Rusia ha reconocido oficialmente al Talibán. China también mantiene una relación con el grupo que se asemeja a relaciones diplomáticas, coordinándose estrechamente con ellos para perseguir sus propios intereses políticos, económicos y de seguridad. Irán, alineado con el círculo de Kandahar, ha logrado una influencia sin precedentes sobre la situación. Pakistán y los países de Asia Central, motivados por sus intereses específicos de seguridad y economía, mantienen contactos frecuentes con Kabul.
Entonces, ¿por qué Estados Unidos—que facilitó el regreso del Talibán al poder y proporcionó miles de millones de dólares en ayuda durante casi cuatro años para mantener al régimen en pie—ahora se niega a reconocer oficialmente al grupo, a diferencia de Rusia?
Para muchos, este juego parece simplemente una competencia geopolítica entre Rusia y China, con el Talibán como simple herramienta. Pero la realidad es más compleja. Con una penetración profunda en inteligencia y seguridad, Estados Unidos desempeña un papel mucho más decisivo en orientar al Talibán hacia el cumplimiento de sus propios intereses. A un nivel más alto, el apoyo al Talibán y la creación de inestabilidad en Afganistán forman parte de acuerdos tácitos entre potencias como Rusia y EE.UU.
Al igual que en un partido diplomático de voleibol, EE.UU. prepara el terreno para Rusia, y viceversa, asegurando que sus intereses se cumplan mediante la presencia del Talibán. El reconocimiento del Talibán por parte de Rusia probablemente no ocurrió sin el conocimiento o consentimiento de EE.UU. Ambas potencias han llegado a entendimientos estratégicos en diversos escenarios, desde Ucrania hasta Oriente Medio y Afganistán.
Por lo tanto, el aumento de oportunidades para el Talibán no refleja inteligencia o capacidad por parte del grupo, sino un consenso silencioso entre Washington y Moscú. El reconocimiento por parte de Rusia fue un movimiento táctico calculado; el siguiente paso le corresponde a EE.UU. Bajo este acuerdo, el papel de EE.UU. incluye garantizar transferencias mensuales de efectivo para el régimen talibán, generar ruido mediático sobre sanciones, y preparar el camino para las siguientes maniobras de Rusia.
Al evitar el reconocimiento formal del Talibán, EE.UU. intenta restaurar su legitimidad después de su salida caótica de Afganistán. Al mismo tiempo, Rusia aprovecha esta coyuntura para ampliar su influencia geopolítica en Asia Central y la región en general—algo que no necesariamente contradice los intereses de EE.UU.
Al ceder esta ventaja a Moscú, Washington fortalece indirectamente la posición del Talibán y reduce la presión internacional sobre el grupo. El reconocimiento por parte de Rusia difumina tanto el panorama que el foco se desplaza del carácter terrorista del Talibán a un análisis más matizado de “realidades sobre el terreno”.
Mientras tanto, EE.UU. mantiene gestos simbólicos y posturas democráticas para conservar la apariencia de superioridad moral—pero en realidad está dirigiendo un juego peligroso con el Talibán como pieza geopolítica clave. Afirma que el no reconocimiento busca evitar amenazas contra su seguridad nacional, cuando en verdad se distancia del control directo mientras sigue cosechando beneficios.
EE.UU. intenta parecer un actor pacífico y respetuoso de la ley, aunque ha continuado transfiriendo semanalmente 40 millones de dólares al régimen talibán antes y después del reconocimiento por parte de Rusia.
Para el pueblo afgano, no hay diferencia práctica en si EE.UU. reconoce al Talibán o no. Este grupo llegó al poder con el apoyo estadounidense y se ha mantenido allí gracias a su respaldo. A pesar de las atroces violaciones de derechos humanos—especialmente contra mujeres y civiles—la ayuda nunca se ha detenido.
Reconocer oficialmente al Talibán sería una concesión política que EE.UU. aún no está dispuesto a hacer, a menos que el grupo cambie radicalmente su comportamiento, adopte una postura cautelosa frente a China, elimine la influencia de rivales estadounidenses como Irán, y aborde las preocupaciones de seguridad de Washington.
El reconocimiento por parte de Rusia debe entenderse como una maniobra individual. Afganistán sigue siendo un campo volátil, con potencial para desencadenar un conflicto regional. El terrorismo—oculto pero potente—se está convirtiendo en una fuerza no estatal poderosa en el país. Con cientos de madrasas yihadistas, millones de jóvenes radicalizados, ignorancia, rechazo al conocimiento y a la ciencia, Afganistán se ha transformado en un campo fértil para las agendas de seguridad de múltiples países.
Con tantas ventajas, herramientas y oportunidades en el terreno, EE.UU. no necesita cargar con la responsabilidad de un régimen odiado y terrorista. Incluso el no reconocimiento puede ser útil para ambas partes. A cambio, el Talibán ofrece “servicios de seguridad” a EE.UU. en la región, asegurando su permanencia en el poder gracias al flujo constante de dinero extranjero.
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