El mes de agosto marca cuatro años desde la caída de la República y su entrega a los talibanes terroristas. Durante este tiempo, los talibanes han reprimido con dureza cualquier forma de resistencia o rebelión, eliminando incluso los intentos más pequeños de desafiar su régimen etnocéntrico y extremista.
En estos cuatro años, la oposición en el exilio—compuesta por exfuncionarios de la república, poderosos líderes yihadistas, tecnócratas adinerados y críticos en línea—ha logrado poco más que algunas conferencias de prensa, declaraciones reactivas y la repetición de consignas obsoletas. Si esta oposición hubiera aprovechado las oportunidades perdidas y movilizado estratégicamente un frente amplio contra los talibanes, la situación actual podría haber sido diferente. En cambio, la diplomacia dirigida por los talibanes, apoyada por sus aliados, ganó más terreno y avanzó hacia el reconocimiento internacional.
Hoy en día, la falta de unidad y liderazgo ha convertido a la oposición en grupos dispersos e ineficaces. La ausencia de planes prácticos y estrategias claras ha reducido su lucha a campañas mediáticas repetitivas e infructuosas. Esta oposición no es capaz de una movilización significativa ni permite que otros desempeñen un papel relevante.
Estos grupos opositores, organizados como consejos, partidos, frentes y formaciones político-militares, se han convertido en plataformas para los ociosos, oportunistas y vendedores de identidad al servicio del régimen tribalista. A pesar de sus grandes nombres y largas reuniones, su incapacidad para movilizar fuerzas internas y obtener apoyo popular los ha alejado de las realidades del país.
Actualmente, más de cien grupos y partidos políticos, bajo lemas de participación política, reconciliación y compromiso sin violencia, buscan oportunidades para compartir el poder con los talibanes. La raíz de todos estos desarrollos radica en su constante espera de apoyo extranjero. La excesiva dependencia del respaldo externo ha socavado su legitimidad, popularidad e independencia.
Su incapacidad para presentar una alternativa política creíble ha desperdiciado oportunidades de oro para ganarse la confianza de la comunidad internacional. Ahora, los países de la región y más allá buscan negociar con los talibanes para proteger sus propios intereses. Mientras la oposición intenta presentarse como una alternativa democrática y liberal, no se da cuenta de que el mundo prefiere una fuerza unificada, poderosa y capaz internamente, antes que grupos fragmentados y débiles.
La falta de presencia física de la oposición dentro de Afganistán ha creado una profunda brecha entre ellos y el pueblo. Cuatro años de batallas mediáticas, consignas, conferencias y posturas vacilantes han erosionado el capital social y ampliado la distancia entre la población y la oposición. Esta erosión, alimentada por divisiones internas y rivalidades personales entre los líderes, ha impedido la formación de un frente fuerte y unido capaz de competir a nivel regional e internacional.
En lugar de centrarse en cuestiones críticas y priorizar las verdaderas necesidades del pueblo, la oposición se ha convertido en una voz desconectada. No tienen un plan práctico para resolver la crisis actual, y la ausencia de una hoja de ruta clara para la transición de poder ha debilitado gravemente la confianza pública y las perspectivas de futuro.
Debido a su inmadurez política, las oportunidades diplomáticas para presionar a los talibanes se han perdido por la desunión y la falta de planificación. La mayoría de los miembros de estos grupos opositores ni entienden la política lo suficiente como para jugar un papel efectivo, ni han optado por la lucha directa para convertirse en una fuerza innegable.
Como resultado, el público ahora ve a la oposición como débil, desorganizada, dependiente, llena de consignas vacías, ajena a las necesidades del pueblo, repitiendo errores del pasado, dividida y generando desconfianza. El pueblo afgano necesita una oposición activa y eficaz que pueda ofrecer una solución real a la crisis del país, no una que se convierta en parte del problema.
En última instancia, esta oposición no es ni étnicamente unificada para formar líneas claras, ni nacionalmente orientada para trazar un camino para las fuerzas neutrales y el pueblo. Perdida en la confusión y sin conocimiento ni comprensión del enemigo, la oposición sigue sin saber para qué debe existir.
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