Tras la retirada de Estados Unidos y la OTAN y el cese del apoyo al gobierno republicano, los talibanes tomaron el poder en Afganistán con poca resistencia y prácticamente sin combates.
Actualmente, países de la región como Rusia, China, Irán y los estados de Asia Central han establecido relaciones activas y multilaterales con los talibanes. Rusia fue el primer país en reconocer a los talibanes, China está involucrada en actividades económicas, políticas e incluso militares en Afganistán, Irán ha creado una influencia informativa y religiosa sin precedentes dentro de los talibanes, y los países de Asia Central, por razones de seguridad y económicas, también han entablado relaciones con el régimen talibán.
Esta situación ha creado una paradoja geopolítica: ¿Cómo pueden los talibanes, producto de acuerdos secretos y de la ingeniería de las grandes potencias, mantener al mismo tiempo entendimientos tanto con Estados Unidos como con sus adversarios regionales, y presentarse como un actor independiente? En realidad, los talibanes siempre han operado dentro del marco de los intereses de las grandes potencias y de las compañías petroleras regionales. Pruebas irrefutables demuestran que los talibanes llegaron al poder en base a las decisiones de estas potencias, y la retirada estadounidense de Afganistán fue más un reposicionamiento táctico para centrarse en contener a China, Rusia e Irán, que una derrota. Con su capacidad destructiva y operativa terrorista, los talibanes se convirtieron en una herramienta para desestabilizar las fronteras de los rivales de Estados Unidos y se situaron en el centro de los juegos de poder regionales y extrarregionales.
Mientras tanto, las potencias regionales no ven a los talibanes como un socio real, sino como una amenaza gestionada, y no tienen una mejor opción para llenar el vacío de seguridad dejado por Estados Unidos. Sus relaciones económicas y políticas con los talibanes se basan más en la obligación y la preocupación que en la confianza o el interés genuino. Incluso el reconocimiento de los talibanes por parte de Rusia es más un movimiento táctico para ganar tiempo y gestionar crisis que un acto estratégico a largo plazo. Los talibanes carecen de legitimidad interna e internacional estable y no tienen credibilidad legal o formal. Debido a la infiltración informativa y de seguridad en varios niveles, el grupo se ha convertido en un peón multifacético y vulnerable—un proyecto que opera más por tácticas que por estrategia. Así, los talibanes no son completamente independientes ni totalmente dependientes; más bien, están atrapados en un juego geopolítico complejo y multinivel, donde tanto las potencias regionales como extrarregionales buscan explotar este peón.
El futuro de los talibanes y de Afganistán está más ligado a las rivalidades geopolíticas externas que a la voluntad o capacidad interna. La falta de legitimidad, la represión interna y un sistema político impuesto son señales de la fragilidad y la posible caída repentina de esta estructura. Cualquier estabilidad en Afganistán es temporal y depende de los intereses de las grandes potencias. El juego regional con los talibanes es táctico y temporal, mientras que el juego extrarregional forma parte de una estrategia más amplia de desestabilización y reequilibrio para contener a las potencias asiáticas.
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