La Organización de las Naciones Unidas, actuando nuevamente como asistente de las grandes potencias globales, organizó una puesta en escena diplomática que ha complicado aún más el ajedrez geopolítico en Afganistán. La resolución recientemente adoptada —de carácter simbólico y teatral— hace hincapié en la formación de un gobierno inclusivo, el respeto a los derechos humanos (tras cuatro años de silencio estratégico internacional) y el compromiso de los talibanes con la lucha contra el terrorismo.
Sin embargo, las declaraciones contradictorias de los representantes estatales antes de su adopción revelaron la profunda fractura en las posiciones globales. En la práctica, no se presentó ninguna solución realista para resolver la crisis histórica de Afganistán.
Posiciones clave:
Unión Europea: Afganistán no debe convertirse en refugio del terrorismo. Arabia Saudita: La seguridad afgana es vital para la región y el mundo. Pakistán: El mundo debe aceptar la realidad del gobierno talibán, aunque espera acciones concretas contra el terrorismo. Estados Unidos: No confiamos en los talibanes; no se debe premiarlos sin avances significativos. China: Al Qaeda, ISIS y el TTP son amenazas reales para la región. Turquía: Preocupada por el terrorismo y el narcotráfico provenientes de Afganistán.
Pese a que la resolución expresa preocupación por los derechos humanos —especialmente la represión de las mujeres— y exige un gobierno inclusivo, Estados Unidos e Israel votaron en contra. Paradójicamente, también promueve continuar con el Proceso de Doha, en el cual Estados Unidos ha estado involucrado.
Fractura estratégica: el mundo dividido en dos bloques tácticos
El enfoque internacional hacia Afganistán se ha fragmentado en dos campos tácticos, no por soluciones reales, sino por cálculos estratégicos y rivalidades geopolíticas:
1. Bloque de compromiso condicional Países como Turquía, China, Irán, Rusia y Arabia Saudita prefieren una estrategia de interacción controlada con los talibanes.
2. Bloque de presión y aislamiento Encabezado por Estados Unidos, Israel y partes de Europa, busca negar legitimidad al régimen talibán.
Esta división revela una bipolaridad geopolítica, donde ningún actor está realmente interesado en resolver la crisis afgana de manera honesta.
Estados Unidos e Israel: Controlar la legitimación
La postura contradictoria de Estados Unidos envía un mensaje claro a sus rivales estratégicos. Al rechazar la resolución, Washington intenta conservar el control sobre el proceso de legitimación de los talibanes y evitar que Afganistán se convierta en una zona de influencia de China o Rusia.
Israel, en total coordinación con Washington, vota en contra como parte de su estrategia regional para contrarrestar el eje de resistencia y contener la influencia de Irán.
Aunque el Proceso de Doha fue una iniciativa liderada por la ONU con participación estadounidense, hoy día se ve socavado por la influencia creciente de potencias regionales como China, Rusia e Irán. Estados Unidos se opone a cualquier formato regional —como el Formato de Moscú, la Conferencia de Teherán o las cumbres de Pekín— donde pierda protagonismo.
Por eso, esta resolución representa para EE.UU. un escenario peligroso y potencialmente incontrolable.
Afganistán: campo de batalla de rivalidades encubiertas
Las declaraciones de representantes chinos y estadounidenses dejan claro que ambas potencias ven Afganistán como un frente estratégico en la reconfiguración del orden global, no como una crisis humanitaria.
China busca estabilidad para proteger sus proyectos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Estados Unidos pretende convertir Afganistán en un factor de presión contra China e Irán.
Así, Afganistán se está transformando en un punto de convergencia de conflictos de inteligencia, rivalidades geoestratégicas y operaciones encubiertas.
Conclusión: Resolución simbólica, irrelevancia estratégica
Aunque la resolución aparenta un esfuerzo global por controlar a los talibanes y ayudar al pueblo afgano, en realidad es una plataforma para una feroz lucha de poder sobre el futuro papel de Afganistán en el nuevo orden mundial.
EE.UU. e Israel buscan bloquear cualquier camino hacia la legitimación de los talibanes. China, Rusia y Turquía intentan reemplazar el antiguo orden por uno regional. Europa está atrapada entre el realismo estratégico y el idealismo humanitario. En este juego, los talibanes son solo una ficha instrumental, no un actor soberano.
Cualquier proceso —ya sea Doha, Moscú, Teherán, Pekín o incluso esta resolución—, carece de efecto real mientras la lucha geopolítica y de inteligencia domine el terreno. Lo que vemos no es diplomacia, sino una confrontación peligrosa y destructiva con consecuencias devastadoras para Afganistán.
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