El reconocimiento oficial de los talibanes por parte de Rusia marca una nueva fase en la redefinición del orden geopolítico regional. Aunque a primera vista parezca un simple gesto diplomático, esta decisión esconde objetivos profundos de seguridad, inteligencia y estrategia en medio de una competencia de poder multilateral.
1. Rusia, los talibanes y el giro estratégico en seguridad Con el reconocimiento a los talibanes, Rusia intenta reconstruir su imagen histórica de antagonismo hacia el islamismo radical y presentarse como un actor legítimo. Este cambio responde a un cálculo estratégico en evolución ante la rivalidad con EE. UU., China, India y otros actores. La relación con los talibanes ya no es ideológica, sino profundamente geopolítica.
2. La fragmentación interna de los talibanes como herramienta estratégica Rusia pretende generar divisiones internas entre las facciones de los talibanes: oligarcas financieros, comandantes intermedios y combatientes de base. Al fomentar estas grietas, Moscú busca debilitarlos, erosionar la autoridad central y arrastrar a otros actores a un caos manejado desde el exterior. Las conexiones de base de los talibanes con grupos como el Estado Islámico también pueden servir a esta estrategia de "desorden gestionado".
3. Arrastrar a China, India, Turquía y los árabes a un juego costoso El Kremlin pretende involucrar a estas potencias regionales en una competencia indirecta por la influencia sobre los talibanes. Esta lucha asegura recursos no occidentales al régimen talibán y al mismo tiempo impone costos estratégicos a sus patrocinadores. China no es un aliado estratégico, sino un socio funcional para Moscú, que busca intercambiar inteligencia limitada por ventajas económicas. Como en Ucrania, Rusia intenta convertir la cooperación económica china en influencia geopolítica.
4. El triángulo Rusia–India–China Rusia busca incorporar a la India como contrapeso a China. Nueva Delhi, preocupada por las amenazas transfronterizas desde Afganistán, se ve impulsada a cooperar con Moscú para acceder indirectamente a los talibanes. A cambio, puede apoyar la base tecnológica de la industria militar rusa.
5. Turquía y los árabes: una competencia blanda al estilo de los años 80 Turquía y los Estados del Golfo buscan recuperar espacio en Afganistán para frenar la expansión china e india. Pero esta vez, a diferencia de los años 80, Rusia es el beneficiario oculto del nuevo “proyecto yihad”. Moscú convierte a los antiguos patrocinadores de los muyahidines en piezas útiles de su tablero actual.
6. ¿Una convergencia tácita entre Rusia y EE. UU. contra China? Aunque enfrentadas abiertamente, Rusia y Estados Unidos coinciden en su interés estratégico por contener la expansión china en Asia Central. Esta convergencia no declarada podría consolidar una cooperación indirecta entre enemigos históricos frente a un nuevo rival común.
7. Las líneas rojas de Rusia para China Moscú tolera la presencia económica o de inteligencia china en Afganistán, pero no una presencia militar directa. El norte de Afganistán, por su cercanía a Asia Central y Xinjiang, es un espacio geoestratégico vital para Rusia. Si China lo traspasa, Moscú podría activar milicias locales para bloquear su avance.
8. El objetivo final: caos gestionado en un campo multipolar Rusia no desea que Bagram se convierta en una base de inteligencia conjunta con China, sino en una plataforma desde donde vigilar a Occidente y orquestar un campo competitivo de poder controlado. Con ello, limita el ascenso chino, mantiene a los talibanes bajo su órbita y proyecta su influencia sobre Eurasia.
Conclusión
El reconocimiento ruso a los talibanes no es un simple gesto político, sino parte de una estrategia compleja que explota fisuras internas, fomenta rivalidades regionales y administra el ascenso chino con precisión táctica. Afganistán se ha convertido en el tablero donde Moscú busca ganar control dominando el caos que él mismo diseña.
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