mundo como una base moral en las principales religiones: el cristianismo, el judaísmo y el islam. El “sanchismo” resume en su ley los dos grandes mandamientos que nos enseñan “el deber de amar a Pedro y a su socio de coalición gubernamental”, y hay cuatro mandamientos que demandan el “respeto hacia la figura de Sánchez y el nombre de Pedro”.
En los últimos tiempos, somos testigos de un fenómeno preocupante que erosiona la confianza en la política, y es la falsificación de currículums académicos por parte de algunos políticos que se atribuyen títulos universitarios inexistentes o exageran sus credenciales educativas, y no sólo engañan a la ciudadanía, también socavan los cimientos de la integridad que deberían sustentar el servicio público.
Entre los judíos norteamericanos, donde su comunidad ha sido «preservada de los horrores de lo que sucedió en Europa», el Holocausto se estudia y se conmemora con fervor. Cabe señalar, por ejemplo, que Washington es el lugar de un museo colosal dedicado al Holocausto. Así, el Holocausto ha sido utilizado para “justificar muchos acontecimientos políticos” contemporáneos.
Las clases medias y bajas están viendo cómo cada vez es más difícil educar a sus hijos, encontrar trabajos dignos o acceder a una vivienda de calidad. Los ciudadanos no somos tontos, a pesar de lo que quieren que creamos, y nos hemos dado cuenta de que la mala situación actual a todos los niveles ha sido el resultado de políticas económicas y sociales que nos han ido dejando cada vez más de lado.
Me permito iniciar esta columna formulando una pregunta clara y concisa: ¿Sabe usted cuántas contraseñas está manejando en la actualidad? ¿Se las sabe todas de memoria? Si ha respondido que sí a las dos y sin consultar ningún aparato más que su cerebro no siga leyendo porque no estará de acuerdo con mi humilde opinión.
El desprecio de la política es algo que, en estos tiempos que corren, está muy en boga. Es habitual oír comentarios negativos sobre la política y los políticos. Esta práctica no es nueva, yo ya llevo años escuchando generalizaciones, que siempre me habían parecido injustas, en las que se acusaba a los políticos de ser todos iguales y de hacer todos lo mismo cuando llegaran al poder: robar, enchufar o malversar.
Cuando éramos pequeños, algunas veces las travesuras infantiles se nos iban de las manos y se convertían en auténticas trastadas, instante en el que nuestras madres o abuelas “nos solían calificar como cafres”. Nunca supe el alcance de tal denominación hasta que un día, tras esquivar un zapatillazo de mi abuela, decidí indagar y averiguarlo, no por internet, sino tirando de enciclopedia.
La unidad de España permanecerá, aunque para ello sea necesario que el “cupo” y la “aportación” sigan siendo negativas para las Comunidades Forales. Lo mismo ocurrirá con la financiación singular catalana, todo lo cual equivale a decir que el resto del país, sometido al régimen común, “pagará por mantener la unidad nacional”.
Los padres de la Constitución de 1978 han dejado huella en la historia parlamentaria española por sus ideas, por su amor a España, por el respeto a la palabra y al ideario político que representaban. En cambio, muchos líderes políticos que nos gobiernan están muy lejos hoy de esos padres de la Constitución española, porque en la actualidad se pueden contar con la mano cuáles están en política por vocación.
En una nación supuestamente desarrollada, los vulnerables no deberían ser cada día más vulnerables, y esto es así, porque los índices de pobreza y desarraigo crecen de forma constante aunque el mentiroso Gobierno nos presente otras cifras, sus cifras.
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