La mayoría de los analistas y expertos afganos opinan que, para salir de la crisis actual, primero debe formarse un consenso regional y luego uno internacional para resolver el problema de Afganistán. Esta solución es teóricamente planteable, pero considerando los intereses de las grandes potencias y los actores involucrados en la geografía de Afganistán, ¿realmente existe la posibilidad de que surja tal consenso?
El autor considera que esta visión para resolver el problema de Afganistán es demasiado optimista, idealista y alejada de las realidades de la política global actual. Las potencias que han estado presentes durante años en la geografía afgana, desde la época del “Gran Juego” clásico hasta la Guerra Fría, la presencia de Estados Unidos y sus aliados, y ahora en la etapa posterior a la retirada estadounidense, siempre han competido por asegurar sus propios intereses de seguridad y geopolíticos. Hoy en día, también ven a Afganistán únicamente desde la perspectiva de sus propios intereses. Especialmente en las condiciones actuales, con los talibanes y otros grupos terroristas dominando Afganistán y la región y el mundo viendo al país desde una perspectiva de seguridad y oportunismo, el análisis basado en la posibilidad de consenso parece poco realista.
El conflicto de intereses entre las dos potencias asiáticas (Rusia y China) en Afganistán ha impedido la formación de un consenso. Además, el claro conflicto de intereses entre China y Estados Unidos, y el papel dual de Rusia, no solo no han generado consenso, sino que han intensificado los conflictos de intereses de seguridad y geopolíticos. A nivel regional, tanto Pakistán como India consideran a Afganistán su profundidad estratégica y no están dispuestos a ceder. Irán, debido a preocupaciones de seguridad y religiosas, sigue una política independiente y a veces contradictoria con respecto a otros actores; a veces se alinea con China y Rusia, y otras veces interactúa con los talibanes. El comportamiento contradictorio de Pakistán, Irán, Rusia, China y los países de Asia Central, que están en contacto tanto con los talibanes como con los grupos anti-talibanes, demuestra que el consenso regional sobre Afganistán es prácticamente imposible.
Algunos vecinos, como China, piensan más en la estabilidad y en proyectos económicos (como la Franja y la Ruta) que en resolver de raíz la crisis afgana, y por eso prefieren interactuar con los talibanes. Rusia ve a Afganistán como un escenario de competencia con la OTAN, Estados Unidos e incluso China, y se beneficia de una inestabilidad controlada. Estados Unidos, tras su retirada militar, no muestra mucho interés en reinvertir políticamente y en seguridad, e incluso considera útil la inestabilidad continua para preocupar a sus rivales asiáticos. Los países de Asia Central, excepto Tayikistán, en su mayoría bajo la doctrina de seguridad de Moscú, abordan el tema afgano con cautela y sin una voluntad seria de intervenir.
Las profundas diferencias ideológicas y religiosas, los conflictos de intereses de seguridad y geopolíticos, y la preocupación por el futuro de Afganistán han dificultado el consenso sobre una solución común. Cada país sigue su propio camino según sus intereses, y la interacción con los talibanes es principalmente táctica. Los talibanes, como actor principal, se han convertido en una herramienta de presión y negociación para las potencias regionales y extrarregionales. En conjunto, las rivalidades de seguridad y geopolíticas de las potencias en Afganistán tienden más a mantener la inestabilidad que a formar un consenso para resolver la crisis.
El resultado de estas realidades muestra que Afganistán no solo es víctima de crisis internas y de la debilidad de las estructuras gubernamentales, sino que, sobre todo, se ha convertido en un campo de competencia y confrontación de los intereses de las grandes potencias y las potencias regionales. Cada uno de estos actores ve a Afganistán desde la perspectiva de sus propios intereses de seguridad, geopolíticos y económicos, y no está dispuesto a sacrificar sus intereses estratégicos para resolver la crisis afgana. Esta situación ha hecho que cualquier intento de crear un consenso regional o internacional, en la práctica, se enfrente a obstáculos y, en lugar de convergencia, se intensifiquen la divergencia y la competencia.
En este contexto, la duda sobre la posibilidad de formar un consenso real para resolver la crisis afgana no es solo una hipótesis teórica, sino una realidad objetiva y estratégica. Mientras los intereses contrapuestos y las rivalidades de seguridad entre las grandes potencias y las potencias regionales sigan pesando sobre Afganistán, cualquier solución basada en el consenso seguirá siendo más un ideal que una posibilidad práctica. Como resultado, Afganistán seguirá en un estado de inestabilidad crónica y como peón de las rivalidades de poder, a menos que ocurra un cambio fundamental en las ecuaciones regionales e internacionales. Una posible solución es que una potencia, en acuerdo con otra que tenga la capacidad de garantizar y mantener la estabilidad en Afganistán, haga un esfuerzo, y que estas potencias, solo por sus propios intereses, acepten este esfuerzo. De lo contrario, el consenso a nivel regional y mundial seguirá siendo imposible y en conflicto con los intereses de seguridad contrapuestos de los países.
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