En los últimos tiempos, somos testigos de un fenómeno preocupante que erosiona la confianza en la política, y es la falsificación de currículums académicos por parte de algunos políticos que se atribuyen títulos universitarios inexistentes o exageran sus credenciales educativas, y no sólo engañan a la ciudadanía, también socavan los cimientos de la integridad que deberían sustentar el servicio público. Este comportamiento, lejos de ser un simple desliz, refleja una falta de ética. Noelia Núñez, no es un caso aislado, porque Óscar Puente y Patxi López son otros ejemplos de los muchos políticos que han falseado o falsean su currículum académico.
La política, por definición, debería ser un ejercicio de representación basado en la honestidad y la transparencia, y cuando un político miente sobre su formación académica, no sólo está inflando su ego, está traicionando la confianza de quienes lo eligieron. Los ciudadanos confían en que sus líderes posean las competencias necesarias para tomar decisiones informadas y responsables, y un título universitario, aunque no sea un requisito indispensable para liderar, es un símbolo de esfuerzo, dedicación y conocimiento.
Falsear un título académico es una afrenta a los que han invertido años de estudio y sacrificio para obtenerlo legítimamente. Además, esta práctica perpetúa una cultura de privilegio y elitismo que existe en todos los partidos, es más, la propia sociedad lo fomenta al elegir a nuestros políticos sólo por su "formación académica" y no por otros valores que deben de acompañar a un título colgado de una pared vacía. Al atribuirse credenciales inmerecidas, estos políticos intentan proyectar una imagen de superioridad intelectual que no les corresponde, mientras devalúan el mérito de aquellos que sí han recorrido el camino académico con honestidad y esfuerzo. Es un insulto tanto a los profesionales cualificados como a la sociedad en su conjunto.
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