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Abdul Naser Noorzad
Abdul Naser Noorzad
Los líderes talibanes hoy disfrutan de casas lujosas y cuentas bancarias millonarias, con inversiones en Pakistán, Dubái, Qatar e incluso Europa

¿Se han convertido los talibanes en una oligarquía política y económica? La respuesta a esta pregunta debe buscarse en el desempeño de los talibanes durante los últimos cuatro años. Hoy, más que nunca, los líderes talibanes, en lugar de ser símbolos de austeridad y yihad, se han volcado hacia la búsqueda de comodidad, el amor al dinero y el capitalismo.

El país afgano seguirá en un estado de inestabilidad crónica y como peón de las rivalidades de poder, a menos que ocurra un cambio fundamental en las ecuaciones regionales e internacionales

La mayoría de los analistas y expertos afganos opinan que, para salir de la crisis actual, primero debe formarse un consenso regional y luego uno internacional para resolver el problema de Afganistán. Esta solución es teóricamente planteable, pero considerando los intereses de las grandes potencias y los actores involucrados en la geografía de Afganistán, ¿realmente existe la posibilidad de que surja tal consenso?

El aumento de oportunidades para el talibán no refleja inteligencia o capacidad por parte del grupo, sino un consenso silencioso entre Washington y Moscú

Rusia ha reconocido oficialmente al Talibán. China también mantiene una relación con el grupo que se asemeja a relaciones diplomáticas, coordinándose estrechamente con ellos para perseguir sus propios intereses políticos, económicos y de seguridad. Irán, alineado con el círculo de Kandahar, ha logrado una influencia sin precedentes sobre la situación. Pakistán y los países de Asia Central mantienen contactos frecuentes con Kabul.

Cualquier estabilidad en Afganistán es temporal y depende de los intereses de las grandes potencias

Tras la retirada de Estados Unidos y la OTAN y el cese del apoyo al gobierno republicano, los talibanes tomaron el poder en Afganistán con poca resistencia y prácticamente sin combates. Actualmente, países de la región como Rusia, China, Irán y los estados de Asia Central han establecido relaciones activas y multilaterales con los talibanes.

El mes de agosto marca cuatro años desde la caída de la República y su entrega a los talibanes terroristas. Durante este tiempo, los talibanes han reprimido con dureza cualquier forma de resistencia o rebelión, eliminando incluso los intentos más pequeños de desafiar su régimen etnocéntrico y extremista.

Hoy, más que nunca, Badakhshan se ha convertido en un escenario de desafíos de seguridad y geopolíticos frente al gobierno monoétnico de los talibanes. La ubicación estratégica de la provincia, sus ricos recursos subterráneos y su posición en la intersección de tres zonas clave de seguridad —Asia del Sur, Asia Central y la República Popular China— han duplicado su importancia.

La securitización en las acciones de los estados vecinos con centros propensos a crisis, o aquellos con agendas de seguridad ambiciosas que buscan implementar medidas especiales, es un fenómeno común. Estos gobiernos, considerando sus prioridades de seguridad—definidas en el marco del realismo político, ya sea defensivo u ofensivo—requieren justificación y la creación de las condiciones necesarias para tales acciones.

Las relaciones entre Rusia y los talibanes están marcadas por una profunda desconfianza y sospecha mutua. A pesar de ello, Rusia fue el primer país en reconocer oficialmente a los talibanes. Si bien este movimiento tiene importancia política, ha exacerbado la crisis de desconfianza entre ambas partes, lo que ha generado una profunda preocupación en los talibanes sobre las consecuencias de tal reconocimiento.

La percepción pública suele dividir a los talibanes en dos campos: la facción dura e ideológica con base en Kandahar bajo el liderazgo de Hibatullah, y la llamada red pragmática y operativa liderada por los Haqqani en Kabul. Esta narrativa ha alimentado expectativas, impulsadas por servicios de inteligencia, de que la aparición del pragmatismo dentro de los talibanes podría conducir a cambios fundamentales en su comportamiento y políticas. Pero, ¿es realmente así?

El reconocimiento oficial de los talibanes por parte de Rusia marca una nueva fase en la redefinición del orden geopolítico regional. Aunque a primera vista parezca un simple gesto diplomático, esta decisión esconde objetivos profundos de seguridad, inteligencia y estrategia en medio de una competencia de poder multilateral.

La Organización de las Naciones Unidas, actuando nuevamente como asistente de las grandes potencias globales, organizó una puesta en escena diplomática que ha complicado aún más el ajedrez geopolítico en Afganistán. La resolución recientemente adoptada —de carácter simbólico— hace hincapié en la formación de un gobierno inclusivo, el respeto a los derechos humanos y el compromiso de los talibanes con la lucha contra el terrorismo.

Para muchos observadores, la inesperada decisión de Rusia de reconocer oficialmente al Talibán—pese a las persistentes preguntas sobre el origen del grupo como producto de las políticas estadounidenses, la presencia de organizaciones terroristas en suelo afgano, el colapso repentino de las inversiones de EE.UU., y los esfuerzos contradictorios de Rusia por contener o avivar la inestabilidad en Asia Central—puede parecer desconcertante y paradójica.

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